El nueva candidato de mi padre

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Esa mañana de julio de 2011 me levanté temprano, muy temprano, como lo venía haciendo todos los días desde hacía varios meses. Desayuné y recién cuando me estaba bañando recordé lo que me había sucedido el día anterior: Martín N. había regresado a la empresa y como gerente de sistemas.

Hacía más o menos siete meses que yo trabajaba directamente para el director y flamante dueño de Empresa Pedorra S.A.. Mi puesto tenía un nombre rimbombante: "Encargada de proyectos especiales", aunque no así mi sueldo, que seguía siendo el mismo que cobraba en el archivo. Pero ya me lo iban a ajustar, me  lo habían prometido. Solo había que esperar, era una cuestión administrativa.

Trabajar en el archivo me había resultado una experiencia deprimente, pero había tenido sus cosas buenas, pues había aprendido a realizar ciertos gestos y expresiones con mi cara que podían hacerle entender mis "negativas" a las otras personas. La primera que neutralicé de esta manera fue al padre Juan, quien, luego de confesarme su supuesta virginidad, volvió a acercárseme otras veces. Como me animé a contestarle siempre  con monosílabos y miradas de desaprobación, al cabo de pocas semanas se cansó de insistir y se rindió. Desde ese momento solo se dirigió a mí para hablar de cuestiones laborales. Un alivio.

Con mi compañera, "la Patilluda", fue otra historia. Un día la sorprendí llorando en la máquina de café. Cuando le pregunté qué le pasaba,  me dijo que lloraba por el padre Juan, porque él iba y venía con ella y no se decidía a encarar una relación formal. Me llamó la atención que en ese momento me aclarara que había tenido relaciones sexuales con él, como si fuera algo digno de ser resaltado.

Aunque no sabía quién era el que me mentía, si el padre Juan o "la patilluda",  aposté a que ella decía la verdad. Por eso no le conté nada acerca de los lances que se me había tirado su amado para no herirla más de lo que ya estaba, y  me solidaricé con ella. La escuché y la comprendí en esa conversación  que mantuvimos en la máquina de café, y a partir de ese momento, empezamos a tener una relación más cercana. Durante varias semanas almorzamos juntas casi todos los días. Todo indicaba que podríamos llegar a ser buenas amigas,  hasta que una vez se me ocurrió sugerirle, con mucha delicadeza, que se depilara las patillas de su rostro y nuestro proyecto de relación se acabó en ese instante. "Es que tenés muy sana la piel y  los rasgos  de tu cara son muy lindos. Por eso el pelo corto te queda bien, muy bien, pero a lo mejor, si te depilaras las patillitas, te quedaría mejor", le dije en el transcurso de una conversación sobre peinados.  No me parecieron ofensivas mis palabras ni tuvieron esa intención, pero ella no pensó lo mismo, porque después de esa charla no volvió a dirigirse a mí. Y nunca se depiló las patillas.

El año 2010, que en su mayor parte lo pasé trabajando en ese archivo, fue, hasta ahora, el peor de mi vida, a consecuencia de todo lo que me había sucedido en el año anterior, 2009. Jamás me había sentido peor (ya contaré por qué)

Pero a pesar de mi calamitoso estado de ánimo, pude hacer algo por mí en los peores momentos: buscar un nuevo trabajo. Mis expectativas pesimistas me decían que por más esfuerzo que hiciera no iba a conseguirlo, pero yo igual seguía enviando antecedentes y yendo a entrevistas. "Te llamamos, por sí o por no", me dijeron en varias de ellas.

Cuando todavía estaba esperando esas llamadas, me di cuenta de que las oportunidades no solamente estaban afuera de la empresa. Las había  también adentro de ella, pues a mediados de 2010 un nuevo dueño, que se había quedado con la mayor parte del capital accionario de "Empresa Pedorra S.A.", desembarcó en ella. Hubo muchos cambios, sectores enteros desaparecieron y los despidos de personal fueron demasiados para mí gusto. Temía por mi destino laboral cuando leí un mail enviado por el departamento de recursos humanos a todos los empleados:

De: Gerente de RRHH.

Para: Staff Empresa Pedorra S.A.

Asunto: Búsqueda interna y externa.

No me quieren ni para dejarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora