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La puerta del desván se abre de repente. 

-Vístase, viene conmigo -anuncia Engel antes de girarse de nuevo. 

-¡Eh! -lo llamo-. ¿Adónde quiere que lo acompañe? 

El teniente no responde, pero se detiene. 

-¿Va a matarme? -me atrevo a preguntar.

-No -responde con sequedad-. Vamos a tomar el té en casa del vizconde de Bussy.

¿Bussy tiene vizconde? Ahora me entero... 

-¿Por qué? -fue lo que salió de mi boca-. ¿Por qué quiere que vaya con usted? 

-Me entretiene -responde con simpleza mientras se encoge de hombros-. Póngase lo más bonito que tenga. La sirvienta la ayudará. 

-¿Y si no quiero ir? -desafío, cruzando los brazos sobre mi pecho-. No soy una mujer trofeo y desde luego tampoco un circo. 

El teniente sí que se gira en ese momento. 

-¿Se da cuenta de quién soy? -pregunta mientras se señala el uniforme. 

Tengo ganas de preguntarle si sabe quién soy yo. Soy más de lo que cualquiera de estas personas se imagina y no me gusta que me infravaloren, porque yo nunca lo hago. 

-Sé perfectamente quién es -respondo con la barbilla en alto. Él asiente satisfecho, pensando que me he dado por vencida-. Es el hombre que me mantiene encerrada en un desván como si fuese su prisionera. 

El teniente pestañea varias veces sorprendido por mi atrevimiento. 

-¿Por qué lo hace todo tan difícil? -pregunta con fastidio. 

-Me entretiene -respondo con suficiencia. 

Engel suelta un gruñido mientras me observa a través de sus pestañas. 

La sirvienta aparece en ese momento y nos mira a los dos con culpabilidad, como si sintiese haber interrumpido nuestra... discusión. 

-Vístase -dice el teniente antes de desaparecer. 

Porque sí, cuando Engel me habla de ese modo, es el teniente, no el verdadero Engel. 

La sirvienta me arregla el pelo, que es lo único que no sé hacer. Cuando termina... parezco la señora de la casa. Es como si fuera una copia de todas las mujeres de la época. Ya no me limito solo a la ropa, ahora también es el peinado. ¡Me niego a que sean las cejas! No voy a tener las cejas del ancho de un espagueti. 

Esta vez, la sirvienta me proporciona una barra de labios roja. Me sorprendo al verla pues no creo que la señora de la casa me la haya prestado. Entonces, la sirvienta explica que el teniente la ha comprado para mí. Al parecer, a un precio desorbitado. 

Frunzo los labios con desagrado. No me interesan sus caros regalos. Me hacen sentir como una amante. 

Al final, acabo vistiendo un traje por debajo de las rodillas y unos zapatos de tacón. Todo ello perteneciente a la hija de la señora de la casa. 

No puedo verme en el espejo porque no hay, pero me siento incómoda de esta forma. No soy yo. No puedo darle mi toque personal a esta ropa. Solo soy una mera copia de lo que la hija de la señora de la casa pudo ser alguna vez. 

El teniente Engel espera en su despacho. Parecía entretenido con sus cartitas de cotilleos y falsos rumores. Se levanta del escritorio sin decir una palabra, camina hasta nosotras sin decir una palabra. 

-Gracias por la ayuda -le agradece a la sirvienta. 

La mujer entiende la indirecta y se larga de nuestra vista. Engel me da un asentimiento de aprobación y comienza a bajar las escaleras hasta la entrada. 

LA HIJA DEL TIEMPO (II GUERRA MUNDIAL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora