Y cuando se miró en el espejo, apenas se pudo distinguir a sí misma. Sí, era el mismo rostro que le había devuelto la mirada durante toda su vida, los mismos rasgados ojos aguamarina, solo que más cansados y, sin duda, ojerosos, por la noche en vela que había pasado, pero no parecía ella misma.

¿Quién eres tú y que has hecho con la verdadera Victoria? Pensó, apretando los dientes con fuerza. Ya ni si quiera sabía quién era esa persona del espejo.

Tragó saliva con fuerza y a continuación, con una precisión casi mecánica, comenzó a aplicar una buena base de maquillaje sobre su rostro, tratando de ocultar los estragos de aquella noche en vela.

Al fin y al cabo, aquel día en particular quería ocultar de verdad aquella desconocida en la que se había vuelto.

***

Treinta minutos más tarde, Victoria bajaba por las escaleras principales tan deslumbrante como siempre, tan hermosa y al mismo tiempo letal, con sus tacones repiqueteando contra el suelo y sus carísimas gafas de sol sobre los ojos.

Cuando Thomas, el mayordomo de la familia, y que ya comenzaba sus tareas de cara al nuevo día, la vio, no pudo más que pararse de golpe y observar a Victoria estupefacto, al verla a aquellas impetuosas horas.

-¿Qué hace despierta a estas horas de la mañana, señora? – Preguntó, con toda la cortesía posible. – Son solo las seis de la mañana.

-Lo sé. – Dijo ella, con su habitual tono cortante. – Voy a ir a dar una vuelta, necesito despejarme un poco. Si John pregunta, díselo. – Thomas asintió, aún anonadado, y Victoria continuó con su camino como si aquella breve conversación no hubiese tenido lugar.

Sin embargo, cuando estaba a punto de llegar a la entrada, se giró y, antes de que a Thomas le diese tiempo a seguir con sus tareas, se giró y, dejando mostrar una parte de su ansiedad interior, dijo:

-¿Thomas?

El mayordomo volvió a detenerse y, con su habitual y agradable sonrisa, dijo, con un leve asentimiento:

-¿Sí, señora?

Victoria tragó saliva con fuerza y, tratando de dotar a su voz de la mayor determinación posible, dijo:

-¿Por algún casual... viste a Deborah antes de que se fuese de la fiesta?

Durante unos instantes, una expresión contradictoria cruzó el rostro de Thomas, y Victoria tan solo necesitó aquel breve gesto para saber la respuesta a su pregunta.

-Me alegro de que la dejases marchar. – Dijo Victoria, dejando incluso más atónito al mayordomo, que no podía explicarse cómo había podido saber la respuesta. – Si vuelve... por favor, dile que la he estado esperando toda la noche. Que no me he olvidado de ella.

Y sin decir ni una palabra más, y terriblemente avergonzada por aquel efímero momento de vulnerabilidad, Victoria se giró y salió por la gran puerta principal de camino al garaje, donde guardaban sus numerosos coches.

Y mientras lo hacía, trató de dejar la mente lo más en blanco posible, pues sabía que, si pensaba en ello, se echaría para atrás.

***

Cuando finalmente llegó a su destino, estuvo unos buenos diez minutos con las manos aferradas con fuerza al volante de su plateado Porsche, con el corazón latiéndole tan ferozmente que casi podía verlo palpitar bajo su blusa y un nudo de ansiedad en la garganta. Durante unos instantes incluso había pensado que iba a echarse para atrás, pero entonces lo supo: puede que ella fuese muchas cosas, que hubiese cambiado casi hasta el punto de no reconocerse a sí misma, pero si había algo que no era y que nunca había sido era una cobarde.

Warrior | l. t. |Where stories live. Discover now