Fobias y algo más

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A lo largo de mi vida, y como en la de todos, surgen algunos miedo que toman el nombre de fobias. Como la Real Academia Española nombra, las fobias son como un temor intenso e irracional, de carácter enfermizo, hacia una persona, una cosa o una situación. 

Enfermizo. No parecía tanto. Tampoco ahora.

En esta ocasión voy a nombrarles los principales que encabezan la lista, algunos con explicación o con historia, otros sin ellas y varios que todavía me persiguen.

Fobia a las hormigas y arañas.

Este puede ser uno de las más comunes que tengo. Todos los días, cunado iba al jardín, por supuesto caminando, teníamos que atravesar con mi madre, un par de cuadras que estaban infestadas de hormigas. Se veían largas filas de ellas, negras y rojas llevando y trayendo su alimento. 

Hasta ese momento no tenía problemas. Pero con el transcurso de los días me parecía ver que cada vez que pasaba eran más grandes, más rojas, más negras. Casi las sentía subirse en mis zapatos. Comencé a pedir caminar del otro lado de la vereda, luego al otro lado de la calle, y luego rogarle a mi abuela que me lleve al jardín en auto. De noche, soñaba que me perseguían y se comían mis juguetes, a mi familia, a mi gata y todo lo que esté en su camino. 

Por suerte, las hormigas ya no están en la lista.

Recuerdo, por años haber causado escándalos y gritos al ver una araña en cualquier lugar, dentro o fuera de un espacio. Las arañas no tienen mucha historia para agregar, simplemente es fobia en su máxima expresión y cito la parte de "enfermizo" agregando la palabra "asco". Tal vez piensen, Cómo puede un animal causar asco? Bueno.. me parece desagradable verlas caminar, mover la patitas de una forma lenta e inofensiva cuando están siendo observadas, pero al momento que nadie les presta atención ser rápidas. Además la tela de araña me provoca una sensación de escalofrío que perdura por horas, incluso hasta por días. 

Lamentablemente, confieso que es una fobia que me sigue acompañando hasta el día de hoy.

Fobia a la oscuridad

Otro miedo común en la infancia de las personas. Pero no es tan sencillo en mi caso. No recuerdo haberle tenido miedo a las figuras, o sombras. Era miedo al sonido, pero no hablo de los ruidos "raros" que uno no sabe de donde vienen. Es miedo al sonido del silencio, al pitido constante de la soledad. Por las noches, se producen intervalos de silencio prolongado, en los que la calma transforma en sonido. 

Investigando un poco, encontré que algo llamado tinnitus lo  genera. Esto puede sentirse en un oído, o dos, o puede sentirse dentro de la cabeza, se da por consecuencias diferentes, de un traumatismo, del uso de tóxicos para el oído, o de nada de lo anterior; puede ser un pitido, un zumbido, un ronroneo, un siseo, un campanilleo o incluso asemejarse a voces o a música; puede ser constante o punzante. Algunos dicen que una parte del cerebro, crea sonidos donde no los hay, pero que eso es generalmente en personas que padecen pérdida auditiva o están en vías. Debería seguir investigando talvez. 

Fobia a las motocicletas

Comenzó a mis 7 años aproximadamente. Mi tío, por parte de padre, había adquirido una nueva, y estaba tan entusiasmado, que quería llevarme a pasear. El trayecto había comenzado casi bien, por calles poco transitadas del barrio a una velocidad prudente, sin casco. Ya no fue tan bien cuando nos subimos a una avenida. Él aceleró rápidamente, y me pedía que no me agarre de él, por que le molestaba. Yo cerraba los ojos con fuerza cada vez que tomaba una curva cerrada sin bajar la velocidad. Él reía.

-No seas tan miedosa, tonta. Si no te va a pasar nada.

Intenté tener confianza, pero el miedo a caer a tal velocidad y lastimarme, era suficiente para ponerme nerviosa. Agregando que era la primera vez que yo montaba el vehículo.

Afortunadamente él decía la verdad. No me pasó nada, de forma física, pero me dejó una pequeña fobia guardada en el pecho, que gracias a algunas cosas y personas, ya no existe.

Fobia  a los globos

Esta es seguramente la más extraña y la que trajo más complicaciones a mi vida. En el jardín de infantes, yo tenía una amiga, Adriana, que se divertía explotando los globos en sus manos clavando las uñas, frente a mi cara. Esto trajo algunas consecuencias a largo plazo. Al principio, no era más que una razón para alejarme de ella, luego fue alejarme de cualquier persona que tenga globos en sus  manos o cerca de ellas. 

Mi profesor de educación física, quien nos hacía jugar con globos casi todas las clases, notó eso y pidió que llamen a mi madre para hablar sobre el tema. En ese momento el hilo rojo nos jugó una pasada importante. Ella fue a hablar al jardín, pero se enamoró de mi profesor. 

Los días siguientes fueron extraños. Todos los días, incluso en aquellos que no tenía educación física, mi mamá me pedía que me fije si mi profesor usaba  algún anillo en las manos. Me parecía irrelevante, y no lo entendía. Hasta que le pregunté que importancia tenía esto para ella, me contestó que era para saber si tenía pareja. Menos sentido tuvo en mi mente. Yo tenía un novio, pero no usábamos anillos, sólo caminábamos de la mano en el patio de atrás de la institución. Varias semanas después por fin pude responder su persistente pregunta: No. No llevaba ninguno. Pero para mí no era garantía de nada, era incómodo jugar en educación física con los anillos puestos, yo tenía uno que siempre me lo sacaba en ese momento para no pincharme a mí o a mis amigas. 

Pocos meses después, se rumoreaba que el profesor iba a dejar nuestro jardín para trabajar en un colegio secundario (preparatoria- nivel medio), lo que hacía que mi madre quiera acompañarme a clases todas las veces que le era posible. 

La historia tiene un desenlace particular. Alguien seguía insistiendo en que mi problema no se había solucionado por completo todavía y aun era necesario comunicar a mi mamá con frecuencia para tratar mi progreso. Una de las preceptoras del jardín de infantes revolvía entre expedientes y legajos para encontrar el nombre de la madre de la niña con temores extraños, pero era muy parecida a la otra que había sido víctima de un beso en la mejilla que la dejó tumbada en el piso y con un diente más flojo que previo a éste. Con los dos rostros frescos en la mente, tomó el equivocado, entregando segura, información errónea.

El profesor, luego de llamados telefónicos vergonzosos, determinó que había sido una equivocación y puso en marcha su propia búsqueda, al tiempo que mi madre hacía la suya también, con datos equivocados. Ya ambos sin suerte en sus investigaciones, recurrieron a hablarse al terminar una reunión y quedar para otro día.

Eso llevó a otro día, y otro, y otro más. Pero eso ya es historia aparte.

Cómo creer - Wattys 2016Where stories live. Discover now