Capítulo 12

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Los abuelos deberían ser eternos. Cada vez que pensaba en que eran los seres más especiales de la vida, recordaba a mi abuela por parte de padre. Ella era una anciana con el cabello más blanco y precioso de todos, tenía dos gotas azules, como una pintura encantadora, por ojos. Una vez me encontraba junto a ella en aquella gran terraza de mi casa. Recuerdo que ese día llegué llorando porque una de las tantas niñas que estudiaba conmigo había dicho que yo era un ser despreciable.

Esa tarde se acercó a mí, acarició mi cabello con dulzura y luego susurró en mi oído que las palabras se las lleva el viento y que todo, en un día, podía ser olvidado. Desde ese día entendí que las promesas y las dulces palabras se olvidan con el paso de los años, el tiempo es el mejor consuelo para cualquier persona. Pero en mi realidad, en la puta vida real, eso no es así.

Aquí estoy, frente Seth, sin decir ni una palabra. Mi mente estaba entrando en un estado de Shock, me había dado cuenta de algo que por mucho tiempo estuve negando, no quería reconocerlo. No me sentía lista. Entonces comencé a rogar que cayera desmayado en los próximos segundos y que olvidara lo que me acababa de decir. O que una ráfaga de viento lo cubra por completo, lo levanté y lo bote para que, cuando despertara, no estuviéramos en ese pequeño momento de su vida, de nuestra vidas.

— Katherine — sostuvo mi barbilla entre sus dedos —, ¿estás bien?

¿Lo estaba? Claro que no. Ahora sus manos ya no me parecían suaves, todo lo contrario, las sentía ásperas, torpes y bruscas. Creo que para ese momento el telón del teatro ya había caído. No quería repasar todo lo sucedido desde que llegó Ian. Recordar la manera en la que me omitió me partía en dos pero, lo que más me dolía, era ver que hacia algo justamente cuando dejaba de sentir inseguridad por mi amor. ¿Por qué no lo hizo antes? ¿por qué me hacía sentir que soy un objeto al que no quiere perder?

— Si — estaba desorientada dentro de mis pensamientos, mientras él insistía en una respuesta —, solo quiero decir algo.

No te amo, pensé. Iba a soltar todo, expulsar las palabras de mi boca sin remordimientos. Él puso su mano en mi boca, cerró sus ojos y juntó nuestras frentes. Algo que no hacía desde hace muchos meses, sin embargo, ya no tenía el mismo efecto.

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