Barrio- Parte 1

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Vivíamos en la zona céntrica de la pequeña ciudad. Cerca había una panadería, que con el tiempo. fue una de las primeras salidas sola que tuve, junto con un quiosco. Ambos lugares eran atendidos por sus dueños. 

La panadería, por una mujer de unos 40 años, cabello cobrizo, ojos maquillados, que a veces parecían verdes, y voz amable, también estaban dos hombres, un poco mayores a ella, eran gemelos, difícil de diferenciarlos para mí, pero con una diferencia principal: uno de ellos no hablaba conmigo, y el otro, siempre me sonreía, me saludaba, y me ofrecía algún bocado a escondidas. Los tres eran personas igualmente amables y queridos por mí. Disfruté ir años después a conversar con ellos y rememorar. Ya no trabajan allí, pero es bueno organizar una tarde con mate o té y facturas, son personas adorables.

El quiosco es atendido por una dulce mujer mayor. De ojos cansados, espalda curvada, cabello corto y rizado, siempre con el mismo olor a colonia, y una personalidad encantadora. Me gustaba ir a comprar caramelos y quedarme conversando con ella sobre cualquier cosa que surja, tanto que muchas veces mi abuela iba a recogerme preocupada y me encontraba alegre, conversando sobre cualquier cosa. Ella decía que yo era muy madura. Le gustaba hablar de sus hijos, siempre estuvo orgullosa de ellos, pero su voz temblaba cada vez que mencionaba a sus nietos. Me gustaría conocerlos, me gustaría verlos con ella alguna vez, también. Es como una abuela alternativa que el tiempo me dio. Hace poco cumplió 80 años y sigue tan feliz y buena como siempre. Le deseo lo mejor.

En el barrio también habían niños, los veía a veces cuando iba a comprar, pero hizo falta algún que otro empujón para que vaya a hablarles, y algunos más para que seamos amigos.

Era una hermosa tarde de marzo. Una leve brisa corría moviendo las hojas de los árboles que comenzaban a secarse y caer.  Pocos autos transitaban la calle, así que era un lugar tranquilo, favorable para que mi tía y sus amigas tomen mate con facturas en el día de la mujer. La casa estaba bacía y ellas fuera, en ese momento no encontraba satisfacción estando sola saltando en los sillones, bueno tal vez un poco, pero no tenía gracia si mi abuela no estaba allí para detenerme.

Una niña de cuatro años, paseando entre ellas y rogando atención, aparecía con sombreros distintos cada vez que entraba a la casa. Por ratos corría, se sentaba, comía, pedía mates con azúcar, cortaba flores, molestaba un poco, demasiado.

-No queres ir a comprar caramelos? Tendrías que haber salido con tu mamá, si sabes que te aburrís acá, yo no hago cosas divertidas para vos. Mira hay una nena sentada en la puerta del quiosco, pregúntale si quiere ser tu amiga, dale, llevale la florcita.

Hice caso, era una buena oferta. El quiosco quedaba en la esquina, y nuestra casa estaba casi en la esquina opuesta, entonces me dejaban ir sola por que podían verme. Tomé una flor  que había  cortado y me encaminé a el lugar, y a ella. Cuando me estaba acercando noté que lloraba. Su rostro se escondía entre sus manos, y su cabello corto y oscuro. Dos chicos a su lado intentaban hacerla callar para "que no diga nada", negociaban sobre comprarle un caramelo más o una paleta o lo que ella quiera. 

+Años después supe que ellos no la querían dejar jugar en la computadora y ella iba a acusarlos por que también quería jugar. Eran su hermano y un chico que ya verán.+

Con timidez, me acerqué a ellos. Los chicos me dejaron pasar y acercarme a ella. 

-La querés?

Dije agachándome hasta su rostro. Ella levantó la cabeza despacio y dudando me vio, miró la plantita verde con tres flores amarillas que caían por mis dedos, sin saber si corresponderme. Finalmente la tomó, yo le sonreí y fui a comprar mis caramelos.Cuando salí del pequeño negocio, ella ya no lloraba y los chicos guardaban sus ofertas, que no funcionaron. Le sonreí al paso y volví a mi casa, feliz con mis dulces.

En cuanto llegué mi tía me preguntó por qué no la había invitado a jugar. La respuesta es que no me había quedado claro qué era lo que ella esperaba que haga para que la otra nena fuese mi amiga. Nunca hice eso de preguntarle a alguien "querés ser mi amigo?" como si fuese algo que uno puede ofrecer todo el tiempo a diestra y siniestra. Acepté hacerlo. Ellos seguían en la misma cuadra así que volví a acercarme, ya menos tímida y con un plan más claro que el anterior. Ahora hablaban sobre un nuevo juego que tenían que probar, pero después de una set de tenis en el patio, la nena los acompañaba unos pasos por detrás, con la mirada baja , con centrada en una pequeña flor de pétalos amarillos que caían de sus manos.

Me acerqué a ella y me presenté. Le dije si quería ir a jugar a mi casa, ella miró a su hermano y él asintió con la cabeza, contestándole que el hablaría con su mamá. Me preguntaron donde vivía, que para sorpresa de todos quedaba casi al lado de su casa, en el medio había un terreno, adquirido por mi abuelo, baldío, que a veces le servía como depósito para vieja maquinaria. 

Conversando en el camino, me dijo que su nombre era Camila, que su hermano se llamaba Rodrigo, y el otro chico Martín. Al parecer vivíamos muchos chicos de edades aproximadas en las calles, dijo que otro día me presentaría a los demás.

Llegamos a mi casa. La presenté a mi tía y sus amigas, y fuimos dentro a jugar con mis juguetes y algo muy especial, que yo presumía. En el living, había un gran corral de juguetes. O lo que para mí en ese momento era enorme. Medía 1.5 por 1.5 y tenía un metro de alto. Yo podía entrar acostada dentro de él, junto con todos mis peluches, apilados formando un colchón. Ambas los admiramos, cruzamos nuestras vistas y nos abalanzamos a él, intentando subir. 

Fue una tarde muy divertida, entre juguetes revoleados por los aires, risas, y la semilla de algo que sería una hermosa y larga amistad.



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Cómo creer - Wattys 2016Where stories live. Discover now