15. Martina

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Creo que nunca lloré tanto en mi vida.

Lorena me abraza y ya ni se gasta en preguntar, porque no puedo hablar. Llegué a balbucear un entrecortado «me dijo que me amaba» y ya no pude pronunciar palabra.

Sabía que lo iba a lastimar y lo hice. Y en el proceso, me hice mierda yo, pero eso no importa.

Lloro hasta quedarme dormida y a la mañana siguiente tengo dolor de cabeza y los ojos me arden como mil demonios.

No voy a la facu. En cambio, me tomo un cole directo a Ramallo.

«Te amo. No lo dije para que me des algo a cambio» las palabras de Ema me queman en el corazón y en la mente.

Ahora las cosas son más claras.

Lo que siento por él es más claro. Lo que significa querer a alguien comienza a tener otro significado para mí.

«No deber nada a cambio».

Mis papás llegan la semana que viene y en casa está Darío. Mi hermano aún está en la escuela cuando llego.

―Martina ¿qué pasó? ―pregunta preocupado al verme. Intenta abrazarme y yo me siento aún peor.

―Darío, no puedo más con lo nuestro. No puedo más, ni un segundo más. Se terminó lo veas o no ―sentencio sin siquiera decir hola.

―Martina...

―¡Se terminó! ―le grito por primera vez en la vida. Estoy tan sacada que quiero tirarle lo primero que encuentro por la cabeza. Creo que nunca estuve tan cerca de la histeria como en este momento.

―¿Hay otro? ―pregunta en tono superado. Esperando que le dé la razón y que así pueda dar vuelta esta charla.

―No ―contesto recordando que le rompí el corazón y que no existe más ni una chance con él―. Esto no se trata de nadie más, se trata de nosotros y lo sabés. Llevamos más de un año de peleas, desde que dije que me iba a ir a Rosario.

―No vamos a terminar por un capricho tuyo, Martina... ―dice en tono condescendiente.

―¡No es un capricho mío! ¡Y no podés obligarme a estar con vos! ―vuelvo a alzar la voz.

Camina hasta mí y me encierra contra la mesada de la cocina. Por primera vez en mi vida, tengo miedo que me peguen.

Darío parece más grande, algo en su furia lo hace ver como un gigante. Yo me siento pequeña y temerosa.

Él se da cuenta, pero no me da espacio. Hace que alce la mirada y me sostiene del mentón con firmeza, aunque sin llegar a lastimar. Mide su fuerza, me hace reconocerla y empiezo a temblar.

―¿Creés que te voy a pegar, Martina? ―Su voz suena suave y da más miedo.

Niego con la cabeza, que se mueve apenas por el agarre de Darío. Casi como si él la hubiese manipulado desde el mentón para indicar la respuesta.

Entiendo algo en este momento, algo que nunca vi antes envuelta como estaba en sus redes. No me va a golpear ―si puede evitarlo―. De la misma manera que uno no agarra con un bate de béisbol su Mercedes Benz cero kilómetro, Darío no me haría un magullón. Porque soy su propiedad, su propiedad más preciada.

Y hasta que él no decida que se cansó de mí, entonces, soy suya. Suya para que decida por mí y para que me use cuando quiera, igual que a un auto.

El miedo radica en conjeturar hasta dónde llegará para proteger su propiedad privada. ¿Será capaz de matarme antes de que sea de otro? ¿cuál puede llegar a ser su límite? ¿llegará a «eliminar» lo que él considera competencia?

Entonces, me abrazó (Completa)Where stories live. Discover now