37. Emanuel

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Estoy desesperado. Desde el momento en que viajé a Pergamino, que siento una terrible ansiedad, pero es imposible discutirle a mi mamá cuando se le pone firme. Y es inflexible al respecto: «No te vas a volver a acercar al loco ese».

No la culpo, si siente la mitad de la aprensión que siento yo al saber a Martina sola, se debe estar muriendo.

Se pidió ese día para estar conmigo y no me dejó en paz ni un segundo. Hoy no le quedó otra que volver a trabajar.

La herida pica como mil demonios y duele bastante cuando me tengo que parar. En cuanto los abdominales se tensan, siento los puntos tirar hasta que veo las estrellas. Lo bueno, es que no hago otra cosa que mirar pelis y comer ―casi igual que cualquier otra de mis vacaciones―.

El problema es que Martina no está conmigo. Mi vieja me dijo que le diga a ella de venir, que yo no me voy a mover así tenga que atarme a la cama, pero Martina no contesta el teléfono.

El primer día, pensé que era por los trámites e intenté ―sin mucho éxito― no darle importancia. El segundo, ya más desesperado, pensé que quizá había cambiado el número luego de los interminables acosos; a mí también me llaman todo el tiempo y terminé cerrando mi cuenta de Facebook para que no me etiqueten más en esa publicación de mierda. Hoy, su número me da directo al buzón, los WhatsApp quedan en una tilde gris, y su cuenta de Facebook sigue abierta.

Yo: Lore, Sabés algo de Martina?

Lore: No, te iba a preguntar lo mismo. Pensé que había cambiado el celu.

Yo: si lo hizo no me dijo nada.

Yo: Damien, a vos te dijo algo Martina?

Damien: No. Estoy llamando pero me da apagado.

―Ema ¿Qué pasa? ―pregunta Alejo ni bien llega con facturas. Se vino con nosotros a Pergamino a quedarse conmigo, se lo agradezco, estar en reposo es un embole.

―Martina no contesta.

―Debe haber cambiado el celu ―intenta con su argumento racional.

―No es eso, Alejo. Estoy seguro de que es algo malo.

―Ema... ―Me mira con preocupación. Intento pararme y me duele todo, mi amigo me ayuda.

―Tengo que ir a Ramallo, tengo que ver cómo está. Su Face está abierto todavía, le llueven mil insultos. Necesito estar con ella, boludo ―termino casi llorando. Tres días sin saber nada; el último mensaje que sí le llegó, tiene un visto.

―A Ramallo no vas ―sentencia firme y empiezo a enojarme con él.

―Martina me necesita, estoy seguro y...

―¿Y esperás que yo sea cómplice de cómo te vas de cabeza a que te caguen a trompadas de nuevo?

―Yo por vos...― le recrimino y me interrumpe.

―Vos por mí hiciste lo mismo, ¿o acaso me arengaste a que vaya a cagar a trompadas al padre de Damien o la boludez que sea que esté en tu cabeza ahora? Nah, fuiste centrado cuando lo necesitaba y ahora me toca a mí ―contesta molesto.

―Perdón. Es que... no sé qué hacer. Sé que está mal, lo sé. Yo estoy mal, pero ella... ella... Alejo, supongo que entendés lo que Darío le hizo. No fue consensual por más que todos digan lo contrario ―empiezo a llorar esta vez en serio, no son sólo un par de lágrimas.

―Sí, lo entiendo ―dice más calmado.

Me abraza y yo me dejo caer en él. Mi amigo también tuvo una mala experiencia sexual, de esas que la gente no cataloga de violación por más que si lo sean.

Entonces, me abrazó (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora