Antes del Infierno IV

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Raffaele cerró con llave, supuso que los sirvientes entenderían la indirecta y caminó hasta quedar a unos centímetros de su primo. La mirada encendida que los dos se dedicaron, la respiración cargada de fuego y la piel, que casi parecía gritar suplicando el anhelado contacto... No hacía falta decir una palabra, los dos sabían que querían lo mismo.

—Son juegos prohibidos, Miguel —señaló Raffaele evocando viejos recuerdos.

—No me importa.

—No empieces a llorar porque te vas a ir al infierno como antes.

—Era un niño tonto en ese tiempo.

—Si tu padre se entera...

—Raffaele, tienes que aprender cuando debes quedarte callado.

Miguel sujetó a su primo por la nuca y lo atrajo para besarlo. Fue un besó torpe pero tan demandante que Raffaele se regocijó. Lo abrazó y correspondió con la misma intensidad hasta dejarlo sin aliento.

—¡Oh, Raffaele, esto es lo que he deseado tanto!

—No, querido mío, lo que deseas es más que un beso. Vamos a la cama.

Volvieron a besarse mientras caminaban, Raffaele le quitó la casaca y la chupa. Miguel se apresuró a liberarse de la corbata y la camisa. Cuando sintió las manos de su primo recorriendo su pecho desnudo, se estremeció y su entrepierna se tensó hasta casi doler.

—Acuéstate —le pidió Raffaele—. Voy a hacerte sentir bien.

—Antes quiero verte desnudo —exigió hambriento sentándose en la cama.

Raffaele sonrió con malicia, el dulce Miguel tenía poco de recatado. Decidió darle lo que quería, se despojó de su ropa y se paró con los brazos abiertos ante él. Se dio una vuelta para que lo contemplara por completo.

— ¿Satisfecho?

—Has crecido mucho —celebró Miguel ante la vista del cuerpo lleno de vigor y fuerza de su primo.

—Déjame ver cuánto has crecido tú.

Raffaele llevó sus manos a los calzones de su primo y los desabrochó. Éste se puso de pie para quitarse toda la ropa. Se miraron el uno al otro, conteniéndose, saboreando con anticipación lo que esperaban devorar.

Miguel volvió a besarlo y los dos se dejaron llevar por un violento e irrefrenable deseo. Se echaron en la cama, no sabían cómo tocarse o qué hacer. Por más experimentado que aparentaba ser Raffaele, la verdad era que no tenía mucha práctica. Sus flirteos hasta ese día nunca habían pasado de besos y caricias, tendrían que aprender sobre la marcha.

Raffaele se recostó junto a su primo y empezó a masajearle el miembro mientras seguía besándolo. Miguel sintió que su cuerpo se transformaba, que se convertía en llamas y quemaba las cuerdas que lo habían aprisionado toda su vida, al fin estaba siendo liberado.

De repente, Raffaele se detuvo y quiso cambiar de posición.

— Por favor, sigue — suplicó el español.

—Es que necesito tu ayuda...

Entendida su petición, sujetó el miembro de Raffaele. Los dos se excitaron el uno al otro mientras se miraban a los ojos, sin pestañear, jadeando sus nombres cada vez con mayor intensidad.

Cuando un latigazo de placer azotó a Miguel, su primo lo besó para que no gritara y suplicó que no se detuviera, el joven español esperó a recuperar el aliento y siguió moviendo su mano hasta que consiguió que Raffaele experimentara también el orgasmo. Lo vio al fin estremecerse y esconder el rostro en su hombro, donde se quedó respirando con dificultad por unos segundos.

Engendrando el Amanecer IWhere stories live. Discover now