Capítulo 40

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1988

Cuando el sol naciente comenzó a despuntar en el horizonte, Victoria ya estaba despierta, con la vista clavada en la pared frente a ella.

De hecho, no se había despertado de madrugada por pleno placer; directamente, no había podido pegar ojo en toda la noche.

Aunque, claro, ¿cómo iba a hacerlo después de los fatídicos sucesos de la noche anterior? No solo habían sido sin duda desafortunados por la monumental bronca entre John y su hija. Lo peor había venido después, cuando, incluso habiendo John advertido a Devi de que debía presentarse de nuevo en la fiesta cuanto antes, su hija no había aparecido. Y cuando Victoria fue a buscarla a su habitación, pensando que la hallaría aún allí, más destrozada que las hojas de sus libros de poesía, se había encontrado con la habitación vacía y el ventanal abierto de par en par, el frío viento de la noche meciendo las cortinas como en una continua danza. Cuando John se había enterado de ello, sorprendentemente no se había mostrado todo lo colérico que Victoria se había esperado. Simplemente, apretó las mandíbulas con fuerza y, con una frialdad capaz de erizarle el vello a cualquier persona, dijo: "Ella sabrá lo que hace. Ya veremos qué ocurre cuando vuelva mañana". Y, sin más dilación, había hecho oídos sordos de la situación y, como si no hubiese ocurrido nada, volvió a la fiesta tan sonriente como siempre, poniendo la excusa a sus invitados de que se encontraba con una migraña terrible y se había marchado a descansar. Sin embargo, Victoria vio que, al otro lado de la sala, Phil, el hijo de los Robinson, observaba a John con cierta suspicacia. ¿Acaso sabría algo de lo que había ocurrido?

Y a pesar de la aparente indiferencia de John, Victoria se pasó toda la noche con un horrible nudo de ansiedad en el estómago, preocupada por Devi y por su paradero desconocido. Pero sobretodo, sentía que otro sentimiento la mordía incluso con más fuerza: una aterradora culpabilidad por saber que había decepcionado a su hija, y que no había estado allí para ella cuando más la había necesitado.

Victoria era consciente de que, en el momento en el que John había comenzado a romper en las narices de Devi todo lo que significaba para ella, tendría que haber defendido a su hija y haberle plantado cara a John, tal y como habría hecho en el pasado.

Pero ya no quedaba nada de la Victoria fuerte, indomable y decidida del pasado, esa Victoria que había sido a sus diecisiete años. Sus diecinueve años de matrimonio con John la habían drenado de todo lo que alguna vez había sido y, en su lugar, habían dejado a una mera copia de la muchacha que había sido una vez, solo que tan pasiva, conformista e indiferente que ni si quiera ella se atrevía a admitirlo.

Sin embargo, ni si quiera eso era excusa para su actitud para con su hija. Ella no tenía por qué pagar todos sus errores del pasado.

Y precisamente por todos aquellos pensamientos tan venenosos, Victoria había permanecido toda la noche desvelada.

Hasta que la luz entró por las cortinas y, casi como un autómata, decidió incorporarse.

Porque por primera vez en veintitrés años, decidió repentinamente, iba a luchar contra esa Victoria pasiva que se había apoderado de ella.

Por ello, y sin apenas dirigirle una mirada a John, que continuaba durmiendo plácidamente en la cama gigante que compartían, Victoria buscó su bata de seda negra y salió de la gran habitación de la forma más sigilosa posible, de camino hacia aquella habitación que servía de vestidor única y exclusivamente para ella.

Una vez allí, actuó apenas sin pensar en lo que hacía. Pasó la mano por la numerosa ropa que tenía, tanta que apenas podía caber en aquella enorme habitación, hasta que encontró el conjunto que iba a ponerse aquella mañana en la que, sin duda, cualquier cosa podía pasar. Después, buscó un par de zapatos de tacón a juego y, finalmente, se dirigió hasta su gran tocador, que estaba repleto de todo tipo de productos de maquillaje de la mejor calidad.

Warrior | l. t. |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora