Pesadilla

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La cabalgata al reino hada fue tranquila, Alec aun mantenía en su cabeza el rostro de Magnus, con sus ojos cerrados, inconsciente en el regazo de Isabelle. Perdóname, volveré. Le había dicho y aun así no podía quitar ese momento de su mente con un terrible sentimiento de culpa.

Cruzaron las fronteras, su caballo comenzó a ser lento debido al terreno difícil. Necesitaba despejar la mente, no era momento de pensar en ello, de pensar en Magnus. Nunca había sido bueno para decirle a su mente que hacer.

- Tiene muchas armas. – Le Dijo Gwyllion con sospecha. – No es lo que se espera de una reunión diplomática.

- Las armas no significan nada, si no se les da un uso. – Dijo Alec mordazmente.

- ¿No confía en nosotros, joven Cónsul?

- No.

Gwyllion sonrió, hubo un gesto que Alec no entendió, no le dio más importancia y siguió con su duro camino, no paso demasiado antes de que el palacio apareciera ante ellos con sus grandes muros de roca y cubiertos con plantas y flores, un espectáculo impresionante y hermoso.

- ¿Los niños están aquí? – Pregunto Alec de inmediato al bajar de su caballo.

No obtuvo ninguna respuesta, se tomó un momento para acariciar a su caballo. – Bien hecho. – Le dijo en un susurro. – Quédate cerca, por favor.

Los caballos de los Cazadores de Sombras no eran comunes, tenían una forma diferente de actuar, los Cazadores les trataban como un guerrero más, porque, como ellos, también iban a las batallas.

- Por aquí. – Le dijo Gwyllion señalando la enorme entrada.

Alec no dudo y entro a grandes pasos subiendo las escaleras, el sonido de sus botas retumbo en el interior, este no se miraba muy diferente al exterior, había vegetación por todo el lugar, parecía más una cueva enorme que un palacio. Alec se adentró aún más siguiendo la línea de guerreros a los costados. Gwyllion estaba detrás de él. y se detuvo de pronto ya que Alec lo había hecho inesperadamente. El Cazador aparto la toga de Cónsul color escarlata con runas doradas para que esta quedara como una capa, sus armas brillaron en todo su cuerpo y al reiniciar su paso, se escuchaban los ecos de ellas en toda la habitación. No había duda en su semblante. Gwyllion entendió de inmediato el porqué de su acto al ver a sus guerreros hadas con incertidumbre en sus rostros, el poderoso Cazador de Sombras había logrado intimidarlos.

Gwyllion maldijo una vez más a Alec y continuo detrás de él hasta llegar en presencia de la reina.

El trono estaba hecho por huesos de diferentes animales, detrás había una pared de flores que combinaban con el cabello de la reina. Ella vestía un largo vestido blando, a su lado estaba una mesa de aspecto rudimentario, con fruta y cuencos en forma de copas, el contenido era desconocido, pero de uno de ellos se alcanzaba a distinguir un resplandor rojo.

La reina se puso de pie. – Joven Cónsul. – Canto la reina con una sonrisa. – El gusto que me da tenerlo en mi presencia es in narrable.

Las hadas no podían mentir, el instinto de Alec se encendió. – Sabe porque estoy aquí, su majestad. – Dijo Alec intentando imitar a su parabatai en su tono de voz. – Son dos mis motivos y espero llevar a cabo ambos lo antes posible, si su majestad está de acuerdo.

- No debe ver inconveniente. – Respondió la hada con amabilidad. – Me gustaría hablar primero con usted.

- Son muchos los pueblos hadas que se han acercado a La Clave para...

- ¿Pedir clemencia? – Interrumpió la reina a Alec. – Son débiles, sin orgullo de su raza.

- No habrá raza de la que sentirse orgulloso, si su pueblo no regresa al cobijo de Los Acuerdos.

Guerra FríaWhere stories live. Discover now