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Me estoy peinando el pelo cuando escucho que alguien llama a la puerta del desván. 

-¿Viene a encerrarme durante otra semana? -pregunto sin humor. 

-¿Puedo pasar? -pregunta sin abrir la puerta más de un centímetro. 

-Haga lo que quiera, ¿a caso no es eso lo que hacen los alemanes? -pregunto mientras giro mi cuerpo hacia el lado contrario a la puerta. 

Así puedo darle la espalda y ver las estrellas por la ventana. 

-¿Le he hecho algo malo? -pregunta mientras cierra la puerta detrás de él-. ¿No la he tratado con respeto? Nadie le ha hecho daño. 

Continúo cepillándome el pelo. 

-Oh, sí, olvidaba que mi pasatiempo favorito es estar encerrada en un desván como si fuera una prisionera -digo con claro sarcasmo. 

-Usted no es una prisionera -murmura con tranquilidad. 

Me giro bruscamente y clavo mi fría mirada en sus ojos. 

-Deme un salvoconducto y me iré -comienzo a decir-. Desapareceré de aquí y nunca jamás tendrá que volver a verme -le aseguro-. Tiene mi palabra. 

Esta es mi oportunidad de salir de aquí para siempre y comenzar a buscar una solución. Ahora que Engel está vulnerable sentimentalmente. 

-No puedo -dice con simpleza. 

-Entonces, no me diga que no soy su prisionera -espeto con furia-. Soy tan prisionera como esos pobres judios que mantienen en los campos de concentración y a los que matan en los campos de exterminio. ¿Cree que soy tonta? Auschwitz-Birkenau, Belzec, Chelmno, Majdanek, Sobibor, Treblinka. Sé que esas están equipadas con cámaras de gas. Sé lo que les hacen ahí dentro. 

Observo la reacción de Engel, quien parece asombrado a la vez que asustado. Doy gracias a mis clases de historia y a mi increíble memoria para quedarme con los datos más absurdos que no me van a servir de nada en esta guerra.

-Dígame, ¿qué me diferencia de ellos? Soy tan prisionera e inocente como ellos. 

-La gente necesita saber que pertenecen a algo más grande que a ellos mismos -suelta. 

-Dígame, ¿cuántas veces le han repetido sus superiores esa frase hasta que se la ha tragado? Los grandes actos no sirven de nada sin los pequeños -apunto con seguridad, aunque a punto de matarlo con mis propias manos-. Formar parte de un equipo es genial, formar parte de un equipo de asesinos es vergonzoso. 

-¿Qué la hace pensar que los soldados franceses son mejores que los alemanes? -pregunta mientras sea acerca a la cama dando zancadas. 

Me levanto de un salto y me pongo a su altura. 

-Son tan malos los unos como los otros -aseguro con rudeza-. Pero... se ha equivocado de bando, teniente -le advierto mientras me dirijo hacia la ventana-. Van a perder, y van a sufrir. 

-¿Por qué cree eso? -pregunta con curiosidad. 

Suspiro mientras giro la cabeza para verlo a los ojos. El azul parece señalar que se avecina una tormenta. 

-No lo creo, lo sé -aseguro. 

-No puede saber algo así -se burla de repente. 

Eso me sienta como una patada en el estómago, pero me recompongo. 

-30 de Abril de 1945, muerte de su führer -me burlo cuando pronuncio la palabra que usan para dirigirse a su dictador. 

Engel se mueve incómodo. 

-¿Se cree que soy estúpido? -espeta. 

-No haga preguntas de las que ya conoce la respuesta -le advierto-. Es una perdida de tiempo. 

-Está loca, ¿lo sabe? -pregunta mientras se lleva las manos a la cabeza-. Debíamos habernos dado cuenta cuando nos encontró. Debí haber hecho caso a Lars y haberme deshecho de usted cuando nos encontró. Fui un tonto al apiadarme de usted. 

-¿Así es como soluciona sus problemas? -pregunto asombrada-. ¿Les pega un tiro en la cabeza y sigue adelante como si nada? ¡Dios, es usted un psicópata! 

-¿Cómo se atreve a hablarme así? -pregunta, su pálida tez se está volviendo roja. 

-¿Cómo se atreve usted a decirme que hubiese sido mejor haberme matado? -pregunto sin dar crédito mientras me muevo de un lado para el otro en el desván-. ¿Se da cuenta de lo que está diciendo? ¡Mi vida ni la de nadie vale menos que la suya! -chillo esto último. 

Engel se deja caer sobre la cama, la cual se queja del peso con un fuerte chirrido. 

-Esta cama es horrible -dice, de pronto, entre risas. 

Frunzo el ceño hacia él mientras veo como su risa muere. Este hombre está más loco de lo que pensaba.

-¿Quién es? -pregunta mientras apoya los codos en sus rodillas y me observa con atención. 

-Ya lo sabe -respondo sin comprender-. Colette Leblanc. 

-No me refiero a eso. Quiero decir, ¿quién es en realidad? ¿Es una espía? 

-¿Por qué todo el mundo cree que soy del bando contrario? -pregunto con exasperación mientras levanto las manos-. Soy Colette, ¿lo entiende? Ni espía, ni nada de nada.

Hay unos segundos de silencio. 

-¿Y usted? -me aventuro a preguntar-. ¿De donde ha salido? ¿Siempre quiso ser teniente? ¿Siempre quiso formar parte del equipo de los asesinos que defienden ideas estúpidas que sólo durarán unos años?

Engel chasquea la lengua con fastidio. 

-Todos mis hermanos y mi padre se dedican al ejercito, era lo que se esperaba de mí. 

Suspiro y pienso en mis padres. Se conocieron en el vuelo más largo de sus vidas. Ella era la nueva azafata y mi padre el nuevo piloto. Los dos se sentían fuera de lugar y asustados. Unieron fuerzas para hacer ese primer y largo vuelo, y siguieron uniendo fuerzas el resto del vuelo que se supone que es la vida. Creciendo bajo su techo, era normal que se me pegara ese amor por las alas de metal... Pero mi intención nunca ha sido la de matar a nadie. 

Eso me hace comprender un poco más a este soldado que se sienta sobre mi cama. 

-¿Y qué esperabas tú de ti? -pregunto dubitativamente. 

Suspira. 

-No lo sé -responde-. Nunca me he permitido pensar qué otra cosa podría haber hecho. 

-Hay mucho donde elegir -señalo-. Puedes ser casi cualquier cosa -. Engel me mira con una sonrisa formándose en sus labios-. Y ninguna de ellas tiene que incluir asesinatos -guiño un ojo hacia él. 

Engel baja la mirada y niega con la cabeza. 

-Ya no tiene sentido, esto es lo que soy -se señala el uniforme mientras se levanta de la cama, se gira y comienza a caminar hacia la puerta. 

-¡Espera! -llamo mientras lo agarro de la chaqueta-. Engel -digo con dulzura-, nunca es tarde para ser lo que siempre has querido ser. Por favor, recuérdalo. 

-Danke -dice, antes de salir del desván y no cerrar la puerta con llave. 

LA HIJA DEL TIEMPO (II GUERRA MUNDIAL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora