―Tengo que hacer algo. Por favor, ayudame a hacer algo ―suplico entre hipos.

―Vamos a llamar a su casa de Ramallo ―propone―. Averigüemos si Martina está ahí, qué pasó con Darío, si sigue en cana, si salió.

Buscamos el teléfono fijo en internet y llamamos. Nadie atiende y yo camino por mi casa de punta a punta. Los puntos me están matando, pero peor es mi cabeza que no deja de mostrarme malos escenarios.

Martina herida a manos de su ex es el peor de todos.

―Hola ―escucho que mi amigo habla y le arrebato el inalámbrico.

―Hola ―digo yo.

―¡Dejá de llamar, forro! ¡Ojalá te pise un camión! ―me llega una voz del otro lado que reconozco de inmediato.

―¡Tiago! Soy Ema, no llamo para molestar ―me apuro a decir antes de que corte―. Tiago...

―Pasame con Martina ―dice y me descoloca.

―Llamo para hablar con ella ¿no está ahí?

―No. Se fue, mi mamá la retó y ella se fue. ―Siento como sorbe por la nariz―. Pensé que se había ido con vos, porque me dijo que eran novios antes de que Darío diga cosas malas de ella.

«Diga», Dios le conserve la inocencia un par de años más. «¿Antes?» eso me cae como un baldazo de agua helada; trato de no analizarlo ahora, porque no puedo interrogar a su hermano en este momento.

No quiero preocuparlo más de lo necesario, al fin de cuentas, es un nene de once años que espera que un adulto tenga la situación bajo control. Dado que sus padres son unos pelotudos, está esperando que el responsable sea yo.

―¿Darío anduvo por ahí estos días? ¿Antes de que Martina se vaya? ―pregunto con un nudo en la garganta.

No. Cuando vino, Martina ya se había ido.

¡Qué raro! Los padres, aun sabiendo lo que pasó, le abrieron las puertas de su casa.

―Bueno, no te preocupes ―intento que mi voz no transmita cuán asustado estoy yo―. En cuanto hable con ella le digo que te llame ¿sí?

Sí ―contesta bajito antes de cortar sin siquiera decir «chau».

Me dejo caer en el sillón con una mueca de dolor.

―No está en Ramallo, no está en Pergamino, sólo me queda un lugar ―le explico a mi amigo.

Alejo toma el celu y llama a alguien.

―Damien, amor ¿me hacés un favor? ¿Te vas al departamento de las chicas y te fijás si Martina está ahí? Sí, dale, y llamame ni bien sepas algo.

Yo agradezco en silencio y Alejo prepara unos mates mientras esperamos. Por increíble que parezca, hoy prefiero los lavados, fríos y artificialmente endulzados de Martina.

Intento no volver a llorar, no pensar en qué puede haber pasado.

―Va a estar bien ―me consuela Alejo. Lo malo de mi amigo es que es pésimo mentiroso―. Vas a ver, seguro necesitaba espacio. No es fácil por lo que está pasando.

Sé que no es fácil, por eso también sé que ella no está bien. Padres ausentes, problemas alimenticios, abusos físicos y psicológicos, acoso verbal, humillación ¿cuánto más puede aguantar sin quebrarse? Que haya llegado a los dieciocho ya es, de por sí, un logro inmenso. Muchos hubiesen caído en adicciones peores que la comida, en autoflagelación, en suicidio...

¡Dios! ¿Dónde puedo apagar mi cerebro? Si sigo pensando, voy a enloquecer.

El celu de Alejo suena y por poco lo atiendo yo.

Entonces, me abrazó (Completa)Where stories live. Discover now