24 | Cruce de disparos.

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— ¿Quién era ella?—Preguntó Rafael.

—No sé, pero ¿Cómo sabe ella que soy hija de Jorge?—Pregunté, mirando a los dos tipos que iban a mi lado, mirando a través de las ventanas con vidrios polarizados. La camioneta estaba en movimiento. Era la primera vez que estaba dentro de esa camioneta con esos tipos.

—No pude reconocerla—. Dijo con frustración.

—Lo averiguaremos—. Dijo el conductor a su lado con voz gruesa y tosca. Rafael se enderezó para ver hacia adelante.

—Por ahí no, César dijo que había retén—. Informó el hombre a mi derecha y el conductor tomó otra ruta. Yo iba en medio de dos sujetos en los asientos de atrás. Rafael iba adelante con el conductor. Me sacaron inmediatamente de la pista. Yo estaba preocupada en Mario. Él se preocupaba tanto por mí.

—Nos están siguiendo. —Murmuró el conductor. Rafael subió la ventana y se sacó el arma que traía dentro de la camisa. Los dos sujetos a mi lado se inclinaron y de debajo de los asientos sacaron armas.

Abrí mucho los ojos cuando vi que las cargaban.

— ¿Qué están haciendo?—Pregunté con voz temblorosa.

Todos guardaron silencio, el hombre a mi izquierda respiró hondo y cerró los ojos por uno segundos.

—Nuestro trabajo—. Fue todo lo que dijo.

Íbamos a una velocidad aterradora. El auto que nos estaba siguiendo aceleró también, hasta que nos alcanzó. El conductor inició una serie de maniobras peligrosas para no chocar con los otros autos. Yo sentí una mano en mi abdomen y luego en la parte izquierda de mi muslo. Acababan de colocarme el cinturón de seguridad.

No quería hacer parte de todo eso. No quería estar allí. No quería ser hija de un mafioso. No quería adrenalina y peligro.

Yo no quería morir.

El sonido amortiguado de unos disparos, rasgó mi cortina de pensamientos, me agaché cubriéndome de lo que sea que estaba siendo detonado. Unos golpes se oyeron en el vidrio a mi derecha y el sujeto a mi izquierda bajó el vidrio para salirse por la ventana con el auto en movimiento y sentarse en el borde.

La camioneta era blindada y sus vidrios eran a prueba de balas. Claramente se escucharon un sinfín de disparos de parte del tipo que acaba de sentarse en el borde de la ventana y algunos de devuelta. Se bajó y se sentó a mi lado, sosteniendo su brazo derecho, las sangre se escurría por en medio de sus dedos.

— ¿Está bien?—Le preguntó el hombre a mi derecha.

—Sí. —Su respiración estaba agitada. Apretando los dientes respondió—Sólo es un roce.

El moreno de la derecha sacó una camándula que estaba oculta por su buso y se hizo la cruz con el relicario. Me miró y sonrió.

—La virgen de los sicarios—. Fue lo único que me dijo, antes de que la ventana a su lado estallara en mil pedazos y tuviera que lanzarme con fuerza hacia el piso de la camioneta, donde mi cabeza se golpeó.

— ¡Ya, ya!—Gritó Rafael y otra arma entró en funcionamiento. Sobre mi cabeza cayeron algunos casquillos y luego se oyó un choque. Yo supuse que acaban de derribar los tipos de la moto.

La camioneta siguió, pero no me dejaron levantar. Las llantas comieron y comieron carretera por unos diez o quince minutos. Mi espalda gritaba de dolor por la posición en la que se encontraba. Aguanté hasta cierto punto, pero luego, estallé de la nada y me levanté en contra de los sujetos. Rafael le pidió que me dejaran.

Abrí la puerta y salí corriendo. No podía estar allí. Lo único que iluminaba esa carretera era las farolas de la camioneta. Era una carretera rural ¿Adónde íbamos? Corrí tan lejos de la camioneta, como mis pulmones me lo permitieron. Luego el pánico se unió con el miedo y el cansancio y me ardió el pecho por falta de aire.

SANGRE Y PÓLVORA │COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora