Capítulo XV El Cielo de un País Lejano Parte III

4K 340 260
                                    

—El holandés comenzó a tratarnos mejor —continuó Xiao Meng—. Nos vistió, nos dio de comer más seguido, y sobre todo, dejó de golpearnos. Yo ya estaba orquestando nuestro escape cuando fuimos vendidos a otro holandés en un puerto europeo. Al parecer, nuestro maldito capitán había perdido su puesto y debía deshacerse de nosotros para no tener problemas con el nuevo oficial del navío. No le niego que nos llenó de felicidad ver que su vida había dado un revés y poder librarnos de su yugo. Nuestro nuevo dueño fue más civilizado, y apenas nos usó por unos meses. Luego, nos vendió al Marqués. Así terminamos en este lugar, donde llevamos gozando algunos años de tranquilidad, sin palizas, ni hambre y con un clima agradable.

Cuando Xiao Meng terminó su relato, dio un sorbo a su té y yo volví a respirar. Había estado conteniendo el aliento, apretando la mano de Sora, escuchando horrorizado. Sentí que tiraban de la manga de mi camisa, era Sora, quien me miraba preocupado.

—¿Vassili, por qué lloras? —preguntó, sorprendiéndome, ni siquiera me había percatado de cuándo las lágrimas comenzaron a brotar. Lo cierto es que quería gritar de dolor y rabia.

—Perdóname, Sora... —supliqué, atrayéndolo hacia mí para rodearlo con mis brazos—, no tenía idea.

Él se quedó mirándome, perplejo, por un instante. Luego, correspondió a mi abrazo y recostó su cabeza en mi hombro

—Lo sé, Vassili, lo sé.

Fue todo lo que escuché y agradecí aquellas palabras, y sobre, todo el tono de su voz. Al fin, hablaba el mismo Sora que conocí, quien había despertado de su pesadilla y volvía a ser el orgulloso joven con el que había hecho el amor tantas veces. Xiao Meng nos dejó solos. Los dos nos quedamos en silencio, mezclando nuestros llantos hasta que nos venció el sueño. Aquella había sido una de las noches más largas de mi vida.

Cuando el carruaje vino a buscarme al amanecer, mandé despedirlo. Me quedé en la cama con Sora hasta que él quiso levantarse, asearse y pasear por el jardín, donde solía tomar su desayuno. Yo lo secundé, fascinado de conocer a Sora durante el día.

El hermoso jardín tenía una glorieta en el centro, estaba lleno de árboles enanos y flores de todo tipo. El lugar estaba encerrado entre cuatro edificios independientes. Todos con la misma arquitectura, de dos pisos y numerosas ventanas con cornisas muy rimbombantes. Mientras recorría con Sora el extenso Jardín, nos encontramos con tres niños, tan pequeños que no llegaban a mi cintura. Saludaron a Sora con entusiasmo, a mí parecían temerme por lo que me alejé un poco para que pudieran conversar. Se veía a leguas que se llevaban bien.

—Le he dicho que no se encariñe con ellos, pero no hace caso —dijo Xiao Meng a mis espaldas, dándome un buen susto—. Igual que no lo hizo cuando le advertí que no se enamorara de usted.

—¿Quiénes son esos niños? ¿Hijos de las prostitutas?

—No. Ellos son atracciones como Sora. Alguien paga por mancillarlos cada noche, como usted lo hace con él.

—¡No es posible! —El mundo se estremeció bajo mis pies.

—Claro que lo es. Todos en esta casa, excepto Madame, somos productos para la venta. Suerte que yo no le guste a los franceses. Aunque, de vez en cuando, el Marqués me incomoda requiriendo mis servicios. —Lanzó un suspiro—. Al menos, no me golpea y basta darle de beber dos copas de buen vino para que se duerma pronto.

Me quedé en silencio. Comencé a sentirme amargado al ver a aquellos niños. Cuando Sora les dejó y regresó a mi lado, agradecí que Xiao Meng les ordenara volver a sus habitaciones. Ellos evidentemente le temían y corrieron alejándose. Yo no podía seguir viéndolos, su existencia era como un hierro candente que horadaba mi piel. ¡Mi dinero mantenía el lugar donde esos infelices niños eran ultrajados! No podía vivir con algo así; por tanto, procuré olvidarlos en el acto.

Engendrando el Amanecer IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora