Sin turno disponible

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Luego de cuatro días de ausencia, Rubén G. finalmente regresó a la empresa. Entró a la oficina con mucha tranquilidad, me saludó como a cualquier otro y se quedó parado en el medio de los escritorios con las piernas abiertas, que era su postura habitual, como si tuviera un pene muy grande y le molestara. Durante un rato respondió a las preguntas que mis compañeros le hicieron sobre las actividades realizadas durante sus días de descanso, revoleando con una de sus manos la tarjeta de ingreso a la empresa. Luego se sentó en su silla, encendió su computadora y comenzó a trabajar. Así pasaron varias horas y de nuestro asunto, nada.

Por supuesto que esa indiferencia que él me aplicó me puso peor de lo que ya estaba, pues no podía dejar de pensar en que Rubén G. ni siquiera tenía interés en acostarse conmigo para después tirarme, como me lo había hecho saber en nuestro último encuentro. Pero traté de disuadir ese pensamiento. Entonces imaginé que el enano maldito estaría tratando de disimular la situación frente a mis compañeros y que seguramente me iba a pedir que saliera con él en la hora de descanso para hablar tranquilos. Pero eso tampoco fue así. Llegó su hora libre y Rubén G. se retiró de la oficina solo, sin haberse dirigido a mí ni por cuestiones de trabajo.

Me costó mucho no derramar lágrimas sobre el teclado de la computadora al verlo salir por la puerta y recién me recompuse un poco cuando Samuel Klein me propuso que saliera a tomar algo con él más tarde, en nuestra hora de descanso, que como se asignaba por turnos, comenzaría justo cuando el enano maldito regresara a la empresa.

Por eso debí permanecer en la oficina durante la ausencia de Rubén G., con tanta mala suerte que al atender uno de los teléfonos me encontré con esto:

Empresa pedorra – dije.

¡Hola! ¿Por favor con G.?- me dijo una voz de mujer que identifiqué enseguida: era la novia del enano maldito, que también se refería a él usando su apellido.

No, no está G. ahora, salió a su hora libre – le contesté fingiendo que no sabía quién era.

Ah, salió...- me dijo desilusionada – ,porque en el celular no me atiende, ¿quién habla? ¿Ani? Soy Maura, la novia de G.

Si, soy yo – dije y comencé a sentir mucha culpa por querer robarle el novio -, ¿qué tal, cómo estás?

Bien, ¿Y vos, tanto tiempo?

Bien, bien.

¿No le decís a G. cuando vuelva que me llame a casa?

Sí, sí, le digo, no te preocupes.

Me despedí y luego le pedí a Samuel que le diera al enano maldito el recado de su novia, pues yo no tenía cara para hacerlo.

Media hora después Rubén G. regresó a la oficina. En una de sus manos llevaba una bolsita con el logo de Kodak, y dentro de la bolsita traía las fotos recién reveladas de la excursión que había realizado a San Pedro en compañía de su novia. El enano maldito era tan miserable que todavía no se había comprado una cámara digital y seguía usando rollo.

Antes de sentarse en su silla para volver a trabajar, fue de escritorio en escritorio mostrando las fotos, hasta que llegó al mío. Pensaba que Rubén G. iba a tener la delicadeza de pasarme por alto, pero no. Después de un pequeño titubeo, me entregó el álbum de fotografías y me dijo: "Tomá, Ani. Miralas". Como me descolocó su actitud, no me quedó más alternativa que tomar el álbum y empezar a pasar las fotos. Con el enano maldito parado al lado de mi escritorio, vi la primera, en la que aparecía él vestido con bermudas y alpargatas, sonriendo y abrazando a su novia con un fondo de árboles frutales. Pensaba que Rubén G. no iba a hacer acotaciones, pero me volví a equivocar en mi pronóstico, pues me dijo: "Esa es en la chacra de Mónica y César. Está muy bueno el lugar para pasar el día.". Yo le contesté: "Ah, qué bien..." y pasé a la segunda foto, en la que se veía a su novia posando al lado de una góndola de supermercado llena de frascos de mermelada. El enano maldito me aclaró: "Las mermeladas son riquísimas. Me comí un frasco entero de una de naranjas..." y ya no pude contestarle más.

No me quieren ni para dejarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora