32. Emanuel

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Estamos todos cansados, felices, sensibles y emocionados.

La madre de Damien está muy lastimada. No se trata de las marcas de golpes ya curados, se trata del miedo, de la vergüenza. La veo y no puedo dejar de pensar que Martina estuvo cerca.

La abrazo con más fuerza, no pienso soltarla. Ella también lo ve y tiene miedo, miedo de encontrarse tan sola como Cristina.

Ahora estamos para ella.

―Vamos ―le digo luego de un beso eterno. Ella asiente.

Ayudamos a juntar los restos, acomodar las cosas en su sitio y limpiar, y nos vamos a su departamento. Lore se quedó con Esteban y en el mío, la familia de Alejo se acomodó entre camas, colchones y futón.

Alejo no se va a separar de Damien esta noche. Ellos también sufrieron mucho.

―Ema ―Martina me mira a los ojos cuando cruzamos la puerta de su casa―. ¿Te vas a quedar conmigo? No hoy, me refiero...

―Sí. Sí, mi amor. No tenés que volver... ―prometo con el corazón en la mano.

La beso y ella a mí. Ya no quiero hablar, no hay lugar para charlas. Mi lengua entra en su boca y siento su sabor dulce. Martina gime y yo le quito el vestido, ansioso por sentir su piel.

Ya no hay timidez entre nosotros, no se cubre ni se avergüenza de su cuerpo frente a mí. Sabe que es perfecta, que me vuelve loco. Lo que ella ve como imperfecciones, para mí son detalles que la hacen única: El rollito de su panza, sus caderas anchas, sus pecas y lunares, todo en ella es hermoso.

Martina también me mira a mí como si yo fuese un adonis, eso me divierte un poco, aunque más me excita. Me pone a mil que me coma con los ojos, que se desespere por tocarme, por complacerme y complacerse.

Me desviste y sonríe al ver mi última prenda.

―Es nuevo ―digo con voz cortada y ella se ríe.

―¿Corazones? ¿Quién dijo que el romanticismo está muerto? ―bromea y cuando tira del elástico de mi bóxer, mi risa se atora al igual que la tela.

―¿Muerto? Más vivo que nunca ―río. Estoy tan caliente, tan duro. Las semanas lejos de ella se me hicieron eterna.

Quedo desnudo frente a ella; Martina se quita el corpiño ante mí y se deja el culote rosa. Creo que empiezo a delirar.

Toma la iniciativa y yo me dejo llevar. Me cuesta no abalanzarme, no inmovilizarla entre mi cuerpo y le colchón y hacer lo que vengo soñando hace semanas.

Me monta y mi pene acaricia el retazo de tela rosa.

―Martina...

―Ya podemos hacerlo sin nada ―dice y me besa. Volvió a tomar la pastilla antes de irse y, por costumbre, nos hicimos los estudios. Capaz otra persona sea menos maniática que yo, pero Alejo me pegó sus precauciones y se lo agradezco.

Sigue con su lengua en mi boca y yo pego su cuerpo al mío para sentir sus senos sobre mi pecho. No quiero hacerlo rápido, quiero dedicarle todo el tiempo del mundo. Pero de querer a poder, hay una distancia abismal.

Martina sigue besando, ahora mi cuello, mi pecho y más abajo.

―Amor, si hacés eso no voy a durar.

Me sonríe como respuesta y yo me estremezco. No se apiada de mí y se mete mi pene en la boca. Me quedo sin aire.

Siento sus labios rodeándome, su lengua me acaricia, el calor y la humedad de su boca me envuelve...

―Martina ―suplico.

―Ema ―me responde y su aliento me hace cosquillas. Vuelve a subir hasta quedar montada y yo empiezo a tirar de la tela de su culote, desesperado.

Paso mi mano por debajo, buscando, acariciando, intentando darle tanto placer como ella a mí.

La veo pararse al lado de la cama y se baja el culote quedando completamente expuesta. Me siento, incapaz de mantenerme quieto un segundo más.

Me llevo sus pezones a la boca y succiono hambriento. Me arrodillo en el piso ahora y sigo bajando por su vientre y más, hasta su entrepierna. Ella se aferra a mí para no perder el equilibrio y yo la insto a volver a la cama y montarme, pero esta vez, no sobre mi ingle, sino sobre mi cara. Quiero seguir saboreándola.

Una cosa es que quiera ir arriba, llevar el control, y otra, que me niegue semejante manjar.

La beso, lamo y saboreo. Ella se agarra del cabezal de la cama y la siento retorcerse por placer, eso me empuja a mi propio límite.

Exploro con mis dedos la entrada a su cuerpo, buscando llenarla mientras yo me sacio de ella.

―Ema ―me llama con voz cortada y yo intensifico el ritmo con mi lengua. La escucho repetir mi nombre, hasta que ya no hay lugar para palabras y sólo quedan gemidos.

Acaba así, con mi boca dándole placer, bebiendo hasta el último espasmo. Le lleva un par de segundos recuperar el ritmo de su respiración.

―Te amo ―le digo y ella me sonríe.

―Yo también, pero no creas que terminé con vos...

Su promesa me hace arder por la expectación de entrar en su cuerpo sin ninguna barrera. Baja hasta quedar sobre mi pene y se lo introduce.

Está húmeda y más que lista. Se siente tan bien que gimo en cuanto me toma por completo y comienza a moverse.

Lo hace lento, casi una tortura. Se levanta hasta que solo la punta de mi pene queda dentro suyo y luego baja hasta el fondo.

Poso mis manos en su cadera y marco el ritmo con ella. Las sensaciones me abruman y me embriago todos los sentidos:

El tacto con su piel, el aroma de su orgasmo, el sabor de Martina en mis labios, el sonido de sus gemidos y, sobre todo, la vista; su cuerpo me regala un show erótico sin igual, moviéndose arriba y abajo sobre mí, deleitándome con lo que hace.

Su pelo castaño rojizo revuelto, sus ojos marrones que ahora son todo pupila, su boca roja, hinchada por mis besos y su piel sonrosada... Si estoy muerto, entonces llegué al paraíso.

―Martina ―la insto a ir más rápido cuando ya no puedo más. Siento la tensión de un inminente orgasmo ―. Por favor, mi amor.

―Sí ―dice y lleva su mano justo donde nuestros cuerpos se unen y comienza a tocarse mientras yo embisto con furia.

Verla darse placer, me empuja a la locura. Pierdo el control de mis estocadas y arremeto desesperado. La siento gemir, tensarse sobre mí y ya no puedo pensar.

Acabo dentro de ella con fuerza. Alzo mis caderas levantando el cuerpo de Martina con el mío.

―Ema ―suplica y sigo moviéndome en su interior hasta derramar la última gota. Y aún después; hasta que siento los espasmos de Martina en torno a mi cuerpo saciado.

Cae rendida sobre mí y yo apenas si puedo reaccionar.

―Te amo ―me dice y murmuro un «yo también» sin aliento.

Cuando al fin podemos movernos, nos bañamos y volvemos a la cama; ahora sí, para dormir y empezar al otro día, un año en el que ya no tengamos que separarnos más.

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Entonces, me abrazó (Completa)حيث تعيش القصص. اكتشف الآن