1. Día de Universidad

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—¿Te has enterado de los juegos del Zodíaco? —me pregunta mi amiga Heres cuchicheando.

  Es una chica muy inquieta, le cuesta mucho atender en clase. Bueno... A quién quiero engañar, a mí también me cuesta mucho permanecer quieta más de diez minutos seguidos. La Universidad me gusta, pero no la han diseñado para que sea especialmente divertida. Hay profesores que nada más entrar ya me dan dolor de cabeza, como en el caso del presente.

Por eso Heres es tan buena amiga mía, somos muy parecidas y nos sabemos divertir juntas. Además, hemos aprendido a cuidar una de la otra. Creo que nadie me tratará así nunca. Es la mejor persona que conozco.

—Sí. Lo vi el otro día en YouTube. Me lo mandaron en un mensaje —le contesto a la pregunta.

—Está todo el mundo en revuelo. ¿Te imaginas que fuese aquí la sede? Yo iría a verlos.

—Yo también. Si vienen aquí, iremos juntas.

—Oye, que te conozco —me dice guiñando el ojo y cambiando el tono a uno tanto sarcástico—, que después te lías a estudiar y me dejas colgada.

—Que sí, te doy mi palabra.

—No me lo creo —me dice riéndose.

—Tiene razón, a veces fallo a los planes.

Heres tiende la mano en señal de sellar un pacto.

—¿Vendrás conmigo? —dice mirándome a los ojos y riéndose.

—Dalo por hecho —alargo mi brazo y le choco la mano con convicción. Como si hubiésemos hecho negocios y estuviese en juego más que dinero, mi honor.

—Eres una empollona —me dice bromeando.

—No —me río yo también. No tiene razón—. Lo que soy, es desordenada. Cuando estoy estudiando y me quiero dar cuenta, he perdido la mitad del día haciendo tonterías. Entre el móvil y el ordenador... Mi madre ya me lo tiene dicho. Menos mal que hasta ahora he aprobado todo, que si no... Aunque este primer año de Universidad no sé yo cómo irán las cosas.

—A mí me pasa igual. Me distraigo mucho. ¿No te ocurre también que te levantas cien veces para ir a la nevera?

—¡Madre mía! —contesto riendo. Ha dado en el clavo—. ¡Sí! Le meto unos asaltos que parece que estoy atracando un banco.

Ella se ríe con ganas. Acto seguido me dice.

—¿Sabes que me pasa a mí?

—¿Qué? —le pregunto con ilusión. La conversación se pone interesante.

—Yo me levanto a la nevera, la abro y veo solo cuatro cosas aburridas para comer. Entonces me vuelvo a mi cuarto a estudiar. Al cabo de media hora, me vuelvo a levantar y ¡vuelvo a abrir la nevera!

—¡A mí también me pasa!

—Sí. Lo peor de todo es que no lo hago una vez o dos. Sino que me puedo pasar así toda la tarde.

Yo me río mucho. Es gracioso, lo vivo cada vez que tengo que estudiar.

—¡Como si fuese a cambiar su contenido ella sola! —le digo.

—¡Sí! —dice con mucha energía—. Parecemos tontas —se ríe.

—Lo mejor de todo es cuando te encuentras con un trozo de lechuga, de tomate, o un rábano a punto de estropearse. Cuando vuelves sigue allí —me dice de nuevo.

—¡Es verdad! Yo al final acabo siendo su amiga. "Hola rábano, ¿cómo estás? ¿todavía por aquí?"

Ella se ríe un montón. De repente, me dice:

—Es casi mejor que esté el rábano. Si no fuese por él, yo engordaría mil kilos cada vez que llegan los exámenes.

—Yo mil no, pero algo siempre engordo.

—Yo también.

—¿Por qué tanto revuelo con los juegos? En la televisión no callan con la noticia —pregunto.

—Bueno. Los gobiernos están muy nerviosos, como unos cuantos se habían opuesto y hubo tantos que se animaron, se vieron obligados a cambiar de opinión. Imagínate decirle a tus deportistas que no van a ir, que lo tienen prohibido. Poco tiempo después les dices que sí, que pueden ir. La gente sabe que están cediendo para la imagen pública, que de no ser por ello, jamás habrían ido a las Olimpiadas.

—Sí. Me imagino que tanto alboroto se debe también a que muchos países querrán ser la sede oficial. Imagínate algo que ocurre cada doce años. Es una locura. Si ya los Juegos Olímpicos provocan colapsos en los países, imagínate algo así.

—¿Tu crees que es por los rumores? ¿Crees que eso influye?

—¿Qué rumores? —No sé de qué me habla.

—Lo de los poderes. Que la gente cambia allí, que manifiesta habilidades que no existen en las personas.

—¡Qué va!, ¡No creo! Si fuese así, habría mucho material para confirmarlo —le digo convencida.

—Las últimas Olimpiadas fueron antes de que se crease la televisión. Es imposible que haya nada para comprobarlo de esa manera.

—¿Cuándo fueron?

—No lo sé. Pero lo estaban contando el otro día en la "tele". Tampoco hace demasiado de ello, cuando nuestros abuelos eran niños. Aunque por aquel entonces ya había cámaras de fotos, creo que estaban prohibidas por no se qué historia...

—¡Ah! Entonces imposible que haya algo para ver... Si no había televisión, y las fotografías estaban prohibidas... —me quedo pensativa—. Aún así, no creo que exista eso de las habilidades especiales... La gente es muy exagerada.

—Yo creo que algo tiene que ver —me dice con su cara de convencimiento que pone cuando habla de misterios. A Heres encantan los misterios. Siempre que habla de algo así, se motiva mucho. Le cambia la mirada y se le pone una muy viva.

—¡Qué va! —me río de su disparate.

—Bueno, si ocurre, lo veremos allí. Juntas —me dice riéndose. ¡Qué buen momento ha encontrado para buscar la manera de reafirmarse en su posición!

—¡Claro! Si la gente tiene superpoderes, lo veremos allí en directo.

—Me has dado tu palabra, ahora no puedes faltar —me dice presionando más todavía.

—Te lo prometo.

Las Olimpiadas del Zodiaco: La atletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora