— Por que me puse a investigar que era una cita, ya que era uno de los requerimientos para que aceptaras... Ser mía.—

Hablaba tan rápido. ¿Se suponía que debía hablar así? La última frase hizo que mi corazón se agitara, a la vez me hizo sonreír con su comentario. Esa pausa entre lo primero y el "ser mí" le había dado cierto toque.

  — Si, es lo que hacen los caballeros.—  Le contesté con sinceridad. O al menos se supone que hacían los hombres, detallistas. Aunque sucedía cada vez menos. Es más era algo que ya ni se veía, y sin embargo era algo que anhelaba encontrar en un hombre.  Me giré hacia él.

  — Gracias Nahek.—  Le contesté con genuino agradecimiento. Y le sonreí sin poder evitarlo.

Nahek solo sonrió, con inocencia y satisfacción. 

— ¿Se puede saber a donde me has traído?—  Le pregunté distrayéndome de esa necesidad punzante que sentía por besarle y echarme en sus brazos, para acurrucarme en su pecho. 

— Este lugar era mi favorito para observar desde mi mundo, siempre quise ver de cerca esas pequeñas luces cintilando, es lo más cercano al cielo ¿sabes? Un lugar que nunca conoceré. Ustedes pueden trascender y ser inmortales, y bellos como las estrellas de su cielo. Pero yo nunca tendré ese privilegio. Lo más cercano a ese mundo es este lugar... Donde hay tantas luces como estrellas.—

Sus palabras eran melancólicas, y bellas. 

  — Creo que esas luces a las que te refieres son luciérnagas. —  Le dije.

  — Lo sé, así las llaman ustedes. Antes hace mucho tiempo cuando la ciencia, esos inventos raros y ese conocimiento que ustedes han adquirido... Se les consideraba algo que le pertenecía a la oscuridad, que eran mensajeras de Luzbel. Así que las atrapaban y mataban.—

  — ¡No puedo creer que quisieran acabar con una belleza así! ¡Es tonto e irracional! —

  — Ustedes tienen un instinto autodestructivo, muchos de ustedes quieren destruir lo que es más bello que ustedes, lo que consideran pequeño a sus ojos, lo que no entienden o pueden explicar. Quieren creerse dioses, destruyendo todo a su paso, y no saben lo afortunados que son de ser humanos. Desperdician ese regalo, el regalo de la vida. 

Dan por sentado que es algo por derecho que les pertenece, sin embargo son afortunados de llegar a este mundo, un edén terrenal que ustedes mismo están destruyendo. Se creen inteligentes, racionales y sin embargo esa soberbia los esta matando.—

Creo que Nahek si tenía el derecho a criticarnos, es decir, seguro llevaba siglos, una eternidad observándonos. Y ver como repudiábamos un mundo que el anhelaba conocer, nos hacia tontos e ilusos a sus ojos. En realidad tenía razón.

  — Seguro que has querido renunciar a tu trabajo varias veces.—  Dije bromeando.

Nahek sonrió. 

  — Es mi único propósito, a decir verdad no recuerdo mucho de mi origen, debo de tener un origen, un principio. No se si me force a mi mismo a olvidarlo, solo sé que mi propósito no es ser enemigo de aquella fuerza que mantiene el orden en los mundos, aunque en varias religiones le enseñen que soy enemigo de la luz, de la bondad. No lo soy... Sólo soy un paso para llegar a trascender a ese mundo prometido, a un lugar que se que existe, y nunca podré ir. Algunos lo llaman paraíso, cielo.—

  — Nahek. ¿Puedo preguntarte algo?— 

— Claro que si Adara.—  Me contestó con emoción. Hablar con él ahora era tan sencillo, él no era para nada como lo pintaban. Sólo cumplía con su trabajo. 

Cuando la muerte se enamoreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora