03 | Enemistad.

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El apartamento lucía más... normal con todas las cosas que había encontrado en las cajas. Eran arreglos para mi cuarto, para la cocina y la sala. No pude agradecerle a mamá, ya que Rafael me envió un mensaje diciendo que él le daría las gracias por mí, pero que no la llamara por nada del mundo. No tenía más opciones.

En otra ocasión había declinado por la opción difícil y mi respuesta habría sido No. Pero de verdad, necesitaba esas cosas y era difícil vivir sola por primera vez, sólo con dos platos y dos vasos.

Dejé mi bolso colgado en el perchero de la cafetería y me puse la gorra, introduciendo mi cabello recogido en una coleta por el agujero trasero de la misma. Le envié un texto a Rafael y metí el teléfono en el bolsillo de mi delantal y tomé la libreta. Salí y por desgracia vi que Viviana ni siquiera había bajado las sillas de sobre las mesas, así que me puse a eso.

Fui por un pedazo de tela para limpiar el polvo invisible de las mesas y de las sillas y vi entrar a Carolina, ya con el uniforme puesto. Era claro que ella había llegado hace rato y no era como si yo hubiera llegado tarde, era sólo que ella siempre llegaba media hora antes. Viviana y yo no sabíamos si era por agradar de más a William o por algún motivo clandestino.

—Deja eso. Yo lo hice cuando llegué—. Dijo Carolina bajando las sillas de una de las mesas cerca del ventanal.

Lancé el trapo sobre una mesa ya puesta y bajé la última silla para escabullirme al baño. ¿Viviana no iba a ir ese día o qué? Estaba comenzando a sentirme fastidiada y algo intimidada con Carolina. No le había agradado desde el momento en que había puesto un pie dentro de la cafetería. Había estado viéndome desde la rendija que da a la cocina con ojos estrechos y labios fruncidos. Con esa mirada despectiva que tienen las mujeres bonitas.

Sobre las doce del media día, me quité la gorra y el delantal para poder terciarme el bolso y salir por fin del enfermizo ambiente contaminado con aire acondicionado que anhelaba el día anterior y que ese día ya no quería.

Fui caminando hasta el restaurante de siempre, que quedaba a sus buenas diez calles y me desparramé en la silla, suspirando profundamente, intentando exhalar el agotamiento físico que se había acumulado en mis piernas y espalda durante la mañana.

El camarero llegó y yo hice mi orden. Saqué de mi bolso una toalla de papel y sequé mi frente. Aproveché para ver con disimulo en torno de mí. Tenía esa extraña picazón en la nuca que siempre me daba cuando alguien me observaba desde una distancia, a veces prudente o a veces demasiado cerca.

Pero no vi nada extraño y perdí el interés. Después de todo ¿Quién podría estarme vigilando? Una probabilidad muy alta la ocupaban Rafael y sus hombres. No creía que se confiaran de mí después de la aparición que habían hecho el día anterior en el apartamento.

Comí tan rápido como me fue posible y pagué en efectivo y con las monedas que me quedaban en la billetera. Apenas pude ver los cinco mil pesos restantes para el taxi devuelta a casa en la noche. Caminé apresurada y entré en la cafetería con una mano enterrada en la parte derecha de mi estómago. Me daba esa horrible dolencia ahí cuando tomaba mucho líquido y luego caminaba rápido o corría. Registré mi hora de llegada y me recosté contra la pared del baño. ¡Jodido dolor!

— ¿Estás bien?—Me preguntó Katerine, otra mesera de cabello rojizo natural, colocando una mano en mi hombro—Te ves algo pálida.

—Estoy bien, fue la corrida hasta aquí. —Le dije y reí para tratar de convencerla. Ella me dedicó una sonrisa preocupada y se retiró con una bandeja a cuestas.

Hice ejercicios de respiración y me serví un vaso con agua al clima. Lo bebí sin respiro y limpié mi boca. Salí a hacer mi trabajo de nuevo.

Por extraño que sonara, había visto que de un tiempo para acá la cafetería se llenaba mucho más rápido y permanecía así todo el día. Por eso el trabajo era difícil. Le daba muchas vueltas al asunto cuando tuviera que decirle a William que no podía trabajar sino únicamente medio tiempo, porque estudiaría la otra mitad.

SANGRE Y PÓLVORA │COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora