37 | Deseo.

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Un sinfín de sonidos comunicatorios de animales, se podían oír con claridad desde la terraza, frente al cuarto donde me hospedaba. La puesta de sol cobijaba la naturaleza espesa que bañaba todo el sitio. Era un paraíso.

Mario estaba hablando por teléfono, cerca de la piscina en el patio trasero. De vez en cuando me miraba y sonreía. César apareció a mi lado, sentándose sobre el barandal de seguridad. Mordía una manzana verde y apoyó sus pies sobre la silla donde yo estaba sentada.

— ¿Qué piensas?—Preguntó, dándole otro mordisco a la fruta.

—Que todo esto es ridículo. —Murmuré con los dientes apretados, casi maldiciendo cada palabra. César frunció sus cejas, confundido. –Se supone que quieren matarnos a las dos y ella está aquí en este paraíso, teniéndolo todo, con tres malditos anillos de seguridad y yo estoy a punto de morir todos los días en Medellín.

César terminó de comer, sin decirme nada. Mario seguía hablando por teléfono, pero ya no me miraba. Por mi cabeza pasó la pregunta de con quién tanto hablaba, sin embargo me abstuve de preguntarle.

—Es porque ella no está en riesgo. –Dijo César de la nada. Lo miré curiosa, sin entender. –Sí, bueno es que... es a ti a quien quieren muerta.

— ¿Me mintieron?—Cuestioné incrédula. Él se encogió de hombros, arrojando a los matorrales el corazón de la manzana. –O quién miente eres tú.

César rió. 

—No te mentiría en nada. No puedo hacerlo.

— ¿Es esa otra orden de tu "Patrón"?

—No. Así él me ordenara que te mintiera, no puedo hacerlo. No puedo mentirte.

Lo miré por un par de segundos, emocionada por la cantidad innumerable de posibilidades que aumentaba parpadeando delante de mí, anunciándome que podía tener respuesta a muchas de mis preguntas.

—Claro que siempre puedo quedarme callado. –Se apresuró a agregar sonriendo y yo negué con la cabeza.

— ¿Qué sucede? ¿Por qué quieren matarme? No existe ninguna deuda ¿verdad?

—Sí existe, pero no en la manera que ellos te dijeron. –Espetó, poniéndose de pie. Lo imité, quedando frente a él.

— ¿Entonces de qué manera?

César se lo pensó, colocando tensión en medio de nosotros. Mario ya no estaba abajo y el sol se había ocultado por completo. Farolas que despedían luz blanca, se encendieron iluminando los alrededores del lugar, pero las sombras cubrían la piscina. Escuché un respiro profundo de parte de mi guardaespaldas y finalmente contestó.

— ¿Recuerdas lo que te dije del Factor Motivacional?—Hice memoria, recordando que él me había dicho que yo era el Factor Motivacional de su trabajo y del trabajo de Ellos y asentí a pesar de que él no me podía ver — ¿Por qué no unes las pistas? Tienes muchas.

Y sin más se retiró. Yo sonreí porque tenía que pensar y unir piezas de un Puzzle que parecía ser enorme.

César se chocó con alguien en la puerta y esa persona encendió la luz del cuarto, que me encandelilló por completo. Mario caminó dentro, cerrando la puerta y se lanzó sobre la cama.

— ¿Ahora tu guardaespaldas es tu mejor amigo?—Preguntó con tono de burla y yo di zancadas hacia la puerta.

— ¿Tienes algún problema con eso?—Le pregunté, azotando la puerta detrás de mí.

El lujo de la hacienda era demasiado ostentoso para mi gusto. Todo estaba tan perfectamente acomodado, limpio y perfecto que me enojaba cada que veía a Yaneth. Siempre la imaginé en un cuarto sin ventanas, durmiendo en un colchón en el piso y recibiendo comida por una ventanilla de la puerta. Nunca pensé que estuviera viviendo como reina.

SANGRE Y PÓLVORA │COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora