Antes del Infierno Parte III

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Raffaele regresó a la villa de su tío, agotado y molesto por el intempestivo viaje; no pudo conciliar el sueño durante varias noches por darle vueltas a los sentimientos que el encuentro con Maurice había alborotado en su interior, como si de un panal de abejas se tratara. Intentó disimular ante todos su desasosiego, mientras fingía que disfrutaba de la cacería y vigilaba a su primo.

Una de esas noches escuchó un ruido en el corredor, algunos pasos y un repiqueteo de vidrio. Abrió la puerta y encontró a Miguel llevando una botella y dos copas.

—¿Qué haces? —preguntó sorprendido.

Su primo se puso nervioso y no fue capaz de dar una respuesta coherente. Le arrebató la botella y le ordenó por señas que entrara a su habitación, ahí le sacó la verdad.

—¡¿Ibas a ver a Giuseppe?! ¿Estás loco?

—¡No es tu problema!

—¿Acaso no te das cuenta de lo que pasa a tu alrededor? ¿Te has vuelto idiota?

—¡No tienes derecho a hablarme así! —chilló Miguel lleno de rabia.

—Sí lo tengo. Vine para ayudar a tu padre y tú vas a arruinarlo todo.

—Lo que yo haga no afecta mi padre.

—¿Crees que Su Católica Majestad va a ver con buenos ojos a un afeminado en su Corte? Estás exponiéndote al ridículo.

—¿Cómo te atreves?

—Eso es lo que se está diciendo de ti, que le regalaste un pañuelo con tu nombre bordado a Giuseppe.

—¿Cómo lo sabes?

—Tío Miguel le escribió a Petisco contándole tus hazañas. No pude pasar más tiempo con Maurice por venir a cuidarte. Como ves, tengo todo el derecho del mundo de protestar por lo que haces, has arruinado mis planes.

—¿Cómo lo supo mi padre?

—No tengo idea. Pero también sabe que llegaste al extremo de depositar un beso en el pañuelo antes de dárselo a ese tonto.

—¡Oh Dios mío! No entiendo, nos encontrábamos a solas cuando lo hice.

—Eso es simple, mi querido primo: el mismo Giuseppe debe haberlo comentado. Ese cretino se está burlando de ti.

—Él no me haría eso. Es mi amigo.

—¡Lo acabas de conocer! De cualquier forma, ese hombre no importa. Lo que importa es que están hablando de ti, comparándote con tu medio hermano, diciendo que tío Miguel debería convertirlo a él en su heredero porque tú no das la talla. Imagina lo que hará tía Pauline si se entera, se sentirá humillada. Ya sabes que la mayor afrenta que le ha hecho tu padre fue reconocer al bastardo que engendró antes de casarse con ella. Si llega a escuchar que lo consideran mejor que tú...

—¡Cállate!

—Todo lo que estoy diciendo es por tu bien.

—¡Tu medicina es un veneno! —las lágrimas empezaron a asomarse en sus bellos ojos azules y se dio vuelta para que no lo viera llorar.

Raffaele sintió compasión por él, quiso entenderlo, atravesar el abismo que ahora los separaba y volver a convertirse en su amigo y confidente. Se quedó en silencio esperando que dejara de llorar. Lo que no imaginaba era que el dolor y la humillación que sentía su primo, fueran más grandes y con más aristas de las que imaginaba.

—¡Estoy harto de mí mismo! —gritó Miguel—. Vivo deseando ser otra persona. ¿Por qué no nací mujer? ¡Dímelo! Podría amar a un hombre y no tener que esconder lo que siento. ¿Sabes el infierno que fue estar en el colegio? Tenía miedo hasta de mirar a mis compañeros porque podían descubrir que me gustaban. Deseaba tanto tocarlos y que me tocaran y no podía hacerlo porque no es lo que se espera de un hombre. Y menos de un maldito heredero.

Engendrando el Amanecer IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora