―Amor ―intenta Damien cuando la oficial mujer se suma a su compañero―. Calma, ya lo van a agarrar ¿sí?

―Señorita, si va a hacer la denuncia le corresponde la seccional quinta ―dice el policía ignorando a Alejo que se pone más fastidioso.

Yo asiento con la cabeza y los dos oficiales se van a hablar con el taxista para ver si también va a prestar declaración.

―Está bien ―explico el parte médico de Ema con poca fuerza―. Ya me dijeron que no fue grave.

Damien me pasa un brazo por encima de mi hombro y con el otro, acerca a Alejo a su pecho. El amigo de Ema está por llorar y yo me siento fatal.

Es todo por mi culpa.

―Me voy a la comisaría ―digo al rato poniéndome de pie. No soporto estar más sentada sin novedades, mirando a los ojos de un Alejo que se muere de dolor y un Damien triste por no poder hacer nada.

Necesito hacer algo, ayudar en esta tragedia que desencadené con mi egoísmo. ¿De dónde saqué que podía estar con Ema? ¡Dios! ¿Cómo pude ser tan forra de involucrarlo en mis problemas?

¿Y si la próxima no termina en una herida superficial? Por lo menos, voy a dejar constancia de lo que pasó para que Darío no se le pueda acercar nunca más a Emanuel. Si tiene un problema, que sea conmigo; si va a herir a alguien, que sea a mí.

Hago dos pasos y me tambaleo. Damien, otra vez, corre a sostenerme.

―Sentate ―ordena―. Después vamos a la seccional; ahora voy a buscar un Gatorade, o algo así, que estás muy pálida.

No quiero que se vaya, pero lo dejo marchar de todos modos. Con Alejo nos quedamos en silencio, no sé qué decirle; hirieron a su amigo por mí, apenas si puedo dejar de mirar el piso.

―Alejo, perdón ―le digo con poca voz.

―¿Perdón por qué? Martina, ¿no estarás pensando que te culpamos a vos?

«Sí, eso es exactamente lo que pienso».

Me quedo callada y Alejo empieza a andar nervioso, agarra su celu y se pone a escribir mensajes. Es claro que está hablando con la mamá de Ema.

Damien vuelve, lo besa en la frente antes de acercarse a mí y pasarme una botella de Gatorade azul. Sorbo un poco y lo demás me queda atorado en la garganta.

En el pasillo, a unos veinte metros más o menos, Darío viene caminando. Estoy segura de que mi cara, de por sí blanca, pasó a transparente. Damien me mira asustado, pensando que tuve otro bajón de presión, hasta que nota que no puedo desprender mis ojos de un punto detrás de él.

―¡Ese hijo de puta! ―levanta la voz.

―Damien... ―intento calmarlo―. No hagas una locura.

Pongo mi mano sobre su pecho que late acelerado e intento serenarlo; concentrada en eso, no caigo en que Damien no es la amenaza mayor.

Alejo pasa por nuestro lado a la velocidad de un rayo. Ema me dijo que no debía dejarme engañar por su aspecto nerd, que su mejor amigo era bueno en los deportes; no imaginé que tanto.

Damien y yo salimos tras él, pero ni con una moto lo alcanzaríamos; hace los veinte metros que lo separan de Darío en un tiempo que envidiaría Usain Bolt.

Mi ex, que tenía sus ojos fijos en mí, tarda en darse cuenta de que a diferencia de lo que pensó, no estoy sola. En cuanto comprende que Alejo está dispuesto a írsele al humo, ya no tiene tiempo de huir; aun así, lo intenta.

Entonces, me abrazó (Completa)Where stories live. Discover now