39. Emanuel

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Esteban llega justo cuando la madre de Damien le manda un mensaje a su hijo para decirle que podemos volver a subir.

Lore lo llamó, ella está tan rota como yo por todo lo que está pasando su amiga. Siente que tiene parte de la culpa por no haber insistido en que le confiese antes los detalles de su relación con el ex.

―Podría haberla ayudado, pero nunca pensé... ―lloró en el hombro de Alejo. Nos turnamos para apoyarnos en él, que parece el más sereno de todos nosotros. Damien está destruido y también se cuestiona su accionar con Martina.

Estuve lo que pareció una eternidad, sentado con la vista fija en nada, comiéndome la cabeza. No puedo explicar lo que duele ver a la chica que amás tan hecha mierda. No es tanto su aspecto físico, sino la falta de luz en su mirada.

Parece que fue ayer cuando me miró con los ojos brillantes y me confesó que quería dejar a Darío, y, sin embargo, la amo como si hubiesen pasado siglos, como si no conociese la vida antes de ella.

No podemos haber remado tanto para ahogarnos a metros de la orilla, no puedo permitirlo.

Mi mamá me llama de nuevo, esta vez, más calma.

―Voy ―dice y yo niego―. ¿Y vos? ¿Cómo estás? No sólo de los puntos, con esto, hijo ¿Cómo estás?

Mal. Ma, no sé qué hacer, cómo ayudarla.

Larga el aire, puedo sentir el ruido por el parlante del celular.

Quedarte con ella, eso podés hacer ―se resigna―. Si le dicen que puede viajar, o la podemos ayudar en lo que sea, ya sabés, se vienen a casa. O nos podemos tomar unos días y alejarnos. La verdad, Ema, tampoco sé que hacer en estos casos. Pobre Martina. ―Se interrumpe justo cuando estaba por largar una sarta de puteadas a Darío. Es que, si yo no estuviese tan preocupado por el estado de Martina, seguiría rumiando odio hacia su ex. Las ganas de matarlo no se me fueron, solo cambiaron de lugar en la lista de mis prioridades.

―Ma, tengo que cortar ―digo cuando entro al ascensor―. Te llamo cuando tenga novedades.

Te quiero, hijo.

―Yo también, ma.

Llegamos al departamento y Martina está sentada frente a una taza y un plato vacíos, eso me da esperanzas. Se nota que lloró mucho, tiene los ojos y la nariz roja y sus mechones castaños revueltos.

―Te amo ―le repito y la abrazo. Cristina se aleja a hablar por teléfono y al rato vuelve con novedades. Me hace señas para que vayamos a la cocina, Martina me mira con una expresión de abandono que me parte el alma ―. Ya vengo ―prometo y asiente. Damien ocupa mi lugar y la acuna como si fuese una nena.

―Ema, hablé con mi psicóloga, porque no sabía a quién más podía consultar. Me dice que, dado los síntomas que le expliqué, Martina tiene depresión clínica o algo así, la tiene que ver un psiquiatra. Me pasó el número y me dijo que nos espera en una hora, no sé si ella tiene obra social, o cómo vamos a hacer...

―Tiene Swiss, si no me equivoco, pará que le pregunto a Lore. ―Le hago señas para que se acerque―. Tiene Obra Social ¿No? ¿Le cubrirá?

―Sí ―contesta su amiga―. Ahí busco el carnet, lo lleva siempre en la billetera.

―Bueno, mejor, por lo menos una ―agrega Cristina en tono resignado―. Al menos eso no depende del hijo de puta ese ―termina con bronca y noto su propio dolor. Ella lo perdió todo cuando dejó al ex, está empezando de cero.

Nos tomamos un taxi la mamá de Damien, Martina y yo, y nos vamos al consultorio. El doctor Rossiano nos está esperando, nos saluda amablemente y hace pasar a Martina sola a un consultorio.

Entonces, me abrazó (Completa)Where stories live. Discover now