XI

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Han pasados tres semanas.

Exactamente tres semanas y cuatro días para ser exactos. Y las cosas no pueden estar peor, espero que no.

Nuevamente me quedo dormida sobre el retrete, con la aguja de la jeringa aún en mi brazo el cual tiene varios puntos morados en mi piel con las venas hinchadas. Ya no puedo disfrutar de la brisa fresca en días de calor, la manga larga y los suéteres son las únicas prendas que uso sin falta con mi única excusa de que siento vergüenza de mostrar mi cuerpo.

Gaara está a mis pies inconsciente con las rodillas flexionadas, me puse de pie con una mano apoyándome en la pared, miré mi teléfono, ya nos habíamos saltado dos clases seguidas, en la primera clase nos echaron del salón y terminamos aquí.

Estaba mareada y me sentía débil, fatigada, puse ambas manos en el lavabo y me miré al espejo, tenía ojeras y en estas semanas había perdido varios kilos, pero poco se notaba con el uniforme.

Miré mi brazo y sentí ganas de llorar, por rabia, impotencia de no ser capaz de dejarlo y ser tan débil por volver a caer una y otra vez.

Claro que había intentado dejarlo, era todo lo que queríamos, yo y Gaara. Pero cada vez que tratábamos no aguantábamos más de dos días en abstinencia.

Mojé mi cara varias veces para tratar de despertarme del todo, teníamos que volver o nuestros amigos volverían a preocuparse, como lo hacían cada vez que desaparecíamos, el baño de la biblioteca se convirtió el lugar habitual para nosotros cuando la angustia se hacía presente, rara vez entraban.

Me arrodillé junto a Gaara y golpeé un poco sus mejillas, gruñó y abrió un poco sus ojos, en silencio lo ayudé a levantarse y paso un brazo por mi cuello. Mis notas no han bajado, pero aun así han contactado a mi padre por mis faltas en clases y los castigos que he tenido con Gaara. Estaba molesto, muy molesto y hasta ahora, yo estoy castigada por desobedecerle cuando me dijo que no me acercara al pelirrojo.

Tocan el timbre para el almuerzo y nos sentamos en la cafetería hasta que los demás lleguen y no levantar sospecha. Cuando Naruto se enteró de que Gaara nunca se habia limpiado, y que ahora yo tambien estaba enganchada, nos amenazó con decirle a Temari, Gaara logró convencerlo de que no lo hicera, aún no puedo mantenerle la mirada por más de cinco segundos por mentirle.

Mi autoestima está por los suelos, me siento horrible por mentirle a todos, mis amigos son tan amables y se preocupan por mí pero yo no hacía más que mentirles, mi padre a pesar de verse molesto todo el tiempo veía en sus ojos y sus palabras de angustia la preocupación por no saber que me sucedía, me sentía miserable y deseaba morir.

-Te traje esto -habló Gaara entregándome un sándwich, se veía delicioso pero el hambre era algo que casi ni sentía últimamente.

-Gracias -dije, se sentó a mi lado y comió su sándwich charlando con Naruto.

Hice el intento y sacaba pequeños pedazos de pan, mastiqué lentamente y seguí hasta que terminó el receso para almorzar, aún quedaba la mitad. Lo envolví en una servilleta y lo guardé.

La siguiente clase apenas puse atención, alternaba mi mirada entre Gaara y la ventana, el pelirrojo se había dormido sobre su brazo y tomando mi mano debajo de la mesa, quité unos mechones que caían sobre sus ojos.

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Traté de levantarme del sofá, pero Gaara me tenía fuertemente abrazada de la cintura, traté de quitar sus brazos, pero fue imposible. Bufé y le di un codazo en las costillas.

-Auch -susurró con pereza.

Me liberé de su abrazo y caminé a la cocina tropezando con botellas y vasos, la sala era un desastre. Tenía la boca seca y bebí de un sorbo lo que le quedaba a un vaso. Miré alrededor, estabamos en la casa de Akatsuki. Todo cambió muy rapido, al principio lo ultimo que quería era acercarme a ellos, ahora duermo bajo su techo. En casa ya no era lo mismo, mi padre volvió a contratar empleados para que nos vigilaran, ahora mismo ellos creen que estoy en casa de Ino.

Mala InfluenciaOnde as histórias ganham vida. Descobre agora