Necesitaba diez días

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  Así era. Ya lo había meditado. No podía ir a acostarme con un tipo así de una, como si fuera una mujer con experiencia. Había recordado viejos tiempos, interrogado a amigas sobre la materia y había llegado a esta conclusión: necesitaba conocer a un hombre por lo menos por diez días antes de poder tener una relación sexual con él.

  Es que era lógico, vean: mis amigas, casi todas, debutaron a las veintiuno, veintidós años. Promedio de días que pasaron entre la primera cita y el acto en cuestión: veinte días.

  Y yo no era la excepción. También necesitaba mi tiempo y la primera salida no era mi hora, definitivamente. No pedía veinte, pero sí diez días, o, por lo menos, cuatro o cinco salidas, algo que me permitiera ganar un poco de confianza, además de aumentar mi atracción hacia el galán en cuestión.

  Pero también había una segunda opción para la que el plazo de diez días no era tan necesario. Esta segunda opción consistía en debutar con algún conocido de antes, léase compañero de trabajo, estudios o lo que sea. En lo posible que me gustara a mí y yo le gustara a él. Pero que se diera esa coincidencia en mi vida había sido algo imposible hasta ese momento y no veía razones para que mi suerte cambiara de ahí en adelante.

  Una amiga una vez me había dicho: "Si yo cumpliera treinta y fuera todavía virgen, le pediría el favor a cualquiera". Las palabras "favor" y "cualquiera" habían quedado rondando en mi cabeza. Y luego de pensar y pensar en ello me había dado cuenta de que no me excitaría con un tipo que se acostara conmigo sólo para hacerme un "favor" y tampoco me excitaría con un "cualquiera" así no me estuviera haciendo un "favor".

  También había supuesto que si por primera vez en mi vida lograra "levantarme" a algún compañero de algo, alguien que ya conociera y con el que tuviera confianza, no necesitaría diez días para ir a la cama, podría ir más rápido, de acuerdo a los tiempos usados en las relaciones de gente de mi edad.

  Pero, ¿qué pasaba con los hombres de mi mundo?

1- Trabajo. Convivencia de nueve horas diarias con muchos hombres. Buen lugar, pero lo aprovechaban otras. Yo veía lo que les pasaba a las demás, como una constante en mi vida. En las descripciones que siguen verán el por qué:

Gastón G.: lindo e interesante. Pero estaba de novio desde hacía un tiempo. Pensaba que jamás me daría bola. Si había alguien que le gustaba en la oficina, esa era la misma que a todos los demás: Ernestina T.

Claudio C.: casado. Le gustaban todas, piropeaba a todas, inclusive a mí. Su frase era "no prometo grandes tamaños, pero sí mucho jugueteo".

Rubén G. : de novio desde hacía muy poco tiempo. Era miserable, egoísta, vago y pedante, aunque no tenía con qué (si medía un metro y medio era mucho). Se había ganado que lo apodara "el enano maldito". Sin embargo, él había sido el único que una vez me había empujado contra una pared queriéndome besar.

Mauro L.: Jefe. Recién separado de su novia. Le gustaba mucho Ernestina T. Sucedido esto último, por lógica deducción, jamás se fijaría en mí.

Samuel Klein: gay. Era mi amigo y la pasábamos bien juntos. Se ofreció a hacerme el "favor", ya que no se consideraba tan gay como para no poder estar nunca con una mujer.

Martín N. : era el más lindo y no tenía novia. Pero debía agradecer si alguna vez me decía "hola" cuando llegaba a la oficina. Otro enamorado de "Ernestina T. "

Ezequiel Z.: descartado de cuajo. Se vestía como un pordiosero. Hablaba con voz de pito. Decía todo el tiempo mentiras sobre su vida. Se había inventado que su padre era un gran empresario, muy rico y que él trabajaba sólo para conservar su independencia. A veces no tenía plata ni para almorzar.

Marcelo F.: más grande que el promedio de edad general que era de treinta. Tenía cuarenta y cinco años. Había sido agente de bolsa y había quebrado. Ganaba tres mil trescientos pesos pero pretendía vivir como cuando ganaba veinte mil. Ernestina T. le parecía hermosa.

¿Y cómo era Ernestina T.?

  Era una chica de unos veinticuatro años, chiquita, medía un metro cincuenta como mucho. Muy flaquita, ni culo ni tetas. Se vestía siempre con pantalones y remeritas sueltas de colores claritos. Usaba taco bajo (chatitas) . Jamás una gota de maquillaje había pasado por su rostro. Pelo castaño por el hombro y ojos verdes. El osito de peluche que tenía sobre el monitor de su computadora era un detalle que creo me ahorra el trabajo de seguir con la descripción de su persona.

  Para mi amigo Samuel Klein y para mí , Ernestina T. era una mujer tan insulsa como puede serlo un vaso de agua y llamaba la atención tanto como puede hacerlo una planta de potus. Por eso de ahora en adelante me referiré a ella como eso, será "el potus".

  Y no piensen que es envidia. Si pudiera volver a nacer y elegir qué mujer ser, elegiría a Julia Roberts, Sofía Loren, Raquel Welch o, por supuesto, Lucía Méndez. Nunca elegiría ser como Cameron Diaz o similares, ni aunque ser así me trajera gran cantidad de candidatos.

2- Facultad: En mis cursos tenía muchos compañeros. La mayoría eran mucho más chicos que yo, unos ocho años menos aproximadamente. Por eso no alimentaba esperanzas sentimentales en el ámbito universitario. Aunque sí había uno de mi edad: Carlos V., un tipo que si bien no me resultaba desagradable físicamente, tampoco me gustaba. No sé muy bien por qué, pero pensaba que yo le gustaba a él.

  Y así estaba....

No me quieren ni para dejarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora