Suerte para la desgracia

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El lunes entré a la empresa fantaseando una solución a la historia con Martín N.. Me lo imaginaba encarándome al lado de la máquina de café, diciéndome que había dejado de hablarme porque me había visto con Gabriel y las flores en el bar, y que luego había intentado darme celos con Verónica por eso. Me invitaría a cenar esa noche, me daría un beso y así pasaríamos una linda semana.

Mi fantasía se detuvo cuando me di cuenta de que, después de cumplir una semana de novios, seguramente Martín N. me pediría tener relaciones sexuales. Y otra vez regresar al dilema: ¿confesarle mi virginidad o no hacerlo? no era propicio para mi novela mental y por eso decidí terminarla ahí, con final abierto.

No me entusiasmaba el vecino de Danilo. Era lindo, sí.Tal vez más que Martín N., ya lo dije. Pero mi psiquiatra, la Doctora Deli Rincón, una vez me había señalado y con razón, que a mí me gustaba salir con "conocidos", aunque éstos fueran peores que cualquier desconocido. Con personas de mi entorno me sentía más segura. No sabía por qué, y la conclusión de mi psiquiatra, si bien era exacta, poco ayudaba a reparar el problema: yo seguía prefiriendo a los "conocidos", a todo evento ,y a pesar de saber que su única virtud era esa: ser conocidos.

Samuel me habló del mexicano, me contó con lujo de detalles todo lo que había hecho con él, y a Martín N. solo lo mencionó cuando yo le sugerí que fuéramos a tomar algo en la hora de descanso : "Hoy no puedo, ya quedé con Martín", me dijo.

Cuando regresó, no pude con la intriga, y directamente le pregunté:

– ¿Te dijo algo de Verónica? ¿Pasó algo con ella?

– Ay, no, nena, ya te dije que no hablamos de esas cosas con Martín, dejate de joder. Además ya está, Ana. Con lo que hizo el sábado quedó demostrado. Se fue con la tetona, dejalo. Y hoy no te dio ni la hora. Concentrate en el vecino y en la salida de esta noche. ¿A dónde se encuentran?

– Quedó en pasarme a buscar a la salida.

– Ah, bueno, bien, bien.

El vecino, Rodrigo Prado, se había portado bastante bien hasta ese momento. El domingo me había enviado un mensaje: "Hola, ¿cómo estás? No te digo de vernos hoy porque estoy con mi hijo, pero mañana podés?". "Mañana" era lunes, un día no muy conveniente para salir tarde a la noche, pero mi desesperación por conseguir un novio o una compañía era tan grande que dije que sí.

Y había un condimento interesante: Rodrigo Prado me iba a esperar en la puerta de la empresa. Todos mis compañeros, incluido Martín N., por supuesto, me iban a ver con él, y esa era una satisfacción enorme para mí. Tal vez mi nuevo galán hasta tuviera un auto importante, algo que desencadenaría la envidia de los hombres que trabajaban conmigo.

Pero no, lo del galán con auto quedaría para otra ocasión. Rodrigo Prado me esperó en la puerta de la empresa sin ningún vehículo a la vista. Un rato antes, por teléfono, me había dicho: "Yo ya estoy picando algo porque tengo hambre. Voy comido, eh". Leáse: "No te voy a invitar a cenar" . "Bueno, iremos a tomar algo. No está mal, porque comer en una primera cita me incomoda mucho, es mejor así", pensé.

Caminamos dos cuadras hablando de trabajo. Llegamos a una plaza y Rodrigo Prado, sin ninguna introducción, intentó abrazarme y darme un beso. No lo dejé.

-¿Por qué?- se quejó.

-Porque no, es muy pronto para mí.

– ¿Muy pronto????

– Sí.

– Bueno, sentémonos acá entonces- me dijo y me señalo un banquito de la plaza.

No me quieren ni para dejarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora