Antes del infierno Parte II

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Raffaele lanzó un suspiro, había estado divagando en sus recuerdos. Los días de infancia estaban ya lejos. Por fortuna, la impronta que dejaron en su alma nunca desaparecería, la memoria de sus pequeños primos le acompañaba en sus horas oscuras igual que la de su amada tía Petite.

Vació de un sorbo su copa, no era el mejor momento para soñar despierto. Sintió un poco de amargura al comprobar lo que el paso del tiempo había provocado en Miguel, seguía siendo hermoso, incluso más que su querido Maurice, pero le quedaba poco de la dulzura que antaño le adornó.

Su primo, ahora con diecisiete años, lo había decepcionado, se encontraba al otro lado del salón, iba vestido a la francesa como todos, pero su traje tenía tal cantidad de lazos, encajes y apliques, que escandalizaban a cualquiera, incluso a alguien acostumbrado a la parafernalia de Versalles como Raffaele.

Sin embargo, esto no era lo que le estaba amargando la velada, sino el que Miguel en lugar de conversar, parecía estar coqueteando con el sobrino de Bernardo Tanucci, uno de los ministros que su majestad, Carlos de Borbón, había traído consigo desde Nápoles. Con el salón lleno de nobles muy dispuestos a cuchichear unos de otros, era una verdadera tontería dar semejante espectáculo.

No entendía cómo había cambiado tanto su dulce y hermoso primo en el poco tiempo que llevaban sin verse. Ahora se mostraba vano y egoísta, un verdadero cabeza hueca que para colmo tenía mal gusto. Giuseppe Tanucci no era más que un oportunista que se aprovechaba de la posición de su tío para mezclarse con la nobleza sin tener ningún mérito propio, ¿Por qué demonios estaba Miguel revoloteando alborozado a su alrededor?

Raffaele no podía darse el lujo de hacer el tonto como él, se encontraba en España acompañando a Carlos de Borbón, ahora Carlos III, en su viaje hacia Madrid(1), donde comenzaría a reinar sobre sus nuevos dominios, a la vez que debía cumplir una misión encomendada por su padre y de la que dependía el destino de los Meriño.

El peso de la responsabilidad lo hacía temblar. Apenas había cumplido diecinueve años y encubría su desasosiego mostrando una fiera sonrisa; después de todo, era el heredero de los Alençon, no podía mostrarse vulnerable

A Philippe no le había quedado más remedio que enviarlo en su lugar debido a sus ocupaciones en la Corte de Louis XV. La llamada Tercera Guerra Carnática contra Inglaterra se estaba desarrollando de forma desfavorable y él intentaba, en vano, ayudar a frenar los ataques ingleses contra las posiciones francesas en la India y África. Todas sus sugerencias eran rechazadas por Choiseul, la mano derecha del Rey en Versalles.

Raffaele se encontraba librando otro tipo de batalla, una en la que el encanto valía más que los cañones: debía emplear todo su ingenio para asegurarle al Duque de Meriño, la benevolencia del nuevo Rey de España; una empresa que no se veía fácil gracias a la mala relación que su tía Pauline había mantenido con la madre de Carlos III, Isabel de Farnesio.

La Parmesana, como la llamaban, no era alguien con quien se pudiera jugar; fue la segunda esposa de Felipe V, poseía un carácter autoritario y supo valerse de intrigas para aumentar su influencia. Sobre todo aprovechó la convalecencia de su esposo quien, según todos los testigos, fue perdiendo la razón progresivamente.

De ella se contaba con admiración que hablaba siete idiomas, poseía un gran amor por el arte y que se destacaba tanto en la cacería como en la cama, para contento del rey. También se decía que se encargó de alejar a todo el que le hizo sombra desde que puso un pie en España, como a la princesa de los Ursinos, exiliada en un parpadeo a pesar de haber sido durante años mano derecha de Felipe V y discreta agente del poderoso Louis XIV.

Engendrando el Amanecer IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora