—¿Qué os ocurre? —intervino el esclavista sorprendido.

—¡Dímelo tú! —replicó furioso—. Su sangre tiene un sabor terrible. ¿Está enferma?

Se había levantado y lo miraba de forma amenazadora.

—¡No! Está sana, ya la examinó un médico...

—Esos médicos humanos de pacotilla que tenéis no son garantía suficiente, están a un paso de ser unos matasanos. —Escupió una vez más y volvió a tomar asiento—. Sana o moribunda, ningún vampiro la comprará —dijo, señalándola con ademán despectivo—. No deberías molestarte en llevarla a Puerto Esclavo. Si fuera tú, intentaría venderla en Trebana. Es joven y tiene un rostro agradable, tal vez la quieran en algún burdel. —Anotó algo más en su cuaderno y, dando el tema por zanjado, dijo—: Trae al siguiente.

Pero cuando el esclavista la empujó para que caminara, la esclava no se movió. Permaneció con los pies anclados en la cubierta y los puños apretados.

—No —dijo con el rostro lívido—. Quiero ir a Puerto Esclavo para servir a los vampiros de Vasilia.

Elliot la miró estupefacto. ¿Quién en su sano juicio querría servir a vampiros? ¿Ese era su plan? ¿Por eso no huyó cuando tuvo oportunidad? Era absurdo.

El esclavista tomó las cadenas que apresaban sus muñecas y tiró. Ella se resistió y fue él quien terminó cayendo al suelo.

—Quiero ir a Puerto Esclavo —repitió en medio de un gruñido.

—¡Qué diablos! —exclamó el esclavista.

Echó mano del látigo que pendía de su cinto, pero el catador se lo arrebató. Se plantó frente a la joven con ojos encendidos y amenazadores. Elliot hizo ademán de intervenir, pero se contuvo a tiempo. A nadie ayudaría que intercediera por la esclava y ella misma le había pedido que no se metiera.

—Me trae sin cuidado lo que quieras, esclava —siseó el vampiro—. Tu sangre es repugnante, así que puedes abrirte de piernas en Trebana o morir.

De un rápido movimiento, cortó el aire con el látigo y aprisionó su muñeca. Tiró con fuerza y, esta vez, la esclava no pudo oponerse y cayó de bruces al suelo. Aprovechó que estaba desprotegida para golpear su espalda. La joven se estremeció, pero no se quejó. La sangre comenzó a manar del corte y tanto el catador como Elliot arrugaron la nariz: no resultaba en absoluto apetitosa.

—Como tu sangre no vale nada, no tengo problema en derramar hasta la última gota para enseñarte cuál es tu lugar.

Aunque Elliot había luchado por no intervenir, no pudo contenerse cuando el vampiro levantó el brazo para volver a azotarla.

—Puede que su sangre no valga nada —intervino en el tono más calmado que pudo lograr—, pero, como bien habéis dicho, su cuerpo sí. Dudo que le guste que dañéis su mercancía —dijo y señaló al esclavista con un ademán de cabeza.

Había desenvainado a Radomis y fingía afilarla; esperaba que el sonido actuara como una amenaza silenciosa.

El catador miró al esclavista. Podía verse en su rostro que no le agradaba que marcara la piel de su esclava, pero tenía demasiado miedo de enfrentarlo. Se volvió de nuevo hacia la joven y alzó el brazo para golpearla. Elliot temió que sus palabras no hubieran logrado persuadirlo, pero suspiró aliviado cuando restalló el látigo junto a su cabeza pero sin tocarla. Pretendía asustarla, pero ella ni siquiera parpadeó.

—Terminemos con esto —siseó, sentándose de nuevo frente al escritorio.

Dos hombres del esclavista levantaron a la joven y la encadenaron junto a los que ya estaban catalogados.

Los eternos malditos ✔️ [El canto de la calavera 1]Where stories live. Discover now