-Ayer fui al bar al que voy casi siempre a tomar un café antes de entrar a trabajar.
-¿El mismo bar en donde un "admirador secreto" te pagó la cuenta hace poco?- me preguntó con una sonrisa mi psiquiatra, la Doctora Delia Rincón, un día de julio de 2011.
-Sí, ése, ése. Y ya vas a ver lo que pasó con eso también, con mi admirador secreto. Pero antes te cuento lo que pasó con Martín: resulta que yo entré al bar, me senté, pedí un café, abrí la computadora y a los dos minutos entró él también.
-¿Martín?
-Sí, sí, Martín, Martín. ¿Viste que te dije que hace una semana que está de nuevo en la empresa y no me saluda? Tampoco quiso que yo le pasara la información sobre los procesos. Y cuando viene a la oficina saluda a todas menos a mí el idiota, es insoportable la situación. Encima está mucho tiempo en mi sector, porque se reúne seguido con Gustavo Almazán.
-¿Pero las demás no lo notan a eso, que a vos no te saluda?
-Y no sé, si yo con las demás mucho que digamos no hablo....
-Bueno, pero esa actitud de él yo ya te dije que es porque todavía debe pensar que fuiste vos la del mensaje.
-Sí, eso sí, seguro que es porque no sabe todavía que no fui yo la que mandó ese mensaje de mierda. Pero además supo lo de mi virginidad Martín también.
-¿Pero eso que tiene que ver?
-No, nada, pero bueno, me da vergüenza eso también. Y además me jode mucho que él no me dé ninguna oportunidad de aclarar el asunto del mensaje. La verdad es que yo no sé qué carajo hacer, porque fijate: apenas entró al bar me vio, me miró fijo, serio, y subió las cejas. Yo también lo miré fijo, y le mantuve la mirada, pero dos segundos nada más, porque él enseguida bajó la vista. No me saludó ni en el bar. ¿A vos te parece? ¿Tan resentido puede ser?
-Y...
-Bueno, sí, a lo mejor sí- dije – pero si yo estuviera enojada con alguien y entró a un bar y me encuentro a esa persona, no sé, me voy a una mesa lejos y me siento dándole la espalda. Pero Martín, no, se sentó a dos mesas adelante de la mía y de frente encima.
-Ah... ¿eso hizo?
-Sí, eso.
-¿Y vos que hiciste?
-Nada, no quise mirar mucho, al principio...
– Me imagino. Estarías por esconderte debajo de la mesa – me dijo Delia Rincón en tren de burla.
-No, no, para tanto tampoco- le dije riéndome – Después lo miré un par de veces y él estaba leyendo el diario, como si yo no existiera. Entonces clavé la vista en la pantalla de la computadora un rato, no me podía concentrar igual, y después al final lo miré de nuevo, a ver qué hacía.
-¿Y?
-Y me estaba mirando. Lo pesqué justo.
-¿Y? ¿Qué hiciste?- me preguntó Delia Rincón entusiasmada.
-Nada, bajé la vista enseguida. No me animé a mantenerla esta vez.
-Ah... pero no, no, así no.
-Bueno, pero a los dos minutos miré de nuevo, y de nuevo él me estaba mirando. Ahí le mantuve la vista, dos segundos habrán sido, hasta que él la bajó, porque él fue el que la bajó esta vez, yo, no, y dio vuelta la página del diario, como si nada.
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No me quieren ni para dejarme
ChickLitCuenta mi historia, la de Ana Golk, una chica que no era evangelista, no había hecho una promesa y ya no esperaba al príncipe azul. Sin embargo, acababa de cumplir 29 años y seguía siendo virgen. Quería dejar de serlo antes de cumplir 30. El problem...