En las nubes... y bajando...

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  Todo comenzó con una llamada de Antonio Lombardo: <<Salgamos igual, no importa la hora, te paso a buscar por la empresa>>. Mucho no me gustaba la idea de que me pasara a buscar, pues no quería que mis compañeros (que sabían que mucha vida sentimental no tenía, con la excepción del incidente con Rubén G.) vieran que me pasaba a buscar un tipo a la salida del trabajo (con eso no había problema, al contrario) pero que el tipo en cuestión era mucho más grande que yo (con eso sí había problema). De manera que opté por informarle a Antonio Lombardo una hora de salida falsa (media hora después de la real), con el fin de dejar ir a todos mis compañeros (generalmente salíamos todos juntos) y esperarlo sola en la puerta de la empresa. Pero no pude. Ezequiel Z. manifestó suma preocupación porque me quedara esperando en soledad y de noche. Se quedó, muy a mi pesar, a mi lado, haciéndome compañía en la espera, mientras me consultaba sobre cómo invertir sus famosos sesenta y ocho mil dólares que para ese momento ya se habían convertido en setenta y dos mil. Por suerte, Antonio Lombardo llegó quince minutos antes de lo previsto, interrumpiendo tan absurda conversación y sorprendiéndome al decir: <<Parece que tengo competencia>> , en referencia a Ezequiel Z.. Ese fue el preludio de la noche que me esperaba, ya que luego Antonio Lombardo empezó a indagar de modo muy directo sobre el tema que tanto me incomodaba: Mi Curriculum Vitae sentimental. No pude dejar de recordar en ese momento lo que me había dicho al respecto mi psiquiatra, la Doctora Delia Rincón. El consejo de ella había sido: <<Hacete la misteriosa>>, lo que me había hecho pensar seriamente en que mi psiquiatra no me prestaba la atención suficiente, pues no entendía cómo podía pretender que una persona como yo, saturada de timidez y torpeza, pudiera actuar de "misteriosa". Descartado este consejo, no me quedó más alternativa que responder a las indagaciones de Antonio Lombardo con mentiras, estirando mi relación con Ferni a tres años de apasionado romance, interrumpidos por dudas sobre mis verdaderos sentimientos hacia él y las diferentes formas de ver la vida que teníamos. Luego, debiendo justificar aproximadamente cinco años más de vida amorosa (pensé en decirle que había estado en coma), opté por hablar de tres relaciones esporádicas de no más de seis meses de duración cada una. Todo era falso, lo que me provocaba culpa, pero no me quedaba otra salida. Por eso rápidamente le pasé la pelota a él. Así, Antonio Lombardo me informó lo que yo ya sabía gracias a los informes comerciales que le había hecho en la empresa, por lo que fingí una cara de sorprendida cuando me dijo que su mujer había muerto hacía cinco años, de golpe, víctima de un infarto. Después me habló de su hijo de 23 años que vivía con él y me aclaró que todavía no había podido superar del todo la muerte de su esposa. Por eso concurría a un grupo de ayuda para viudos jóvenes. Mucho no me gustaron esos dos detalles: que no hubiera podido superar la muerte de su mujer y que concurriera a un grupo de ayuda, pues nunca me agradaron estos grupos y tenía cierto prejuicio respecto de la gente que concurría a ellos. Pero decidí dejar pasar esas cosas en atención a que el balance de Antonio Lombardo resultaba superavitario, ya que, además de resultarme atractivo, el tipo era todo un caballero. Siempre me había abierto la puerta del auto, para que me subiera o para que me bajara del mismo, me había acomodado la silla para que me sentara en los restaurantes y había pagado todo lo que había consumido, ofreciéndome, incluso, tomar o comer algo más a cada rato. Además me protestó esa vez cuando llegó la cuenta porque yo, al igual que en nuestra primera cita, había sacado la billetera en señal de querer pagar. Y esos eran detalles que en un hombre sumaban mucho para mí.

  Una vez en la calle, mientras caminábamos hacia el auto y yo trataba de enderezar mi postura y sacar pecho, como solían aconsejarme mis padres, Antonio Lombardo me tomó de la cintura delicadamente, me puso de frente a él y me dió un beso. Un beso tranquilo, sin lengua casi. Luego me dijo que le gustaba mucho y que se la pasaba todo el día pensando en mí. Yo respondí a esas palabaras con mi clásico <<ji ji ji>>, y después Antonio Lombardo me llevó en su auto hasta mi casa. Nos despedimos con otro beso tranquilo y con la promesa de otro encuentro.

No me quieren ni para dejarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora