Una mala etapa

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Fue una mala etapa, pocos años que prefiero no recordar la mayoría del tiempo.
Me sentiría mal al decir que comenzó con el nacimiento de mi primer hermano, producto de la unión de mi mamá y mi antiguo profesor del jardín infantil. Yo acostumbraba a reservarme toda la atención de la familia. Me sentía emocionada los primeros meses, pero cuando él comenzó a hablar, algunas cosas se pusieron duras.

Como el hecho que adoraba acusarme.
Un día, yo estaba sentada en la mesa del comedor haciendo deberes del colegio, el bebé estaba en su cochecito, mirando televisión, un programa de esos que parecen pretender disminuir la capacidad auditiva y cognitiva de las personas, con canciones repetitivas, de voces estridentes, y sin sentido. Como no podía concentrarme en lo mas mínimo, opté por apagar el sonido, al bebé le daría igual. Tomé el mando, y silencié mi distracción, pero un sonido aun peor me distrajo otra vez. Había empezado a llorar.

Volví a subirle el volumen, un poco tan sólo para poder estudiar, pero no fue suficiente, me acerqué a él para asegurarme que no esté incómodo, pero mi mamá se acercó, y al verlo llorando, balbuceando mi nombre, concluyó que yo era la culpable de las desgracias de la vida y me castigó. Para ella yo le había lastimado, y cuando él se frotaba el brazo, fue una hipótesis irrefutable.
Me distancié un poco de mi madre por este motivo, yo era la culpable de las cosas que no salían bien en la casa. O al menos así me sentía.

Esto se intensificó mucho más con la pronta llegada de mi segundo hermano. Mi mamá ya había notado que mi estado de ánimo no era muy bueno, mi autoestima era deplorable, casi no conversaba y me esforzaba por llamar la atención en demasiadas ocasiones al día. Y como suele hacerse con los niños que tienes estos tipos de problemas, optó por ofrecerme ir al psicólogo. Yo acepté, me parecía bien que alguien interprete mis sentimientos, yo quería mejorar, quería que en lo posible, todo vuelva a ser como antes, pensando en que todo pasado siempre fue mejor, olvidando cualquier defecto de esos tiempos, ilusionada con volver a tener a mi madre, abuelos, y tíos a mi disposición 24/7. 

No soy egoísta o caprichosa, pero de verdad fue un cambio abrupto y muy duro, para el que no estaba preparada. A eso se sumaron dos cuestiones más, que todavía tienen repercusiones en mi vida diaria, y cambiaron mucho la forma de verme o aceptarme.

La primera de ellas, es la repetición evolucionada de algo ya vivido, el bullying, pero esta vez en el colegio.

En  mis dos primeros años de escuela primaria, teníamos una docente muy amable, que se preocupaba además de enseñarnos los contenidos básicos anuales que se planificaban, dedicaba gran parte del tiempo a corregir nuestro vocabulario, compañerismo, respeto, y demás valores que, para la docente del año siguiente, brillaban por su ausencia. Esta segunda mujer, no era mala, pero no parecía importarle mucho la forma de sentir de nosotros, o los valores que eran importantes en ese momento continuar corrigiendo. 

Como algunas de mis compañeras notaron una impunidad total al momento de bromear sobre el aspecto físico de alguien, o poner apodos, o creer que su persona era más importante, continuaron haciéndolo, en exceso, sin pudor ni filtros.

Comenzó con una burla de el remolino de mi pelo. Yo estaba empezando a peinarme sola, y no era muy buena. Generalmente quedaban partes de pelo sueltas por detrás y algunos cabellos más cortos por delante, algo normal, pero una buena escusa para llamarme "bruja" o compararme con los cepillos para limpiar el piso.

Siguió con mi ropa. Un pantalón normal y unas zapatillas normales, que comparado a lo que para ellas decían era super moda fashion de París (un pantalón ajustado y botas media caña) condicionaba cualquiera de mis capacidades de persona. Automáticamente yo era inferior, desagradable, y daba pase libre a las burlas.

Es obvio que, como tenía hermanos más chicos, ellos tenían algunas prioridades al momento de elegir la programación de las comidas, generalmente eran canales de dibujos animados infantiles, que yo veía por descarte o por aburrimiento, pero que a mis 9 años no me parecía mal. A ellas, sí. Debíamos ver todos programas de realities, escándalos, farándula, programas de talentos creados con el único objetivo de distraer a las personas de la vida real y enfocarse en conflictos sin la menos influencia para alguien.

En una ocasión, la docente eligió que dos de ellas, serían quienes visiten un colegio especial, con el fin de llevar donaciones recaudadas, aprender lenguaje de señas, algo de braille, y servir de intercambio escolar para unir lazos y estar a disposición de ellos también.

 Como he mencionado, ellas parecían tener impunidad en sus acciones, pero yo no. Cada vez que me distraía en clase o no lograba resolver un ejercicio, la maestra disfrutaba dejando comunicados en rojo en mi cuaderno escolar, pidiendo a mi madre un mayor control y exigencia en mis acciones. Una vez, mi compañera de al lado había dado palmadas en la mesa para indicarle a otra que se siente junto a ella, la maestra la regañó y le dijo que no moleste. Indignada por su comentario, ya que el sonido apenas había sido audible, me quejé, no fui irrespetuosa, no quería terminar en problemas también yo, ya tenía suficiente. La mujer giró a verme, todo su rostro expresaba furia. Soltó un corto sermón sobre lo irrespetuosa que yo era y puso un comunicado en mi cuaderno acusándome a mí de haber dado las palmadas. Si pudiera representar mi cara en ese momento usaría el emoticón: .-. perdí cualquier respeto por la docente ese día.  

Como todo esto las condicionaba de seres superiores, era normal que crean que tenían prioridad o beneficios, como pasar primeras por la puerta y golpear, insultar o empujar a cualquiera quien se cruce en su camino, especialmente si era persona era yo. Disfrutaban hacerlo frente a la docente, que prefería pretender estar mirando por la ventana y no intervenir.

Ellas eran tres chicas. La capitana, una chica de piel y cabello oscuro, que iba detrás mío en la fila por estaturas, la que más disfrutaba reírse de mí; la graciosa, tenía el cabello castaño en las raíces y se tornaba rubio en las puntas, siempre fue así, no tenía conflictos con ella, parecía sentirse mal por mí y rara vez participaba en las bromas; la chica bonita, la que usaban de señuelo, no parecía mala, y con frecuencia no lo era conmigo, por lo que dos o tres veces la usaban para engañarme y seguir riendo de mí.

Otro evento que causó mi inestabilidad emocional, fue el empeño de una persona muy cercana a  mí y mi familia, a la hora de tratar de enseñarme, en varias sesiones, cómo es la cuestión de la procreación sexual humana. Espero algún día poder quitar ese peso de mi mente, dormir tranquila, sin necesidad de puertas cerradas, llaves o temores.

Cómo creer - Wattys 2016Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang