36 | La hacienda.

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Cerré la puerta del taxi de César y me encaminé hacia el nuevo sitio donde residía Mario. Él, estaba en la calle jugando fútbol con unos niños y con un balón dañado y viejo. Corría con el balón y luego hacía pase a sus compañeros. Una sonrisa en su rostro que yo desconocía, era la que predominaba y una gran curiosidad por seguir viéndola, me atacó de repente.

Cuando se fijó en mí, detuvo el juego. Los niños comenzaron a hablar entre ellos y a tomar agua, en uno de los pasacalles. Él, por su parte se quitó el sudor de la frente con la camisa.

—No te esperaba por aquí. –Comentó, acercándose.

—Sí, bueno, yo necesito hablar contigo. –Dije directamente, evadiendo sus ojos. 

Siempre me habían intimidado.

— ¿Acerca de qué?—Inquirió, pateando de vuelta un balón que había llegado a sus pies.

Procedí a explicarle todo con lujo de detalles. Él, había sido muy discreto a la hora de guardar el secreto del homicidio que había visto en mi casa. Algo me hacía confiar en él acerca de todo. Escuchó con sumo cuidado y recibió una bolsa con agua que le ofreció uno de los chicos.

Cuando llegué a la parte de que él se quedaría conmigo esos dos días que estaríamos en la hacienda, sus ojos brillaron. No quería sonar prepotente, pero estaba más que claro que lo que le importaba en realidad era pasar el tiempo conmigo. No sabía exactamente si comenzaba a zafarme de él o si ya había iniciado el proceso de olvido.

Finalmente asintió y respiró hondo, como si todo le fuera de gran sacrificio. La verdad era que así era; su vida corría riesgo y todo por hacerme un favor. Algo dentro de mí se sacudió con su ayuda y sonreí.

—Hay que intentarlo. –Dijo, rascando su nuca. Un chico se acercó y Mario revolvió su cabello largo y rojizo, creando una risa por parte del niño.

— ¿Ella es Fanny?—Preguntó el pequeño, señalándome. Negué con la cabeza, apretando los labios. Mario me miró y luego miró el chico.

—No, ella no es. –Le dijo, apretando los dientes, como si el nombre de "Fanny" estuviera prohibido de pronunciarse.

Sentí nuevamente la decepción y la ira, acumulándose en mí. Bufé inaudible y rodé los ojos cuando ellos desviaron la mirada. Mario reía por algo, pero yo no oía nada. Luego un silbido me llegó a los oídos y me giré, buscando el origen y César me apuró a través de señas.

—Bueno ¿Qué dices? ¿Me harás el favor?—Apuré, cambiando el peso al otro pie.

—Claro, iré a alistar mis cosas ¿A quién debo de dárselas?

—A César. –Dije, saliendo disparada hacia donde mi guardaespaldas. El susodicho me preguntó qué tal me había ido y le dije, incluso le conté acerca de "Fanny" y César sólo rodó los ojos, restándole importancia. Estaba claro que él pensaba en opciones como "Es la hermana" o "Es la amiga de la infancia".

Pero yo no.

Esperamos unos quince minutos y entonces Mario salió, con una maleta pequeña y con su casco en su otra mano. Llevaba las rodilleras, coderas y demás cosas puestas listo para viajar. Le entregó la maleta a César y este la introdujo en el baúl del coche.

Mario se alejó, entrando en la cocina de una especie de restaurante al aire libre, y rato después su moto lo acompañaba. César me giró del brazo y me vio a los ojos.

—No te preocupes, todo saldrá bien. Estarán solos únicamente durante los retenes. Luego tendrán compañía de parte de Rafael y por supuesto de mí. Los escoltaré hasta la salida de la ciudad y tomaré la otra carretera. —Aseguró con confianza en sus ojos.

SANGRE Y PÓLVORA │COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora