Borrando Cicatrices

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- Debemos alcanzarlos. – dijo Alec con alarma. – Sin Cazadores de Sombras, las hadas podrían...

- No lo vamos a permitir. – Dijo Edrian tomando su estela y acercándose a la chimenea con toda la intensión de enviar un mensaje a los institutos.

- ¿Podrían estar ya en batalla? – Pregunto Nathan mientras miraba como el Cónsul aparecía desde otra habitación ahora con un equipo completo de combate. – Quizás sea tarde.

Alec termino de colocar la última daga en su cinturón, su arco y flechas colgaban de su espalda al igual que dos espadas largas. El Cónsul se acercó al nervioso chico. – No debes preocuparte por nada. – Le intento tranquilizar y su mirada se suavizo para poder decir lo siguiente. – Nathan... yo... escucha, hijo. Tu...

Nathan coloco sus manos en los brazos del hombre más alto y más fornido que él, pero con sus ojos azules llenos de pena y duda. – No tiene que decir nada, señor. – Le detuvo Nathan, en los labios del chico se asomaba una débil sonrisa y levanto la carta en su mano. – Sé lo que piensa, sé... Ahora sé lo que es correcto y lo que no lo es. Magnus habló también por usted y estoy listo para hacer lo correcto.

Magnus habló por mí. Pensó Alec. Y recordó a aquel Magnus, el de sus pesadillas, el que le había dicho que le prefería muerto, el que había hablado sobre el mal trabajo que había hecho como cónsul. Entonces miro la carta en la mano de Nathan y recordó la carta que acababa de leer. Eres una luz en el mundo de las sombras y queremos que eso nunca cambie, vales cualquier sacrificio para mí porque te amo y vales cualquier sacrificio para cualquiera por lo que has hecho y puedes hacer. Recordó la pasada tarde, la mirada de Magnus y la desesperación en su voz cuando le dijo: Hare mi parte, pero si tú quieres, puedes ayudarme y convencerte a ti mismo, incluso por encima de la magia, que me conoces, que sabes quién soy. Recordó el desesperado beso que se dieron en esa misma oficina y de cómo segundos antes de ser obligado a desprenderse de él, se había sentido completo en sus brazos y al estar probando sus labios. Y ese sentimiento se sentía tan correcto, era lo correcto.

Ni toda la magia del mundo lograría hacer que Alec olvidara quien es realmente Magnus Bane.

Su corazón se infló en una ansiedad por él, seguido de un terror al verle en peligro y que estuviera solo. - Tengo que ir a ayudarlo. – Dijo en una urgencia y camino a la salida.

- ¡Wow! ¡Wow! – Le detuvo Edrian. – Alec, no puedes ir solo, es muy peligroso.

- No esperare a que se reúnan las tropas, necesito estar con él.

Edrian pensó y actuó rápido. – Una escolta. – Le dijo con desesperación. – Puedo armar una escolta en cinco minutos e iré contigo.

Alec se detuvo para verle. – Tengo una escolta. – Era lógico y de esperarse para quien le conocían que esto no lo haría solo.

Edrian le miro sobresaltado y sin poder entender a lo que se refería, le tomo solo unos segundos entenderlo después, cuando miro hacia Nathan. – Tu familia. – Le dijo en una respuesta acertada.

Alec tomo su estela y mandó un mensaje de fuego. – Solo necesito a mi parabatai y a mis hermanos. - Nathan sonrió con las palabras del Cónsul, Isabelle era su hermana, tanto como Clary y Simon lo eran también.

Alec estaba hablando de cinco personas y eso no tranquilizo a Edrian, por lo menos no hasta que pensó en esas cinco personas, las mismas que habían salvado el mundo el más de una ocasión, los mismos que habían logrado salvarse los unos a otros en el mismo infierno de donde hasta donde sabia, eran los únicos que habían logrado regresar.

Guerra FríaWhere stories live. Discover now