Capítulo XIX Sobrepasando los Límites Parte I

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A partir de las terribles revelaciones sobre las torturas sufridas por Miguel, nuestra convivencia volvió a cambiar. Raffaele se encargó de curar sus heridas y de hacerle compañía a todas horas, incluso durante la noche. Dormía en un diván a los pies de la cama de su primo, este insistía inútilmente en que compartiera el lecho o se marchara a su habitación.

Resultaba una triste estampa la que ofrecía el imponente heredero de los Alençon en esos días, esforzándose por mostrar entereza cuando a leguas podía verse lo profundamente afectado que se encontraba. Constantemente lo sorprendía a punto de llorar o de sufrir un arrebato de cólera.

Maurice, por su parte, había perdido el apetito de nuevo, se mostraba más abstraído que de costumbre y una expresión afligida ensombrecía constantemente su rostro. Pasaba su tiempo enfocado por completo en su primo, tratando de hacerle sentir mejor cuando él mismo no encontraba consuelo.

Yo sufría al verle así, al ver a los tres atrapados por la desgracia ocurrida a Miguel, y comprobar mi incapacidad para aliviarlos. Se podía decir, sin temor a exagerar, que el Palacio de las Ninfas se transformó en el recinto de la tristeza, el dolor y la rabia.

La situación pudo haberse prolongado de no ser por Miguel, quien, además de hermoso, siempre fue muy gallardo y puso punto final a los días de duelo.

—Tenemos que terminar los frescos de "Nuestro Paraguay" —exigió bautizando de esa manera aquel salón para la posteridad—. Raffaele encárgate de convocar a todos para mañana temprano.

—Deberíamos esperar a que estés mejor —recomendó Maurice.

—Mis heridas ya casi no molestan y estoy aburrido. Quiero pintar, salir a cabalgar por el campo y bailar hasta que me duelan los pies.

—¿Bailar? —pregunté asombrado porque aquello contrastaba completamente con el clima en el que estábamos inmersos.

—Sí, quiero bailar. Hagamos una fiesta la próxima semana. Invitemos a Joseph y a Théophane...

—Te has acordado... —intervino Raffaele conmovido.

—Por supuesto. Siempre lo tengo presente.

—¿Qué cosa?—insistí al ver que no dejaban de mirarse el uno al otro embelesados, olvidando todo lo demás.

—El veinticinco de septiembre es mi cumpleaños —respondió Raffaele sonriente.

—¡Ah, es cierto!—exclamó Maurice como si aquello le sorprendiera.

—Lo has olvidado otra vez —le acusó Raffaele. Él se limitó a sonreír dándole la razón.

—Este año al fin podremos celebrarlo juntos, por eso debemos tener un gran baile—insistió Miguel—. Los veintinueve años del futuro Duque de Alençon deben celebrarse como es debido.

—En lugar de una fiesta, prefiero ir a un lugar tranquilo contigo.

—Pero quiero bailar y...

—No me hará ninguna gracia verte bailar con alguna Madame, que seguramente sonreirá como tonta mientras yo saboreo la hiel de mis celos.

—¡Ah! Tienes razón —lamentó Miguel como si acabara de darse cuenta de la situación.

—Aunque me gusta la idea de invitar al tío Théophane y a Joseph. Podemos organizar una jornada de cacería.

—También podemos invitar a Bernard y a los demás...—apuntó Maurice sumándose a la idea.

Comenzamos a planificar la jornada de cacería. Ellos, como siempre, se mostraban entusiasmados y yo me resignaba a las incomodidades que siempre conlleva semejante actividad. Sin embargo, noté que Miguel no estaba muy conforme pese a ser tan aficionado a la caza como sus primos.

Engendrando el Amanecer IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora