29. Lazos de sangre

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William tomó asiento sobre una silla junto a la chimenea y dejó la butaca libre para ella.

—No estás enfadada, estás triste —la corrigió—. Yo también lo estoy.

—¡No vengas aquí a decirme cómo me siento! —exclamó golpeando el suelo con la punta de su bastón—. ¡Solo eso me faltaba!

—Sophie... —susurró él tomando una de sus manos.

La anciana enmudeció y, tras una breve vacilación, colocó su otra mano sobre la de él.

—¿Desde cuándo sabes que te marchas?

—No lo supe hasta que recibí la carta donde la reina me lo ordenaba. Hasta ese momento solo intuía que tal vez el día llegaría. Pero con los mirlaj cada vez más alterados y el ataque del vizconde... mi marcha se ha precipitado.

Sophie asintió aún mirando sus manos entrelazadas.

—¿Y qué harás en Vasilia?

—No depende de mí —contestó pensando en Anghelika—. Cuando tenía veintiún años abandoné el reino y no he vuelto a poner un pie allí desde hace siglos. Dejé todo ese mundo atrás y no he añorado nada de esa vida en todo este tiempo. ¿Me creerías si te digo que en realidad no quiero irme?

—Te creo. Yo tampoco querría volver en tu lugar... —suspiró—. ¿Qué hay de Wendy?

—Viene conmigo. No puedo dejarla aquí.

—Eso ya lo sé pero, ¿te alegras de que te acompañe?

El vampiro contempló las chispas que saltaban de las brasas de la chimenea.

—Vasilia es un lugar corrupto e intentaré protegerla de él. Siempre es mejor que quedarse aquí y caer en manos de los mirlaj.

La anciana puso los ojos en blanco mientras atizaba las brasas.

—No me refería a eso. Lo decía por ti. Creo que te vendrá bien tener a alguien a tu lado —lo miró significativamente.

—Si aprecias a Wendolyn, y de verdad sabes tanto sobre mí como das a entender, no deberías decir eso. La gente cercana a mí muere o sufre un destino peor.

—¡No seas tan melodramático! —le espetó amenazándolo con el atizador.

—No soy melodramático, Sophie —replicó con los ojos chispeando como las brasas—. Estoy maldito y no me refiero al vampirismo. Vaya a donde vaya, un halo de muerte me sigue de cerca.

—Pues yo estoy vivita y coleando. Debe de ser una maldición de pacotilla porque llevo contigo más de cuarenta años. Pensándolo bien, creo que merezco un descanso.

—¿Un descanso? —preguntó William, recuperando el humor,

—Sí. En cuanto te vayas, voy a comer todos los dulces que quiera y volveré a beber hidromiel.

—No serás capaz —dijo entrecerrando los ojos.

—Oh, ya lo creo. Llevas años prohibiéndome beber. Cuando te vayas, podré hacer lo que quiera. ¡Como si me emborracho!

William resopló.

—Es por tu salud...

—Me da igual. No puedes quitarle a una anciana los pocos placeres que le quedan en la vida. Eso está mal, William —refunfuñó señalándolo con un dedo.

Él resopló para esconder una carcajada.

—¿Sabes lo que está mal, Sophie? —preguntó sacando un sobre de su bolsillo.

—¿El qué? —dijo mirándolo con desconfianza.

—Que vayas a descuidar tu salud cuando Wendolyn se ha molestado en transcribirte los remedios que, según me ha contado, eran de su bisabuela —dijo poniéndole el sobre frente a los ojos.

Los eternos malditos ✔️ [El canto de la calavera 1]Where stories live. Discover now