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¿Corazón de piedra alemana? Ese hombre ni siquiera tiene corazón. He pasado toda una maldita semana encerrada en el desván. Toda una semana sin poder hacer nada más que juguetear con mis monedas de euros a cara o cruz y practicando diferentes peinados. 

Todas las noches se oye por mis ventanas la bocina que indica el inicio del toque de queda. Otra de las cosas que más he hecho durante la semana ha sido dormir. He dormido incluso cuando la sirvienta entraba para traerme el desayuno y después limpiar un poco el desván. No me importaba que me viese durmiendo mientras ella tenía que hacer esas cosas a mi alrededor. Me tomaba el desayuno más tarde  mientras escuchaba a los pájaros cantar a través de la ventana abierta. Uno de los días, la sirvienta se molestó en traerme un ramo de lavanda y un pequeño jarrón con el cristal rayado. Al menos, le dio un toque de color agradable al desván y un olor más que perfecto. A parte de eso, me dejaban salir al baño con la sirvienta escoltándome en casi todo momento. 

-Vístase, el teniente ha dicho que puede salir al jardín -anuncia la sirvienta mientras me trae el desayuno-. Y también puede ir a misa después si lo desea. 

Oh, qué afortunada soy. Me dejan ir al jardín y a misa. Realmente me ha tocado la lotería de la vida. 

La sirvienta vuelve a salir, esta vez sin echarle la cerradura a la puerta. Escojo la ropa de que me han prestado. Sigo sin saber a quién pertenece esta ropa. Escojo una falda con flores pequeñitas y me la subo hasta la cintura. Añado una blusa con unos bordaos de flores a juego y me la meto por dentro. Me han dado unos extraños calcetines blancos que parecen de niña pequeña, me los pongo de todos modos y, después, los incómodos zapatos. He practicado tanto los peinados durante esta semana que ya sé más o menos hacerme algo parecido a lo que está de moda. Pero no es ninguna obra de arte, y el pelo recogido no suele gustarme. 

Me tomo el desayuno en un tiempo récord y bajo las escaleras, fingiendo no estar desesperada por salir de la casa. 

Utilizo la puerta trasera, la que da al jardín, y respiro nuevo aire. El jardín es verdaderamente precioso, con sus diferentes alturas, sus arbustos con flores y sus árboles frutales. De hecho, robo unos cuantos albaricoques de un árbol. Siempre puede entrarme hambre a media noche, o puedo necesitarlos en mi huida. 

-¿Ha decidido ir a misa? -pregunta la sirvienta mientras se asoma por la puerta del jardín. 

Asiento desde el lugar en el que estoy sentada y jugando a arranchar hierva. 

-Entonces, será mejor que vaya ya o llegará tarde -me advierte, antes de darse la vuelta y volver al interior. 

Subo al desván. Guardo los albaricoques en la cómoda. Utilizo mi Baby lips de Maybelline para darle color a mis labios y mejillas. Después de esto, vuelvo a bajar. 

-Hasta luego -digo mientras abro la puerta principal para salir. 

-Hasta luego... señorita -se despide la sirvienta desde la cocina. 

Ignoro sus dudas ante el uso de la palabra señora o señorita. Poder caminar fuera de ese maldito desván ya es un logro, no quiero preocuparme por tonterías como el uso de una palabra u otra. 

Entro a la iglesia de forma sigilosa y me siento en el último banco. No soy una persona religiosa, pero puedo fingir serlo. Puedo fingir escuchar la misa, puedo fingir no darme cuenta de las miradas de odio que me lanza la gente, puedo fingir no escuchar los cuchicheos que recorren la iglesia sobre mí. 

Estoy acostumbrada a ser la chica que cae bien a todos, ahora soy considerada la traidora de la patria francesa. No puedo creerme que esto esté pasando. Ni siquiera cuando me escabullo fuera de la iglesia la primera. 

Ahora siento que voy dando tumbos de un bando al otro, sin patria ni bandera. Soy la chica que no tiene nada, a parte de lo que trajo consigo. Creo que se podría incluso llenar un libro con mis desgracias. 

Niego con la cabeza. ¿Desgraciada? ¿Yo? ¿Qué hay de la pobre gente que me rodea? Por mucho que me odien con la mirada, son mucho más desgraciados que yo. Llevan sufriendo años esta guerra, y les quedan algunos más. Yo solo soy una chica agradable salida del distrito cinco de París a la que le han dado la vida resuelta. Nunca he dudado de lo siguiente que debía hacer, siempre he tenido un plan. Ahora estoy perdida en una existencia tan llena de posibilidades como vacía de sentido. 

¿Qué hago aquí? No parece haber ninguna razón aparente. No puedo ayudarlos en esta guerra. Mucho menos siendo una chica en estos tiempos. Ni siquiera me tomarían en serio... 

Doy una ojeada a los jóvenes soldados alemanes que sacan agua del pozo de la plaza y lavan sus torsos bajo el sol del verano. Las chicas jóvenes los miran con deseo, los únicos hombres que quedan en el pueblo son viejos o lisiados y, por mucho que me cueste admitirlo, los soldados alemanes no están del todo mal (incluso cuando tienen una dudosa moral). Mientras que las mujeres adultas, solo los miran con odio. Con tanto odio como me miran a mí. 

Siento alivio cuando no encuentro a Engel entre los hombres. Al menos, esta vez. Ninguno de ellos trata de entablar conversación como lo hacen con las otras guapas chicas del pueblo, la mayoría luciendo su traje de los domingos, o sea, el más bonito que tienen en su armario. 

Cuando vuelvo a la casa, la sirvienta me sirve el almuerzo. Después de eso me doy un largo baño y, finalmente, vuelvo al desván sin haber visto a Engel en todo mi día de libertad. 


LA HIJA DEL TIEMPO (II GUERRA MUNDIAL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora