El nuevo candidato de mi padre (II)

126 5 0
                                    

El día de la primera entrevista con Gustavo Almazán, en noviembre de 2010, estaba vestida con un pantalón de gabardina negro y ancho, unos zapatos de tacos altos también negros, con un diseño aburrido, y una camisa rosa, que me llegaba a la mitad de la cadera y que no resaltaba las formas de mi cuerpo, más bien las ocultaba. Me había hecho brushing y pasado la planchita en el pelo esa mañana, pero la humedad del día me había atacado en el camino y llegué a la empresa pareciendo un puercoespín, aunque con su pelo aplacado con una crema para peinar. No me había puesto aros, ni un collar, ni un reloj, ni un anillo. Generalmente nunca me los ponía. "Y pensar que yo en ese momento creía que estaba bien arreglada, ¡Qué tonta, por Dios!",pensé en otra mañana, una de julio de 2011, la del primer día de trabajo de Martín N. como gerente de sistemas de la empresa, mientras me alisaba el pelo con un secador y me veía en el espejo vestida con un pantalón negro ajustado a las piernas, que sí resaltaba las formas de mi cuerpo, una camisa blanca entallada que me llegaba a la cintura, y que tenía sus primeros botones desabrochados, para dejar lucir debajo una musculosa blanca de lycra, con un escote discreto, que presumía unos buenos pechos, gracias a que de veras los poseía y a que tenía puesto un corpiño blanco, de los modelos soft, que los hacían notar. ¡Qué descubrimiento había sido ése! Antes solo usaba corpiños con aros de metal, que no realzaban bien mi busto.

Mis zapatos eran rojos, con plataforma, y pensaba combinarlos con un cinturón, una cartera y un par de aros del mismo color. Un pañuelo blanco con detalles negros, una pulsera y un gran anillo plateados completarían mi modelo ese día.

Martín N. debía desarrollar el nuevo sistema de la empresa y para eso necesitaba tener a su disposición toda la información referente a los procesos de facturación, manejo de inventarios, pago a proveedores y demás. Gustavo Almazán me había encargado la misión de brindarle esta información y por eso calculaba que por un tiempo tendría que pasar a diario una o dos horas reunida con Martín a esos efectos.

Ahora bien, si ustedes piensan que yo me vestí y me arreglé bien solo porque era el primer día de trabajo de Martín N. en la empresa, permítanme decirles que están muy equivocados, porque desde hacía varios meses yo me estaba ocupando, con mucho compromiso y dedicación, de mi arreglo personal. Ya no salía a la calle sin haberme hecho antes brushing en mi pelo, y si llovía o el día era húmedo, me lo recogía con un broche elegante. Antes jamás se me había ocurrido llevar el pelo atado, pero ahora había descubierto que este tipo de peinado también me quedaba bien, y era la estrategia perfecta para vencer a la humedad.

-¿Otra cartera te compraste?!!- protestó mi madre al verme lista para salir a la calle esa mañana de julio de 2011.

-Ay, sí, mamá, dejate de joder, necesitaba una cartera roja que me combinara con los zapatos.

-Pero estás gastando mucha plata, Ana. ¿Ya cuántas cosas te compraste?

Mi madre se refería a la gran cantidad de zapatos, carteras, ropa y demás accesorios que había adquirido en los últimos meses. Es que no podía dejar de entrar y salir con algún anillo, collar , pañuelo o par de aros, cada vez que pasaba por la vereda de los locales de Todo Moda, Isadora y similares. Como había caído en la cuenta de que si no mantenía un orden con los artículos comprados, pocas oportunidades de combinarlos bien tendría, había comprado también un bastidor de lienzo grande y ahí había colgado todos los aros, que eran muchos, de variados tamaños, colores y modelos. Una parte de mi dinero lo había dedicado además a la adquisición de un perchero, para colgar los pañuelos y poder elegir el adecuado para cada ocasión, viéndolos todos al mismo tiempo. A las pulseras y a los anillos no les había encontrado mejor lugar que una gran caja para guardarlos, que mantenía siempre a la vista.

La magnitud de mis compras era grande, tan grande que Carla había llegado a decirme que mi habitación parecía una sucursal de Todo Moda, aunque con más mercadería adentro.

-Ya sé mamá que me compro muchas cosas. ¿Pero vos no estás tan contenta porque ahora me arreglo más? Si siempre me lo decís. No jodas más...

-Sí, sí, yo estoy muy contenta de que hayas cambiado, de que ahora te arregles bien, de que te preocupes por eso todos los días, pero tampoco la pavada, nena. No quiero que gastes tanta plata, ¿porque cómo vas a pagar todo eso? ¿Mirá si no podés pagar tantas cosas y yo no tengo plata para darte? ¿Cómo hacemos?. Tu papá está jubilado y sabés que la jubilación que tiene apenas si alcanza para el supermercado. Vivimos de mi sueldo solamente.

– Ay ,mamá, ya sé eso,no me lo tenés que repetir todos los días, eh.Y no te preocupes, a la cartera me la compré en cuotas con la "Pedorra Gold" – dije en referencia a la tarjeta de crédito recientemente lanzada al mercado por la empresa – Y la voy a poder pagar. No soy una irresponsable, ya sabés.

-Al final tanto lío, tanto lío, no sé de qué te quejas por la plata si tu hija es igual que vos ahora, se emperifolla toda, aunque no sé para qué, pero bueno....- se metió mi padre.

-¿Cómo no sabés para qué? ¿Qué decís?- le dijo mi madre – Siempre tirándola abajo a tu hija, vos. No cambias más.

– Yo no la tiro abajo, pero en vez de preocuparse tanto por el arreglo, tiene que aprender a hacer caída de ojos. Eso es de lo que se tiene que preocupar ¿Hace cuánto que lo vengo diciendo yo a eso y nadie me da bola? Porque si Ana no aprende a hacer caída de ojos no se lo va a levantar a Almazán, por más que se arregle bien, es claro eso, el tipo no se va a animar a tirarse un lance si ella no le da señales.

-¡Papá, yo no me arreglo para levantarme a Almazán, eh!

-Bueno, a vos nunca nadie te viene bien al final. Yo ya te dije que tengo una intuición con Almazán, que al tipo ése seguro le gustás...

-Ay, papá, ya sabemos que conmigo no funcionan tus candidatos, mejor no hablemos del asunto, eh...- le dije.

En los últimos tiempos me había sorprendido el viaje de polo a polo sin escala en punto intermedio que había hecho mi padre, pues había pasado de pretender para mí a un tipo como Ferni, que no era agraciado físicamente y que había llegado a cumplir treinta años siendo un completo fracaso en su habilidad para conseguir dinero, a uno como Gustavo Almazán, lindo y rico.

-Aunque no sé... a veces pienso que si te casaras con Almazán, muy tranquilo no me quedaría yo- siguió mi padre sin prestarle atención a lo que yo había dicho – porque a lo mejor el tipo ése es narcotraficante. ¿De dónde sacó tanta guita? Para mí que de la droga, otra no queda... es narco el tipo.

-Ay, qué va a hacer narco, no digas pavadas- le dijo mi madre.

-Sí, papá, seguro es jefe de algún cartel colombiano y cuando lo agarre la DEA, me llevan presa a mí con él, después me extraditan a Estados Unidos y me condenan a la silla eléctrica, o me muero en el tiroteo con los del FBI- seguí yo mientras me ponía una campera de cuero negra, muy abrigada.

– Vos seguí así,pensando que tu padre dice pavadas, pero sabés que tu padre no se equivoca con esas cosas. Por eso no sé si Almazán te conviene para casarte, pero en fin, mejor si te lo levantás... – me dijo cuando yo abrí la puerta de mi casa.

Ay, no, estás muy desabrigada, Ana, ponete otra cosa más- gritó mi madre antes de que pudiera salir del todo.

-No, estoy bien así.

-No, no, vas a tener frío. ¡No salgas así! ¡Ponete otro abrigo!

– No, no me voy a poner otro abrigo. No me jodas más, mamá. En la empresa hay calefacción, hace mucho calor.

-Bueno, pero en el viaje te vas a morir de frío. Te podés enfermar...

– Tengo la campera puesta para el viaje, mamá. No rompas más, ¿Y sabés qué? No me digas nada más de nada, porque por mucho que me digas no te voy a dar bola. Hago lo que yo quiero y me la banco. Chau- le dije y me fui.

Un día de trabajo arduo me esperaba, con Martín N. incluido en el menú.

No me quieren ni para dejarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora