Después de un rato, unos cigarros, más cerveza, unas canciones y quizá algunas bandas, anuncian a Mjölnir. No sé con exactitud cuánto tiempo ha pasado, pero relleno mi vaso por cuarta vez y los bordes de mi visión se difuminan al caminar. Necesito más alcohol para tolerar ver a esa mujer, de melena rizada y rojiza, detrás de la batería...

La alumna de Eric... Pongo los ojos en blanco y muerdo el borde del vaso, era obvio que algo así sucedería... Fui testigo de esas noches en que se marchó con alguna chica o los besos que intercambiaron cuando acababan de conocerse... ¿Por qué creí que era especial para él? ¿Quién podría considerarme especial si no puedo hacer nada medianamente bien?

Jamás aprendí a tocar la guitarra y, de seguro, soy el mismo fiasco para la batería. Soy una escritora mediocre que probablemente sólo consiga algo de éxito por colgarse del apellido de su padre y que nunca logrará brillar con luz propia como Dimas, Eric, Berenice, Minerva... Esa soy yo, la que siempre lo intenta y fracasa, esa es Aura.

Eric sube al escenario, pero está más ocupado en recorrer con la visa al público que en lo que Henrik le está diciendo.

Berenice es demasiado alegre y extrovertida; está detrás de la batería e invita al púbico a gritar agitando la larga melena y levantando los brazos. Es un espectáculo con pies.

—Aura... ¡Tienes que dejar de hacer estas cosas!

Suelto un grito que asusta a los que están delante de mí y derramo medio vaso de cerveza.

—¿Estás ebria? —Un Dimas, muy enojado, me arrebata el vaso y termina de vaciarlo.

Estamos lo suficientemente lejos de las bocinas para que podamos escucharnos sin gritar y sólo levantando un poco la voz.

—No. —Y es verdad, sólo un poco mareada—. ¿Hacer qué?

—¡Desaparecer sin importar que nos preocupamos por ti!

Algunas personas se giran curiosas al escucharlo.

—No seas dramático...

Arrastro un poco las palabras, tal vez estoy un poco más que mareada...

—¡Desapareciste por horas y sólo envías mensajes! ¡No entiendo cómo Sofía no se preocupó!

Porque ella me conoce y sabe que, después de lo que sucedió, necesito un tiempo a solas.

—No soy una niña —mascullo—, puedo cuidarme sola.

Abre mi bolso, ignora mis reclamos, y saca la cajetilla que ya va a la mitad.

—¿Cuánto has fumado?

—Uno o dos cigarros —miento—. Ya, déjame Dimas. Ve con tu novia y déjame en paz por una vez en tu vida.

Me cruzo de brazos y miro hacia el escenario, pero las luces hieren mis ojos. No puedo enfocar bien el rostro de ninguno y sólo sé que Eric está a la izquierda por su ropa.

—Vienes conmigo —dice y se coloca frente a mí—. Vamos, no puedes estar así y aquí.

No importa cuánto me pare de puntillas porque no puedo ver por arriba de su hombro.

—¿Así y aquí? —repito con la furia acumulándose en la boca de mi estómago—. ¿Qué quieres decir...? ¡Quítate!

Dimas sujeta mis muñecas cuando intento apartarlo. Forcejeo un rato con él, pero se mantiene firme hasta que me rindo.

—No quiero ir. Me quedaré aquí.

Me lanza una de esas mismas miradas exasperadas como cuando intentaba convencerme de ir a alguna fiesta en la preparatoria..

La Melodía de Aura 1 - PreludioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora