Capítulo 13

221 9 0
                                    

EVAN

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

EVAN

—Por favor, no me lastimes.

Aquella chica que se encontraba amarrada en una silla desde hace una hora, me suplicaba por su vida en sollozos. Estábamos en el sótano o al menos como yo lo llamaba. Simplemente era una habitación sin nada adentro, paredes grises y aburridas.

Me coloqué los guantes de látex y tomé el pequeño frasco de vidrio para introducir el líquido en la jeringa. Ella me miraba asustada intentando retroceder en la silla, aunque era inútil debido a que estaba amarrada.

—Por favor, déjame ir, no le diré a nadie sobre ti, te lo ruego —suplicó sin dejar de llorar.

Dejé el frasco sobre la mesa mientras alzaba ma jeringa. La chica alzó la mirada para verme a los ojos, como no vio intenciones de que la soltara, comenzó a gritar desesperadamente entre lágrimas.

—¿Por qué haces esto? ¿Te gusta matar a las personas? —espetó con enfado.

—No disfruto haciéndolo —murmuré.

—Yo confié en ti. Pensé que eras un chico amable y dulce, pero eres todo lo contrario.

—Guarda silencio —le ordené.

—Si algo me pasa, vendrán por ti, te descubrirán y te...

—¡Cállate! —grité con dureza.

La chica me miró con repulsión. Entonces volvió a hacerlo.

—¡Ayuda! ¡Sáquenme de aquí! —gritó con desesperación—. ¡Alguien ayúdeme!

—Es inútil, aquí nadie te escuchará —dije con serenidad—. Las paredes tienen materiales aislantes de ruido. Aparte estamos aislados de todos.

La chica soltó aún más en llanto. Me acerqué a ella con la jeringa en mano, la levanté y la detuve en el aire. Apreté mi puño con la mano libre, odiaba tener que hacer esto.

—Eres un asesino —soltó con rabia—. Ojalá te encuentren y pagues por esto. Que te metan a la cárcel donde perteneces y que jamás salgas de ahí.

Suspiré abrumadamente. Llevé la jeringa hacia su antebrazo en silencio.

—No, por favor no lo hagas —añadió rápidamente—. Te juro que no dire nada si me dejas ir. Te lo prometo.

—Si no dejas de hablar, te colocaré algo en la boca para que la cierres de una vez.

—¿Que vas a hacerme? Suéltame.

La chica gritaba un sin fin de cosas.

—Lo siento —dije con honestidad, aunque no importaba que tan honestas fueran mis palabras, al final, no importaban.

Le inyecté el líquido en su antebrazo derecho al mismo tiempo que forcejeaba con ella para que no se moviera. Una vez que inyecté todo, retrocedí. Dejé la jeringa sobre la mesa, observándola desde una corta distancia. La chica comenzó a respirar ligeramente, sus ojos se entrecerraban y su boca exhalaba el aire con debilidad. Comencé a sentirme mareado y con náuseas, era algo que siempre me pasaba cada vez que hacia algo así. Era una sensación desagradable.

CORPSEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora