— Sí —responde Dimas al entregarme las llaves.

—Bueno, a mí me creen drogadicta por escribir ficción así que estamos en el mismo bando.

Minerva sonríe, pero puedo ver la tristeza resbalando de sus ojos tapatíos.

Dirijo una última mirada a los vecinos, los estereotipos son para personas ignorantes.

La motocicleta de Nicolás está en medio del jardín con demasiada maleza. La minivan gris está ahí y detrás hay un Mustang negro algo viejo.

Permanezco rezagada detrás de los otros dos mientras agobian a Dimas con preguntas y se saludan con esos característicos abrazos con palmaditas que se dan los hombres. Me asomo con timidez a la sala... o no sala... En realidad, es sólo un sofá viejo contra la pared y algunas sillas de plástico, todo lo demás está lleno de instrumentos musicales.

—¡Aura! —exclama Nicolás y me saluda con un cálido abrazo—. ¿Cómo estás?

Por suerte no ha tocado mi brazo o estaría lanzando quejidos de dolor.

—Mejor, gracias. Sofía me cuidó toda la noche.

Lo he dicho intencional porque deduzco que Dimas tampoco dijo que dormimos juntos y, descubro, no quiero herir a Minerva con información así.

—¡Sofía! —dice él con los ojos muy abiertos—. Tienes una amiga muy guapa ¿Verdad, Cedric?

—Muérete —masculla el aludido sentándose detrás de la batería— y en silencio, por favor.

Nicolás entorna los ojos y me pregunta si quiero tomar algo porque hay cerveza para emborrachar a un ejército. Es demasiado temprano para beber alcohol así que pido un vaso de agua.

Eric me saluda revolviéndome el cabello y lo aparto a manotazos mientras ríe. Nicolás regresa con mi vaso de agua y los observo, desde el sofá, ir de un lado a otro afinando sus instrumentos... o intentándolo porque Cedric ya ha comenzado a pegarle a la batería.

—¡Y pides silencio! —grita Nicolás.

Cedric se detiene en seco y se fulminan con la mirada. Dimas va a una de las habitaciones y regresa con una guitarra negra acústica que jamás le he visto.

—Tenemos algunos instrumentos aquí que no llevamos al bar —me explica.

Dimas se sienta en una de las sillas de plástico frente a una mesa blanca con varias partituras arriba. La guitarra es negra y tiene dibujadas, en color blanco, unas plumas de paloma o algún ave, es muy linda.

—¿Siempre van a concursar? —pregunto.

Minerva coloca el estuche de un violín a mi lado y, al abrirlo, descubro que el instrumento que resguarda es transparente.

—Si —responde—. Nos inscribimos hace un rato por internet y ya recibimos la confirmación.

—¿Cuándo es el concurso?

—En dos semanas.

Intento no parecer una ñoña examinando el violín eléctrico, no tengo la suficiente confianza para pedirle verlo, así que sólo la miro yendo de un lado a otro y conectando los cables.

—¿Vas a practicar con ése? —pregunta Dimas.

Minerva se detiene a su lado y mira las partituras.

—Quiero practicar nuestra parte... ¿Conectas tu guitarra?

—Sí, supongo...

Estoy celosa y es tan ridículo, pero verlos hablar sobre música parece algo íntimo. Eric le entrega una guitarra eléctrica que le he visto a él en el bar, deduzco que no es la de Dimas, pero no parece importar. Nicolás se sienta conmigo en el sofá, haciendo a un lado el estuche que dejara Minerva ahí. Dimas y ella terminan de conectar la guitarra y se quedan de pie uno al lado del otro.

La Melodía de Aura 1 - PreludioWhere stories live. Discover now