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-Vístase -me ordena una voz. 

Me remuevo en el incómodo colchón y me tapo con la fina sábana para disminuir el grado de claridad que me da en la cara. Ojalá tuviera cortinas. 

-Vístase, tenemos que irnos -ordena la voz de nuevo. 

Lo próximo que sé es que la sábana ha desaparecido de mis manos y que la claridad me está azotando como una perra. 

-¿Tampoco tengo derecho a dormir? -pregunto indignada sin abrir los ojos. 

-Ya ha dormido lo suficiente -responde con frialdad. 

Suspiro y me incorporo en la cama. El teniente permanece de pie junto a la incómoda cama. Su postura es completamente rígida y su expresión es demasiado seria para alguien tan joven. Claro que es alguien joven que vive en una guerra mundial. Los dos nos miramos durante unos segundos y después apartamos la mirada a la misma vez. 

-Vístase, la esperaré fuera -dice en tono bajo. 

-¡Espere! -llamo mientras me bajo de la cama a toda prisa-. ¿Qué quiere que me ponga? 

El teniente se da la vuelta y se encoge de hombros. 

-Y yo qué sé. Elija su propia ropa -responde con fastidio. 

Está claro que esto le pilla fuera de su zona de confort. Nada más allá de ponerse el mismo uniforme todos los días, dar ordenes en alemán por doquier y alabar el culo de su führer. 

Me giro hacia la cómoda con fastidio. Rebusco en el único cajón de ropa que tengo hasta encontrar un vestido cualquiera de flores. Si me pusiera esto en la actualidad, me pegaría un tiro a mi misma. No, es broma pero seguramente me daría una vergüenza tremenda salir a la calle con algo así. Tengo dos opciones: ponerme mis zapatos con estampado de leopardo y borlas de piel, o... los zapatos que me han dado y que casualmente son de mi número. 

¿A quién pretendo engañar? Si voy a llevar ese maldito traje de florecitas rosas, no puedo ponerme unos zapatos con estampado de leopardo. Sería una puñalada a la moda tanto actual como de la época. 

Me visto rapidamente y vuelvo a abrir la puerta del desván. 

Oh, qué sorpresa. No se ha movido ni un centímetro de su lugar. Vaya, casi me da un ataque al corazón. 

Pongo los ojos en blanco. 

-Lista -anuncio. 

-Dejaré que uses el baño antes de bajar a desayunar -explica mientras comienza a descender las escaleras. 

Me señala el baño, se hace a un lado y paso al interior de la pequeña habitación. Una bañera con patas, un pequeño lavabo como el de el desván, un armario colgado de madera y un retrete de porcelana. Nada que merezca dos miradas. Aunque, es un gran cambio después del chute de paredes color moco del desván. 

Inspecciono el interior del armario y encuentro horquillas. Tomo una he intento retirar el pelo de mi cara imitando los peinados de las mujeres que vi ayer. Hacerme un gran recogido queda descartado de momento. No tengo la experiencia necesaria para llegar a eso, tal vez más adelante, si me quedo atrapada aquí. Una vez que estoy satisfecha con el resultado, me doy unos toques en las mejillas con una barra de labios roja y me difumino el color con los dedos. No es que quiera estar guapa, es que no quiero que los franceses piensen que estoy muerta. 

Salgo de nuevo al pasillo tras usar el baño. Como antes, el teniente espera fuera como si fuera mi perro guardián. 

-¿Puede decirme en qué año estamos? -pregunto mientras vuelvo a seguirlo de cerca. 

-Hace unas preguntas muy extrañas, ¿sabe eso? -. No me deja contestar-. 1942. 

Me llevo una mano, disimuladamente, a la boca y ahogo un sollozo. Tres años faltan para que termine la guerra. ¡Tres jodidos y largos años para que termine esta pesadilla! Pensaba que quedaría poco y podría volver a casa sin tener que tener cuidado con los soldados alemanes. Ahora si quiero hacer eso voy a tener que esperar o arriesgarme a ser pillada y... dios sabe qué más. 

Mientras que en Estados Unidos bailan el swing con los soldados y marines, aquí nos comemos los mocos... o las paredes del desván, que es lo mismo. 

Debería de haber aprendido más en clase de Historia. En lugar de concentrarme tanto en la clase de Historia de la Aviación, que de momento de poco me sirve. 

La sirvienta se encuentra en la cocina. El teniente saluda en alemán y pasa al interior. Me muerdo la lengua para no suspirar. Me siento en el lugar que me indica el teniente y observo mientras la sirvienta sirve el desayuno. Hay té y tostadas e incluso huevo, lo cual me sorprende mucho. De nuevo, recuerdo que estamos en una casa pudiente. Todavía no sé de dónde sacan el dinero pero lo averiguaré. Necesito dinero también. 

Desayuno en completo silencio y sin hacer contacto visual con el teniente. Yo no soy como las chicas de esta época. Mis padres no me han educado para odiar a los alemanes, mis padres no son colaboracionistas tampoco... He sido educada para ver de igual modo a todo el mundo, me resulta muy difícil odiarlo porque sí. Incluso sí sé lo que están haciendo, hay veces que solo logro ver a un joven hombre. 

Por mi bien, espero encontrar pronto razones para odiarlo como nunca antes he odiado a una persona. 




LA HIJA DEL TIEMPO (II GUERRA MUNDIAL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora