35. Martina

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Llegamos al HECA* en tiempo record. Ema está inconsciente y yo apenas puedo ver tras el velo de lágrimas.

―Venga por aquí, señorita ―me dice alguien y me separan de Emanuel. Lo llevan en una camilla a las corridas.

―...Y el tipo apareció de la nada, le quería pegar a la chica. La agarró del cuello y ahí el pibe, le puso una trompada y se trenzaron ¿viste? Y no aflojaban, no los podíamos separar. Me fui a buscar el matafuego para rociarlos, porque estaban como dos perros rabiosos... y cuando volví, el tipo estaba clavándole un vidrio al pendejo, así que le di con el fierro en la nuca...

―¿Nombre? ―me pregunta un oficial a mí y yo sigo escuchando el relato del taxista como si estuviese contando lo que le pasó a otro―. Nena, ¿nombre?

―¿Mío? ¿O de Ema?

―¿Ema es la víctima?

«Víctima».

―¿Cómo está? ―vuelvo a ponerme a llorar y el policía se impacienta.

―Siéntese ―ordena y alguien me alcanza un vaso de plástico con agua.

―La mamá, le tengo que decir a la mamá ―digo nerviosa. ¿Cómo le voy a decir a Soledad que a Ema lo apuñalaron? Las piernas me tiemblan.

―Ya nos comunicamos nosotros. Tu nombre...

―Martina Di Giacomo.

―¿Qué pasó? ―pregunta y yo relato lo que me acuerdo; pero por desgracia, no es suficiente. El policía sigue indagando más y más hasta que no me queda otra que explicarle las fotos.

¡Dios! Toda la humillación vuelve, y ahora me pega aún más fuerte porque, además, lloro por Emanuel. Lo hirió, Darío lastimó a Ema... Debí alejarme de él, si sabía, yo sabía que era capaz de esto y mucho más.

No puedo mirar al oficial a la cara, él llama a una policía mujer para que siga con la declaración a ver si eso me calma. No lo hace, sólo necesito saber si Ema está bien.

Cuando pasa una enfermera, la increpo.

―¿Cómo está? Por favor. Emanuel Aguirre ―repito su nombre para ver si pueden darme información.

―¿El chico del vidrio? ―Asiento―. Está bien, no fue grave. Lo están limpiando ahora, porque el vidrio se astilló...

―Perdió mucha sangre, se desmayó...

―No, tranquila ―me contesta con suavidad y eso me relaja un poco―. Se desmayó de la impresión, no por la pérdida de sangre. La herida requiere sus cuidados, pero no es profunda, sólo que el vidrio se rompió, así que hay que limpiar bien y asegurarse que no haya infección.

Largo el aire y me baja a mí la presión. Cuando creo que me voy a desmayar, unos brazos fuertes me sostienen.

―Damien ―digo con un hilo de voz y él me acompaña a una silla.

―¡A ver! ¡¿un hijo de puta apuñala a alguien y se va?! ¿Y ustedes están acá, haciendo que? ―Alejo está fuera de control, nunca lo vi así.

Se para frente al policía y no lo deja irse siquiera, el hombre lo mira con mala cara, denota poca paciencia.

―Damien, calmalo a él ―le digo―. Yo estoy bien.

―Alejo, amor ―lo llama.

―¡No! ¿Qué más necesitan para hacer algo? ¿Que viole a alguien más? ¿Que mate? Bueno, que me avisen; si los hijos de puta se pueden ir caminando, entonces, me convierto en uno. No tengo drama. Ganas no me faltan ―remata alzando la voz.

Entonces, me abrazó (Completa)Kde žijí příběhy. Začni objevovat