Capítulo 23

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Dos inmensos caballos galoparon con violencia hasta llegar a un lugar escondido entre unas largas ramas.

Ambas mujeres, ensangrentadas bajaron al pobre diablo con la pierna rota.

Ieelen, de una patada, derribó la puerta de la vieja cabaña. Un anciano encorvado y de mirada apagada, brinco sobre su asiento. Llevaba semanas con las narices pegadas al antiguo libro en su viejo y gastado escritorio.

—¡No hagas preguntas anciano, y has tu trabajo! —la morena acomodó al tipo junto a la caliente chimenea de piedra de río. Sobre esta un viejo caldero hervía, exhalando vapor por los bordes.

El anciano ajustó sus gruesos anteojos. Y a paso lento, cual tortuga, sé acercó. Miró al hombre, sudoroso y herido.

—Desnudenlo ¡De prisa a menos que quieran que muera!

Ambas lo hicieron sin replicar. Cubrieron su torso y partes nobles con una vieja manta.

El anciano volvió a sus escritos. Y revolviendo unos frascos, encontró lo que buscaba.

Una materia viscosa y transparente untó en sus callosos y viejos dedos.

Ambas miraba el lugar curiosas, era una pocilga. Llena de artefactos y animales disecados. En una estantería, infinidad de frascos con sustancias variadas y de dudosa procedencia, decoraban empolvadas el lugar.

¿Un hechicero? ¿Brujo?

Vertió la sustancia en la herida del lobo. Este gruño con una mueca de dolor.

La cosa viscosa parecía ácido en la carné, cicatrizando al instante.

—Eso será suficiente. Que suerte tiene, de no haber venido a tiempo, abría perdido la pierna.

—Sólo fue mordido por otro lobo. ¡Como podría perder la pierna de ese modo!

El anciano, las miró. Estudiándolas de cerca.

—Oh... Bueno, no fue mordido sólo por un lobo, fue mordido por su propio hijo.

—¡Eso qué diablos tiene que ver! —en la boca del anciano un ácido se formó. Ya recordaba, esto ya había pasado. Hace mucho tiempo.

Se lo advirtió, pero no lo escuchó.

—¡Oye anciano! ¡ Te hice una pregunta! ¡Responde!

Sólo que aquella vez, el "hijo" era solo un cachorro.

No fue grave pero, viendo los resultados, le advirtió que no debía volver a pasar.

" —No es una herida grave. Pero de no a verla atendido, seguro habrías muerto —el anciano miró al hombre, su rostro tenía una expresión de irá y de desconcierto.

—Como pudo esto... este insignificante rasguño. Traer tanto mal.

Cubrió la herida del costado. Esta comenzaba a gangrenarse. El olor era repugnante.

—El muchacho. ¿Donde esta?  ¿Como te atacó?

El Alfa abotonaba su camisa.

—Debe estar bajo las faldas de su madre... —su voz estaba cargada de irá y fastidio.

—¡Si! ¡si! Pero, ¡como te ha herido!

—Ocurrió hace dos días, fue su primera luna llena. El maldito se descontroló por un segundo. Se abalanzó contra mi. Lo hubiera colgado de un poste, pero su madre intervino —colocó sus mancuernas. El símbolo de los Ivanov brilló orgulloso.

—Entiendo. Los astros, me han dicho... Que tu hijo y tú, no son consanguíneos. ¿O me equivoco alfa? Su estrella brilla en otra dirección diferente. No sigue a tus propósitos. No tendrás control de él. No debes enfrentarlo. O te matará —el Alfa tomó su viejo bastón. Y se dirigió a la salida.

Una sonrisa torcida, siniestra y terrible, se dibujo en su rostro.

- El hará, solo mi voluntad.

Y se marchó.

El anciano miro su libro de Astrología. Alineo varios códigos astrales. Y sin querer, pudo ver el futuro de ambos.

—Si continúan... ambos se destruirán.

La lluvia cayó, y el cielo se cubrió de nubarrones.

De eso... ya habían pasado más de veinte años."

Volvió a la realidad, después de sentir en su cuello un frío metal. La rogue le apuntaba al cuello con la espada.

—¡No te distraigas anciano! O cortaré tu inmundo cuello.

El anciano de un manotazo alejó la afilada arma. Y caminó de nuevo a sus escritos. Comenzó su trabajo una vez más. Ambas mujeres se miraron intrigadas y irritadas.

—Sólo dejenlo aquí, y marchense de una vez. No crean que temo a la muerte. He vivido más tiempo del que hubiera deseado. Sus esfuerzos ahora son inútiles. ¡Marchense!

Ambas miraron el cuerpo del antiguo Alfa, dudosas. Pero eran ordenes directas del mismo. Al parecer, él confiaba en ese extraño anciano.

Ambas salieron, mirando amenazante al viejo.

Y se marcharon. Pero mandarían a algunos lobos a vigilarlo.

Por la mugrienta ventana, vio a ambas irse. Suspiró cansado. Su espalda cada dia dolía más y sus articulaciones estaban por volverse polvo.

Se rasco la cabeza llena de manchas y verrugas. De un desvencijado baúl, saco una manta y cubrió el afiebrado cuerpo del lobo. Mirándolo bien, no habia envejecido demasiado, sus rasgos duros seguían enmarcando su rostro. No conocía a profundidad la maldicion que rodeaba a la familia de ese hombre enloquecido de poder.

Pero si sabía, que si seguía por el camino que había decidido, persiguiendo a su hijo para darle muerte, el mismo encontraría su atroz final.

Aún se preguntaba, ¿que habría sido de aquella hermosa mujer de cabellos rubios, tan encantadora y con un alma dulce?

La madre de esos pequeños.

Su final fue algo misterioso. De un momento a otro, Nikolai había enviudado.

Y la luz de esa mujer. Se había apagado para siempre.

¡Cuanto debieron sufrir esos pequeños!

Bajó el mando de un hombre tan cruel.

La casucha se calentaba más a cada minuto que pasaba. Afuera, la tormenta seguía.

El viejo supo que no era sólo una tormenta común, esta auguraba algo peor.

Las brujas, los nigromantes. Todos sabía lo que pasaría. Más nadie intervino. Esto era asunto de los cazadores y los lobos.

Se giró al escuchar un balbuceó. Nikolai trataba de hablar. Quizá una pesadilla.

—¡Yo los mataré a ambos. Lo juro!

—Eso si sales de esta, viejo amigo. Por ahora, será mejor que duermas.

Cuanto odio. Cuanta maldad había dentro de ese hombre.

No lo supo con certeza.


...

Kennya: Cazadora de Lobos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora