Capítulo 23

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EVAN

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EVAN

Me encontraba en una casa blanca y grande. A lo lejos se alcanzaban a ver un par de árboles y arbustos que ya antes había visto. Una mujer joven salió de la casa hacia el jardín, donde yo me encontraba sentado en una mesa con un libro en las manos. Aquella mujer llevaba una charola con dos vasos de limonada que nos obsequió a mí y a una chica que se encontraba a mi costado, solo que ella estaba dentro de la piscina. La reconocí de inmediato. Era la misma chica que dijo que era mi hermana.

—¿Te acuerdas de las vacaciones en la playa de hace tres años? —me preguntó Lexie—. Este año papá quiere que vayamos y que rentemos una casa.

—¿Por qué de repente quiere ir? —le pregunté.

—Por tú cumpleaños, tonto —dijo sonriendo.

—Pero tiene que ser antes —añadió mamá que había tomado asiento en la silla vacía—. Jaedan empieza su radioterapia en dos semanas.

Entonces recordé que estaba enfermo. Había estado yendo y viniendo al hospital infinidad de veces. A veces debía quedarme por días o incluso semanas.

¿Por qué recordaba eso?

—Iré al baño —dije levantándome de la silla mientras dejaba el libro sobre la mesa.

Entré a la casa y subí las escaleras. Caminé por el largo pasillo y abrí la última puerta color marrón y entré a la habitación. Me miré en el grande espejo del baño e intenté descifrar que estaba sucediendo. Mi cabello lucía diferente, estaba más corto y mi rostro estaba repleto de ojeras. Comencé a quitarme la camisa hasta que las vi. Tenía varias cicatrices en el pecho, otras por debajo de la clavícula, otra en cada costado del estómago.

Comencé a marearme, la cabeza me punzaba y podía escuchar mi respiración agitada. Abrí los ojos que no sé en que momento los había cerrado, y esta vez me vi en una sala de hospital.

—Tienes que ser fuerte —dijo mamá a mi costado.

Yo estaba acostado en una cama de hospital. Llevaba puesto una mascarilla de oxígeno en la nariz y otras cosas en la mano que estaban conectados a una máquina.

—Jaedan —me llamó mamá—. Eres un chico muy valiente.

—Mamá —susurré. Apenas y podía hablar, logré sentir la boca seca al igual que la garganta—. Estoy cansado.

—Lo sé —dijo entre sollozos—. Si ya no puedes más, yo estaré bien con la decisión que tomes. No quiero que sufras más.

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