Capítulo XVIII Las Huellas de la Crueldad. Parte II

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Tenía una expresión inexorable. Me sorprendí, por supuesto. Pensé en que si él llevaba una pistola en su casaca, aquellos serían los últimos minutos de mi vida. Me sentí perdido. Estaba agotado por dormir en el suelo en medio de pesadillas sobre el futuro, no tenía ánimo para intentar envolver la verdad en mentiras. Casi prefería que Miguel me diera un tiro a que Maurice supiera lo que tenía con Sora y Raffaele.

A la vez, lo que más lamentaba era que aún no había hecho el amor con Maurice. Caer en la cuenta de esto me hizo tomar la firme resolución de luchar por mi vida. Al observar a mi posible verdugo, noté que sus ojos reflejaban, además de odio, miedo. Decidí continuar aquella conversación, después de todo, los dos éramos personas racionales.

—¿Para qué preguntas semejante cosa? —respondí con sinceridad —. No vas a ganar nada.

—¡Igual quiero saberlo! —replicó desafiante.

Lo miré por un instante, buscando la mejor manera de decírselo. Me encogí de hombros, lancé un suspiro cansado y crucé los brazos sentándome un poco más cómodo.

—Efectivamente, hemos dormido juntos varias veces.

—¡Lo sabía!—gritó cerrando los puños y estrellándolos contra sus piernas.

—No puedes culpar a Raffaele. Te desea con locura. Está desesperado por contenerse y no volver a forzarte. Yo soy su desahogo.

—¿Y tú por qué demonios te acuestas con él si se supone que amas a Maurice? —me apuntó con su largo dedo enfundado en un guante negro.

—Porque estoy en la misma situación. Él se acuesta conmigo simplemente porque me tiene a su alcance, y yo hago igual. No te hagas ideas erróneas, no hay nada más que necesidad y conveniencia entre nosotros.

—¿No te basta con la mujerzuela que acabas de follar? —Miguel ya empezaba a colmar mi paciencia con el tono agudo de su voz—. No creas que engañas a alguien con tus excusas, sé bien que tienes una amante a espaldas de Maurice.

—No es una mujerzuela —corregí conteniendo mi enojo—. Es un bello joven, a quien aprecio mucho.

—¡¿Y te atreves a decir que amas a Maurice?!

—Lo amo, eso puedo jurarlo. Pero, mientras no consiga tenerlo, necesito de otros.

—¡Bonita excusa! —soltó con todo el desprecio que le cabía en su delgado cuerpo.

—Puede que esté excusando mi desvergüenza, pero es la verdad.

—¡No sé cómo ha podido Maurice enamorarse de ti! —concluyó pateando mi asiento.

—¡¿Te lo ha dicho?! —No pude evitar ilusionarme.

—No necesita decírmelo. Lo vi desde el primer momento en que nos encontramos, después de llegar a Francia, sólo hablaba de ti. Parece que lo has fascinado. ¡Deja de reírte de esa forma! Maurice no te va a perdonar que, después de declararle tu amor, te acuestes con otros y sobre todo con Raffaele.

—¿Vas a decírselo? —De repente me di cuenta del verdadero peligro que corría.

—¿Por quién me tomas? No quiero que Maurice y Raffaele vuelvan a pelear y menos por un libertino como tú.

—¡Gracias Miguel!

—¡No me agradezcas nada! No lo hago por ti. Sinceramente en este momento deseo arrojarte del carruaje para que tu linda cara quede deshecha.

Volvió el rostro hacia la ventana y por unos momentos reinó el silencio. Podía escoger entre continuar así y soportar un largo e incómodo paseo, o seguir hablando y arriesgarme a cualquier tragedia. Elegí la opción más entretenida.

Engendrando el Amanecer IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora