―Lo va a entender...

―No si le explico la mitad ―digo algo triste y me siento frente a mi amiga que está terminando de pintarse las uñas.

Yo ni lo intenté, hoy mi pulso da pena, y eso que puedo hacer nail art hasta en un avión con turbulencias.

―Martu, no sé porque te ponés así con el tema. O sea, no entiendo...

Largo el aire y siento que me arden los pulmones.

No voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar.

―Ya dije...

―Sí. Es complicado ―interrumpe y pone los ojos en blanco. Está molesta conmigo porque no me abro. Es que no puedo.

No puedo contarle quién es Darío, no lo va a entender. Yo, a veces, no lo entiendo.

Lo quise, una parte de mí siente que aún lo quiere. Es tan extraño, tan confuso. Y si mis amigos me dan la espalda, entonces voy a estar sola. Sola como estaba cuando Darío me dijo por primera vez que era especial...

Entierro mis recuerdos.

―Martina ―dice y larga el aire, resignada al darse cuenta que no voy a decir más sobre el tema―, si yo te entiendo, con lo poco que sé, él también lo va a hacer.

«Eso espero».

Lore le baja a abrir a Emanuel.

El saludo es algo incómodo y seco entre nosotros, como si estuviésemos adivinando el humor del otro.

Nos quedamos un rato mateando antes de que mi amiga se vaya a casa de una de las chicas. Lore habla e intenta relajar el ambiente sin mucho éxito.

Van a salir, yo preferí quedarme con Ema y arreglar esto de una buena vez.

―¿Cómida vegetariana? ―pregunta y sonríe.

―Sí. ¿Te gustan las empanadas de verdura? Sino pedimos ―le digo y mi voz suena bajita, como siempre que estoy inhibida.

Ya había superado esa etapa con Emanuel, pero los miedos volvieron todos de golpe esta noche.

Noto como me mira, con una mezcla de emociones difíciles de dilucidar. Sus ojos se clavan en mi pecho, dónde ahora descansa el regalo que él me hizo para mi cumple; una cadena de acero con una «M» que cuelga de lado. Me la puse la noche que terminé con Darío y desde entonces, no me la saco ni para bañarme.

―Como cualquier cosa, creo que de chiquito se me quemó el paladar. Si hasta aguanto los fideos con manteca de Alejo...

No puedo evitar reírme.

Entre los dos vamos armando las empanadas en un silencio tranquilo y evasivo. No queremos hablar de banalidades, tampoco estamos listos para tratar asuntos serios.

Nos extrañamos. Lo siento en el aire.

Ambos estamos aprovechando el momento, los minutos, los segundos, como si fuesen los últimos. Ninguno de los dos puede predecir cómo va a terminar la noche y no nos queremos apresurar.

Pongo música y al rato dejo que Ema elija los temas. Para mi sorpresa, pone Adele.

―No sabía que te gustaba ―le digo.

―No me disgusta, pero no es por eso que lo puse ―contesta y clava sus ojos dulces en mí.

Su mirada me dice «te amo». Como esa noche a la salida del cine, sólo que hoy no sonríe.

Nos sentamos y comemos. Yo sigo mi ritual de servir en un plato para no comer de la fuente, Ema me mira mientras lo hago y me pongo colorada.

―No creo que coma nueve empanadas ―acota mirando la fuente. Yo tomé las tres que me corresponden a la porción.

Entonces, me abrazó (Completa)Where stories live. Discover now