Antes del Infierno Parte III

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—Sí, lo sé —reconoció después de pensarlo un poco—. No me refiero a lo de querer ser mujer, eso nunca me ha pasado por la cabeza, pero lo otro sí. No fui a un colegio, pero he estado en un barco rodeado de hombres descamisados y sudorosos, algunos de los cuales eran bastante atractivos. Ya sabes que me gustan por igual hombres y mujeres.

—Yo no encuentro atractivo en una mujer, pero desearía ser una, o poder vivir como una. No logro entenderme a mí mismo.

—No sé qué decir...

—Búrlate si quieres. Sé que doy risa.

—Estás llorando, Miguel, ¿cómo podría reírme de tus lágrimas? Lamento mucho no haber estado cerca de ti cuando pasabas por todo eso, pero ahora estoy aquí dispuesto a escucharte y ayudarte.

—¡Lo único que quiero es respirar! Siento que he estado atrapado toda mi vida, como si mi cuerpo estuviera cubierto de sogas apretadas que me impiden tomar aliento y moverme. Pensé que al salir del colegio sería libre, pero resulta que incluso ahora, me vigilan por todos lados.

—No es así. Tu padre quiere protegerte...

—¿Determinando todo en mi vida? No hace más que decirme cómo debo vestir, qué debo decir, con quién debo hablar... Es igual que madre, los dos me tratan como un juguete.

—Don Miguel es un buen hombre, te quiere y...

—¡Oh sí, me quiere y se avergüenza de mí! Al menos debo agradecer que no me enviara a la guerra como hizo tío Philippe contigo... —El rostro ofendido de su primo lo hizo callar.

—Fui yo quien pidió participar en la guerra. ¿Qué crees que significa ser un Alençon? ¿Lucir trajes bonitos y sonreír como idiota? Nosotros servimos a los Borbones, no podemos eludir nuestros deberes. Además, el abuelo nos dejó arruinados; mi padre se ha sacrificado por años tratando de devolverle a nuestra familia su importancia. No quiero que siga llevando toda esa carga solo.

Miguel se quedó sin argumentos. La imagen de su primo después de pronunciar esas palabras se le hizo majestuosa, no pudo soportar compararse con él y verse desnudo y con las manos vacías.

—¡No tengo por qué escuchar todo esto! —declaró dándose vuelta para salir.

—Quédate esta noche conmigo, por favor. No vayas a buscar a ese idiota —suplicó Raffaele atrapando su mano—. Tuve que renunciar a Maurice y tengo el corazón destrozado.

Miguel contempló a su primo, el tiempo los había hecho diferentes. Mientras él había estado interno en un colegio jesuita junto con Maurice, Raffaele fue a la guerra, se convirtió en uno de los oficiales más jóvenes con los que contó el Marqués de La Galissonière en la batalla de la isla de Menorca, tres años atrás.

El joven español se había enterado de todo por cartas del propio Raffaele. Su tío Philippe, quien también se unió a la refriega en el último momento, estuvo cerca de perder la vida al atravesar su fragata para escudar el navío en el que se encontraba su hijo.

Fue una fortuna que lograran romper el cerco que los ingleses intentaron crear con sus barcos y ganaron la contienda. En su momento, aquello le pareció una historia fascinante, no llegó a medir el hecho de que sus muy queridos parientes podían haber muerto.

Desde que volvió a verlo, Raffaele le pareció más alto, fuerte y arrogante. Para colmo, Don Miguel no dejó de compararlos y decirle que debía tratar de ser como él. La antipatía que le había demostrado, se debía a que el amor que siempre le profesó se contaminó con la envidia.

Como su primo no se había burlado de sus preferencias y ahora le estaba demostrando que quería y necesitaba volver a ser su amigo, Miguel sintió un cambio en su corazón, los oscuros sentimientos se disolvieron y sólo quedó la calidez que llevaba años albergando.

Engendrando el Amanecer IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora