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Cuando cruzamos la puerta principal de la casa siento que puedo, por fin, expulsar el aire de mis pulmones. En el interior, solo se oye el tic tac del reloj de pie que descansa en el salón. No hay nadie en la casa. 

Me giro hacia Engel y lo agarro por los hombros. Algo se apodera de mí. Tal vez el descubrimiento de que no puedo enfrentarme a los franceses, no puedo enfrentarme a los alemanes y... posiblemente, muera en el transcurso de esta guerra. ¡Jesús, quedan años para que termine! Tengo más posibilidades de morir que de volver al futuro. 

Besar a un teniente alemán puede no ayudarme en mi causa, o puede que sí. Hay dos partes dentro de mí. La que hace esto por puro interés personal y egoísta, y la que hace esto porque lo quiere. 

No creo que besar a un alemán sea traicionar a mi país. Creo que lanzar una bomba sobre los franceses, eso sí que sería traicionar a mi país. Besar no es malo, no hace daño a nadie, ¿no? Al menos, esa no es mi intención. Si descubrieran lo que estoy haciendo, estoy segura de que el pueblo me lincharía en la plaza. 

¡Pero qué tonterías digo! Todo el mundo cree ya que soy la amante de Engel. ¿Qué diferencia supondría hacerlo realidad? Bueno, acostarme con él. Nadie tendría por qué saberlo. Y puede que consiga tenerlo de mi lado. Un salvoconducto sería la clave para partir en mi búsqueda de un avión alemán, montarme y volver al futuro... o lo que sea. 

No lo estoy usando, lo juro. Al menos no directamente. Conseguir el salvoconducto sería como... una consecuencia colateral. No sería intencionado pero sí bienvenido. 

-¿Estás seguro de que quieres esto? -le pregunto a Engel mientras nos dirigimos con torpeza hasta las escaleras. 

-Sí -exhala-. Nunca he estado más seguro en mi vida. 

Me da igual su explicación. Ahora mismo solo quiero esto. No me interesa el por qué lo quiere él. Bueno, me interesa, pero no ahora. Sin duda los sentimientos de Engel están más envueltos en esto que los míos. 

Tenemos que controlarnos los suficiente para no llegar desnudos hasta su habitación. No podemos dejar prendas de ropa tiradas por el suelo de la casa. Esta no es nuestra casa, y algo me dice que a la señora de la casa no le gustaría encontrar nuestra ropa por ahí. No quiero ni imaginarme la cara que pondría porque eso me va a cortar todo el rollo. 

Engel me atrae, esa es la razón por la que hago esto. Da igual que sea alemán o no. Es atractivo y hace que los químicos de mi cuerpo se vuelvan locos. No hay más vuelta de hoja..., creo. 

La cama de Engel está en una habitación contigua al despacho. Aterrizo de espaldas en la cama. Los dos estamos desesperados, no habrá nada de juegos previos. Quiero ir directa al asunto. 

Sin uniforme, Engel podría pasar por un estudiante cualquiera de mi universidad. Y apuesto a que todos los jóvenes soldados de su unidad también podrían. Incluso con estos calzoncillos que podrían ser los de mi abuelo... ¿Pero qué digo? Engel podría haber sido mi abuelo. 

Niego con la cabeza mientras elimino ese pensamiento de mi cabeza y me distraigo con el ansioso contacto físico. Tampoco puedo ser muy tiquismiquis porque mi ropa interior es igual de poco glamurosa. No comprendo cómo pueden llamar a esto sujetador. Menos mal que soy prácticamente plana. 

-Espera -pido de repente con ansiedad. 

Engel se paraliza, me mira asustado. 

-¿Cómo sé que no tienes ninguna enfermedad? -pregunto con responsabilidad. Las enfermedades de transmisión sexual no entienden de épocas. 

Engel se desplaza como medio metro, hasta la mesilla de noche, abre el cajón y me muestra un puñado de lo que supongo que son condones. Esboza una sonrisa hacia mí. 

LA HIJA DEL TIEMPO (II GUERRA MUNDIAL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora