29. Lazos de sangre

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Wendolyn sonrió. Abrió la boca para comenzar, pero él la interrumpió:

—Pero antes... ¿Cuál es tu segundo favor? Siento curiosidad.

—Tal vez sea demasiado... —murmuró.

—Wendolyn —dijo con firmeza—, que quieras darle a Sophie tus remedios es algo que te agradezco mucho, no sabes cuánto. Los escribiré de buen grado y no me es ningún inconveniente. —Se detuvo y frunció el ceño: no era eso lo que pretendía expresar—. Lo que quiero decir es que lo considero un favor hacia ella, no hacia ti. Así que, cuéntame qué es lo que quieres para ti.

Tras largos segundos de vacilación en los que William no la apremió en ningún momento, se animó a hablar.

—Se trata de mi familia —dijo con cautela.

—Continúa.

—No sé cómo están o la clase de vida que llevan en la aldea después de que yo matara al barón, pero desearía poder traerles aquí. No sé siquiera si es posible, ni si os estoy pidiendo demasiado —se apresuró a decir—. No quiero abusar de vuestra amabilidad...

William alzó una mano y ella enmudeció.

—¿Deseas despedirte de ellos antes de partir?

Wendy no esperaba esa pregunta y tardó en hallar la respuesta. De nuevo, él no la apremió.

—No quiero verlos. Creo que es mejor así —contestó, estrujándose las manos—. Solo quiero que estén bien —confesó en un susurro apenas audible.

—De acuerdo. Me encargaré de enviar a alguien para que los escolte hasta aquí si lo desean. Sophie se encargará de acogerlos y de que no les falte de nada.

—Gracias —dijo inclinando la cabeza.

—No las merezco. Ahora, comencemos. ¿Cuáles son esos remedios que tanto han ayudado a la señora Loughty?

Wendy sonrió y comenzó a hablar. La pluma se deslizó sobre el pergamino con rapidez en un elegante baile mientras el vampiro transcribía sus palabras

 La pluma se deslizó sobre el pergamino con rapidez en un elegante baile mientras el vampiro transcribía sus palabras

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Casi una hora después, William llamó a la puerta de Sophie y esperó a que contestara.

—¿Quién es? —le llegó la voz quejumbrosa de la anciana.

—Soy yo —se limitó a contestar.

—¡Oh! ¡Soy yo! —replicó burlona—. Mejor vete por donde has venido, no quiero verte.

El vampiro soltó un suspiro exasperado.

—Sophie... No tenemos tanto tiempo como para que lo perdamos con enfados infantiles.

Escuchó el ruido del bastón sobre el suelo de piedra y su respiración agitada.

—¿Infantiles? —dijo cuando abrió—. ¡No son infantiles! ¡Tengo todo el derecho a estar enfadada! —añadió apartándose para dejarle pasar.

Los eternos malditos ✔️ [El canto de la calavera 1]Where stories live. Discover now